El diario plural del Zulia

La irrealidad de lo real

Rodolfo Izaguirre, «comentarista de cine», desde una sensibilidad particular encuentra irrealidad en lo cotidiano. Así adopta por realidad historias que, contadas plano por plano, hicieron su mundo.

Atestada de pequeñas luces cenitales la Sala Audiovisual del Lía Bermúdez, entre sombras duras, parece un submundo que se contrapone al que corre bajo la luz del día. La puerta del salón se abre y entra Rodolfo Izaguirre. Una kurta manga corta -especie de camisa hindú- y un pantalón, ambos blancos, visten su cuerpo; un sombrero fedora -de pajilla- cubre su cabeza y unas desert boots gamuceadas resguardan sus pisadas, al igual que el bastón de madera oscura que sostiene su mano derecha.

Un día antes, en su charla Los nudos que se hacen y se deshacen en el interior de los personajes de cine, Izaguirre despojó al «Séptimo Arte» de muchos de los armamentos que matan cualquier película. Tres hechos imperdonables para él son la obviedad, la falsedad y los clichés. Ejemplifica aquello con una escena en la que dos hombres estaban frente a frente: uno vestido de albañil y otro vestido con paltó. Como si al creador de aquella escena se le hubiese olvidado que «el cine se piensa en imágenes», daba diálogos a sus personajes en los que los presentaba como obrero y supervisor, diciendo aquello que ya es obvio, lo que no es necesario contar más que en imágenes. A esto se refiere como un «drama nuestro» que salpica a demasiadas películas venezolanas y no las hace ir a ningún lado.

—Una vez los cineastas se molestaron conmigo porque les dije: «no hagan películas, hagan cine». Hay una diferencia enorme entre hacer una película y hacer cine, porque hacer esto último significa liberar a esa imagen de tanta carga social o de todo tipo, dejar que las imágenes sean libres. Salvo Mario Crespo, con Dauna y Mariana Rondón, con Pelo Malo que son unas películas bellísimas— explica el «comentarista de cine», como él mismo se cataloga.

Con una sensatez puntiaguda en los ojos, manifiesta que gran parte de la cinematografía venezolana está atiborrada de vicios lo que crea una gran brecha entre lo real y lo que se cuenta.

—La película que se va a hacer ya yo sé que es mala— sentencia Izaguirre. —Porque son unos muchachos que viven en un barrio, en los Magallanes de Catia. Ya yo los veo, como si fueran unos malandros; pero, cineasta, chico, tú no vives en ese barrio, tú eres un pequeño burgués que vives en una quintica con un jardincito ridículo. Así están proyectándoles a esos muchachos sus propias cargas ideológicas, morales, religiosas, políticas o lo que sea, y eso está equivocado. Ya la película es mala porque es un taxista; un tipo vociferando por la ventanilla del carro; pero, cineasta, ese es un señor que se está ganando la vida, tiene una familia, unos hijos, no es ningún desaforado. Esa película ya es mala, no sirve para nada porque está falseada desde la raíz, no hay verdad.

Cada historia devela una decena de relatos

Durante sus estudios de Derecho en La Sorbona se desvió un día de su paseo habitual a la universidad y terminó en la Cinemateca de Francia, aquel día en plena libertad decidió ser un cautivo del cine. Más tarde dirigió la Cinemateca Nacional por 18 años. —Había dos secretarias que no eran realmente eso sino tipas que sabían de cine como no tienes una idea, haciendo el trabajo de secretariado. Cuando no teníamos mucho qué hacer jugábamos a nombrar las películas por su nombre original: «Ikiru»; «Vivir», de Kurosawa... En la Cinemateca se formaron directores como Diego Rísquez, de ver cantidades de películas, porque esa es y era la forma de aprender cine en aquel momento, solo que no había escuelas de cine en el país.

Su empatía con Maracaibo se remonta a su cercanía con el grupo literario Apocalipsis y aquellos encuentros entre tragos, letras vibrantes y risas que tuvo con Hesnor Rivera, Miyó Vestrini y César David Rincón, a quienes se refiere como «seres brillantes y hermosos».

—El país venezolano es primitivo, básico. Te aplasta cuando eres sensible, cuando eres bello. Este país no cree que estamos haciendo algo importante, creemos nosotros que es importante, pero para la gente esto no es trabajo. ¿Un poeta? ¿qué trabajo es ese, chico? Alguien trabaja cuando es abogado, ingeniero, nosotros no significamos nada. Mi papá era un gomecista bravo y recuerdo que me llamaba por teléfono para que fuese a buscarlo porque no tenía chofer. Le decían que yo no podía salir porque estaba trabajando y se molestaba porque él nunca pudo entender que a mí me pagaran por ver películas. Ese hombre que acaba de pasar -voltea al ventanal supuesto unos metros detrás de él- seguramente es buen mecánico, pero fuese mejor si supiera quién es Vivaldi, quién es García Lorca, sería mucho mejor mecánico.

—¿Qué película refleja el país?

Papita, maní, no sé qué cosa. Esa es la que refleja el país.

Las butacas vinotinto enfiladas detrás de él enmarcan su ropaje blanco y la luz que cae de la cúpula central de la Sala de Artes escénicas del Lía Bermúdez traspasa sus ojos que, abiertísimos, miran hacia arriba.

— Tómame una foto aquí, como si fuese un provinciano recién llegado a la ciudad y estuviese impresionado por esta belleza.
Posa.

— Sabes, yo vivo más tiempo dentro de la pantalla que afuera. Para mí esta realidad no es la verdadera realidad. La realidad es lo que está ahí dentro, pero cuando la pantalla queda en blanco, como está esa: los personajes siguen teniendo vida.

Curva su espalda hacia adelante y se apoya sobre una butaca, como huyendo del eco de la gran sala retoma la palabra en un tono más bajo, con los ojos agrandados: —Hay personas espectrales, fantasmas. Los espectros... los verdaderos espectros son los que atraviesan la puerta a plena luz del mediodía.
Sonríe con picardía y complicidad. — ¿Comprendes lo que te quiero decir?

Dentro de Izaguirre, la crítica y la sinceridad coexisten con una singular afabilidad. Tal vez, sin él mismo sospecharlo, se ha convertido un personaje de cine; no de aquellos que se dejan pasar en el día a día, sino de aquellos que de entrada parecen salidos de un film y una vez que hablan, atrapan.

 

Background

Rodolfo Izaguirre es escritor y comentarista de cine venezolano. A lo largo de 86 años ha fomentado la cultura criolla. Participó en los grupos literarios Sardio, República del Este, El Techo de la Ballena. Fue director de la Cinemateca Nacional de Venezuela durante 18 años y columnista en el diario El Nacional. El cine, mitología de lo cotidiano estuvo 30 años al aire por Radio Nacional de Venezuela.

 

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El presente reportaje pertenece a la octava edición de la revista cultural Tinta Libre, publicada el 21 de octubre de 2016.

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