El diario plural del Zulia

La «alquimia» de la gestión cultural

Ese nombre extraño, impronunciable... aquel que tiene una hache intercalada y las personas pasan por alto; los que se combinan para formar otros…. Cada uno tiene su característica y significado. Tener un nombre en nuestras cédulas no es un asunto solamente legal ni mucho menos banal, ellos evocan y, sobre todo, nos identifican.

El roce de las cerdas de un cepillo sobre las escaleras que van hasta la Sala Baja Sergio Antillano susurra la preparación de este recinto para acoger en el subnivel del Teatro Baralt a algunos de los más importantes gestores culturales de la región, quienes en lo sucesivo, en esta conversación, serán conocidos más bien como «magos sin varitas».

Mientras se arrellanan en sus asientos, van intercambiando diálogos que danzan entre lo formal y lo cotidiano, desde las veces que han tomado un trapo para quitarle el polvo a una obra de arte hasta las historias de cómo llegaron hasta el lugar que presiden y dirigen.
―Yo tengo 35 años de trabajo en el sector cultural― devela Régulo Pachano, presidente del Centro de Arte de Maracaibo Lía Bermúdez (CAMLB).

―Yo soy artista, pero nunca imaginé que llegaría a estar al frente de un centro cultural, mucho menos que sería el Maczul― comenta Lourdes Peñaranda, presidenta del Museo de Arte Contemporáneo del Zulia.
―Mi designación también fue una sorpresa del rector de LUZ, que es el ente tutelar de Fundabaralt― comparte Jeanette Rincón, presidenta del Teatro Baralt.

―Bueno, creo que aquí no se nos agotará la discusión sobre la gestión cultural― se sincera Arnaldo Pirela, gerente de Promoción, Administración de espacios y Patrimonio del Teatro Baralt.
―Y yo los felicito a todos por su desempeño en medio de la crisis presupuestaria― les saluda Nemesio Montiel, exdirector de Cultura de la Gobernación del estado Zulia y de LUZ.

¿Gerencia o gestión?
Jesús Ysea, profesor de la Facultad Experimental de Artes Escénicas de LUZ y exgestor cultural en Banco Mara, aclara el primer punto de la conversación: define al gestor como la persona que facilita procesos, construye e hila ideas de las que salen políticas culturales, mientras el gerente se enfrenta a la institución para que estas se cumplan. Dentro de un centro como el Teatro Baralt, el gerente lidia con personal y recursos para mantenerlo abierto al público. «Es un mundo un tanto complicado».
Pachano añade que en Venezuela se acuñó el término «gestión» por influencia española en la década del ochenta; así, clarifica que el concepto de «gerencia» está reservado para los procesos culturales industriales de países con consumo y producción de cultura más desarrollados, como Estados Unidos. «En Iberoamérica se debe hablar de gestión, pues todos los procesos articulados son más humanos, más próximos. Como gestores no estamos en contacto solo con el artista, sino que también con el público y con los trabajadores del centro cultural».
Rincón se suscribe a lo expuesto por Pachano, sin embargo deja ver que pese a esa segmentación, los principios de la gerencia sí están presentes aquí. «En el caso del Baralt, Arnaldo (Pirela) se desarrolla más como gestor, mientras que yo ejerzo la gerencia puramente desde lo administrativo». Para la presidenta de Fundabaralt, ambas disciplinas se entremezclan para propiciar espacios para las manifestaciones y la formación.
Esa unión entre gestión y gerencia se hizo más necesaria desde que los recortes llevaron a que el Maczul pasara de tener 120 empleados a quedarse solo con 30. «Para que la gestión se produzca, se debe hacer el papel de muchos para que caminen las cosas. Resolver día a día se ha vuelto la premisa», comparte Peñaranda, quien confiesa haber hecho de mensajera muchas ocasiones desde su gerencia.
―Lo que pasa es que la gestión es el límite entre lo operativo y la planificación. El circo es un gran ejemplo: vemos al que anima cobrando la entrada, produciendo el evento y sirviendo la comida― sostiene Pachano.
―Sí, porque no hay decálogos que establezcan cómo se debe llevar la gestión en diferentes espacios. No hay una política cultural de Estado pese a los tantos esfuerzos por lograrla― interviene Pirela.

La democratización del servicio público
Montiel argumenta que los promotores culturales plantean la necesidad de que el Estado y su representación regional permitan la búsqueda de criterios claros en relación con lo que debe ser la gestión cultural. Esto lo sostiene a propósito de la discusión que se propicia por la mencionada crisis presupuestaria. «Si uno abre el compás a todos los sectores, a las opiniones y las críticas es posible orientar positivamente el trabajo cultural en la región».

