El diario plural del Zulia

El rostro de la violencia, por Carlos Alaimo

La fuerza física, el poder, el ataque inadvertido y el terror forman parte del esquema perverso de amedrentamiento hacia otros, cuando la premisa es “mostrar los dientes” por encima de todo derecho, individual o colectivo.

Muchas veces el agresor, convertido en persona jurídica o natural, mafia o hampa común, es generador de una violencia, cuyas secuelas mucho más allá de lo palpable: Humillación, abatimiento, un peso casi insostenible en el alma, una especie de invariable sensación de despojo, de desconfianza.

Pero, ¿cómo opera la violencia, desde dónde se en la, quién o quiénes, tácitamente o no, la promueven? Teniendo el siglo XX como uno de los más eros y sangrientos de la historia, un informe mundial sobre la violencia y la salud, presentado por la Organización Mundial de la Salud (OMS), la declara como uno de los principales problemas de salud pública a escala mundial. Según el líder político Nelson Mandela, firme activista contra el Apartheid, ella medra cuando no existe democracia, respeto por los Derechos Humanos ni una buena gobernanza.

La violencia en Venezuela se ha convertido en una constante. En el Zulia, tan fronterizamente atípico como es, la situación es profunda y profusamente peligrosa. Parece que se ha instalado una suerte de industria del delito, una franquicia criminal. La inseguridad ya no es solo una sensación. Permanecer a salvo va más allá de cerrar puertas y ventanas y evitar calles oscuras. Nuestro esquema de pensamiento, nuestro modus vivendi y nuestro comportamiento, ahora responde al miedo.

Las alarmas están encendidas. Los hechos no son casuales. La violencia se delega o se permite. Ya el sociólogo Max Weber lo reflejaba en la Política como vocación cuando hablaba del concepto de monopolio de la violencia a través de Estados poco funcionales. Entidades que en ejercicio de la autoridad sobre la violencia en un determinado territorio, la legitiman o reivindican.

Esto nos lleva a preguntarnos retóricamente: ¿Y cuánto gana o percibe un policía, por ejemplo? El triángulo de la violencia, dibujado por el sociológo noruego Johan Galtung en el que la violencia directa o visible deriva en dos formas más peligrosas aún como la violencia estructural y cultural (por ser reforzadoras de la primera), forma parte de nuestra dinámica social y tiene sus respuestas.

Desprendida de ellas, se asoma la violencia económica que afecta también a miembros de los cuerpos de seguridad del Estado, quienes con su bajo ingreso y explotación, pueden llegar a tener respuestas adversas a la naturaleza de su función, cuando además es acompañada por la ausencia de ética. ¿Están nuestros cuerpos de seguridad preparados para enfrentar los diversos rostros de la violencia, para hacerle frente al crimen organizado, al delito común y a la presencia ―ya enquistada― de grupos irregulares? ¿Hay herramientas, técnicas, tácticas y estrategias de seguridad pública? ¿Conocen los policías las normas y procedimientos legales que sustentan sus actuaciones? ¿Existe la profesionalización de los cuerpos policiales? ¿Ser policía es un “proyecto de vida”?

Entretanto, la criminalidad actuó de forma violenta, intempestiva y anónima en Versión Final el pasado 29 de agosto. El lanzamiento de un explosivo, por parte de dos motorizados, contra varios vehículos estacionados en su sede provocó una reacción en cadena. En primera instancia, de asombro y miedo; pero en segunda, de fuerza, talante. Se asimiló rápidamente que no hay tiempo para bajar la marcha. Solidaridad, apoyo y vocación fue la respuesta.

Aún la incertidumbre es la protagonista. Pero en esta casa editorial, desde la trinchera de lo claro y la no violencia, nos apostamos. Porque hablar de violencia también es hablar de amor, de la vida amplia y justa. Es hablar de su contracara: La paz.

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