«No hay competencias. El Lía Bermúdez no compite con el Teatro Baralt, ni con el Maczul en cuanto a qué está haciendo cada uno, porque cada cual tiene un perfil definido que busca ofrecer una programación cultural variada en la que la formación y diversidad artística tengan un lugar importante», esboza Pirela a la vez que lamenta que, pese a las potencialidades que ofrecen los centros de la localidad y el trabajo que hacen sus promotores, el Estado no cumpla con su parte para potenciarlos a favor de los ciudadanos, ni siquiera desde lo patrimonial, mientras que en Chile los edificios culturales son reestablecidos con diligencia tras cada sismo que los compromete.

Lo presentado por los conversantes no se reduce sólo a la promoción de las expresiones en la capital zuliana, sino en distintas extensiones de la región, donde también se hace necesaria una justa distribución de capacidades para la cultura y la formación; así lo asoma Montiel, a la vez que es respaldado por Pachano cuando este sentencia que la cultura es un servicio público que debe llegar a todo el Zulia: «La pluriculturidad no puede expresarse desde el ombligo de cada quien».
Más cercana que la experiencia chilena, en Venezuela se cuenta con una institución que se ha mantenido por más de 40 años cosechando éxitos, es el Sistema de Orquestas Infantiles y Juveniles de Venezuela, bajo la tutela del maestro José Antonio Abreu. Es un caso que trae a la discusión el profesor Ysea. «Ese sistema en sí es una política cultural. Tiene 40 años y en ese tiempo han pasado gobiernos, gobiernos y gobiernos, y todavía está presente. ¿Cuál es la fórmula mágica que tiene el profesor Abreu para mantenerlo en el tiempo?».

Propone hacer más análisis de casos como el de «El Sistema». Junto con Pachano cree que Zulia cuenta con muchas y mejores oportunidades para difundir y hacer cultura en comparación con otras regiones venezolanas. Tener una frontera tan cercana a otro país dota al estado de ingredientes multiculturales únicos, además de que fue el primer estado que legisló una ley de cultura. «La gestión cultural venezolana tiene un capítulo especial reservado para el Zulia», considera el presidente del CAMLB.

Ante el caso Abreu, Rincón resuelve que la gerencia de «El Sistema» aplicó una lógica matemática que les hizo entender cuánto podían hacer o no con una subvención del Estado, con la empresa privada y la autogestión. Esta fórmula le da pie para soltar una revelación: «El Baralt no está recibiendo apoyo. Prefiero decir eso a decir cuánto recibe». El alquiler de sus espacios no sólo le devuelve la vida al teatro por la entrada de recursos, sino que también lo dota de actividades para su programación.

Motivación
Lourdes Peñaranda, presidenta del Maczul, felicitó la iniciativa que el diario Versión Final tomó de puertas abiertas al hecho cultural de la región con la puesta en circulación de Tinta libre.

 

Del autofinanciamiento, Pachano concluye –parafraseando a Emilia Bermúdez, socióloga y profesora de LUZ– que el hecho de que las políticas culturales del Estado no estén bien definidas en Venezuela significa también una ventaja, pues de ese modo todo está permitido. Clarifica que un ente necesita sustanciarse tanto del dinero público como de la autogestión y que a fin de cuentas no hay una palabra más democrática que la cultura, por eso, el maestro democratizó la cultura mediante la música llevándola a todos los rincones del país y he ahí el éxito de su proyecto.

En relación con lo planteado por Montiel sobre que la «discapacidad monetaria» no solo afectaba a los grandes centros marabinos, Juana Inciarte, gestora cultural de Santa Lucía y miembro del grupo de teatro Tablón, resuelve: «Los colectivos están haciendo actos más que de magia, de alquimia. Hace dos años que ni Tablón ni otras agrupaciones reciben un aporte oficial». Sin embargo, con magia, al fin y al cabo, esta organización comunitaria busca el modo de llevar teatro hasta los lugares en los que convierten a las personas en espectadores por primera vez en su vida de una puesta en escena, a fin de cuentas, para ella, «Santa Lucía es un escenario abierto».

«Cuando todo se acabe, solo quedará la cultura», reflexiona Montiel. Y la cultura será lo que garantice la llegada de una nueva generación, pues se funda en el arte, y este es creación. Como servicio y derecho humano debe estar al alcance de todos, concluyen los dialogantes. Así, Rincón refiere que la humanidad necesita el disfrute estético que le proporciona la cultura, sin mencionar que esta también es el medio de comunicación más cercano para un individuo, y por ello el Estado está en la obligación de hacer un aporte justo sin dejar de lado la corresponsabilidad de la gerencia y de la colectividad en torno a un centro o teatro, el lugar donde todos los actos de magia son reales: desde los reflectores hasta el cepillo que quita el polvo sobre una obra de «Paco» Hung.


El presente reportaje pertenece a la sexta edición de la revista cultural Tinta Libre, publicada el 30 de septiembre de 2016.

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