El diario plural del Zulia

Maracaibo, de a pedacitos

El repertorio musical maracaibero es voluminoso. Danzas, contradanzas y gaitas de furro abundan en las que se exalta esta ciudad. ¿Quién no ha escuchado«Cuando voy a Maracaibo y empiezo a pasar el puente…»? Sin embargo, seamos viento en contra por un momento: Maracaibo es, hoy, una ciudad urbanistamente fea, caótica y decadente.

La fealdad y la decadencia no solo vienen dadas en que tenga un muro de edificios a las orillas del Lago y con ello, este haya quedado execrado de nuestra vista. Tampoco lo es (que es mucho) el hecho de que la basura sea un habitante más. La verdadera tristeza está en que Maracaibo está forjada, urbanísticamente, a fuerza de pedacitos. Así, Maracaibo es, profundamente, desigual. Por ejemplo, ¿qué tienen en común los intrincados recovecos del barrio Primero de Mayo o de Valle Frío con las urbanizaciones de la Lago? Pongámonos a pensar un poco más.

A Maracaibo lo primero que la identifica es el Lago y ser una ciudad puerto. No obstante, ninguno de los dos aspectos es destacable. El Lago es una sopa de lentejas putrefacta. Como puerto, únicamente retenemos el trocito que está frente al teatro-museo Lía de Bermúdez. Podemos ir a la Basílica, pero da asco sus alrededores, es simpático el Paseo de la Virgen, pero no las ruinas y suciedades de las calles aledañas, se puede caminar de día por 5 de julio, pero no de noche por Ziruma, La Limpia o los Haticos. Maracaibo es así: de día habla y de noche se esconde.

Desde el mercado de Las Playitas hasta el edificio que ocupa Ipostel (al final de la avenida Libertador), a Maracaibo la amuebla la misma destrucción y la misma renuncia. «Más allá» siempre está el desorden, el sucio, la porquería. Se colocaron luces de colores en la fachada de algunas iglesias o se pintan y repintan las señalizaciones de la calle 5 de Julio, la avenida Bella Vista y El Milagro. Pero hasta allí llega el entusiasmo. El Maczul abre unas cuantas horitas y se recorre en veinte minutos. Quizá uno de los más importantes pedacitos sea la Calle Carabobo (ahora restaurada), pero no pasa de ser otra isla, otra fachada, puro teatro en medio del caos, la soledad, el abandono, la nada o lo poco. Maracaibo, como ciudad, es verdaderamente hostil. Como prueba, intenten explicar, a un extranjero, cómo trasladarse (en «transporte público») desde Pomona hasta la Barraca.

Hace dos años me visitó una amiga mexicana. Le insistí hasta la saciedad que no viniera a Maracaibo, que aquí no había nada. Ella, como buena zapatista, vino. Y pasó eso: no tenía que mostrarle. La llevé a la Vereda del Lago (etapa dos) y un ventarrón levantó una polvareda en esos terrenos pelados y la tierra casi nos traga. La llevé al Maczul y ya estaba cerrado. La llevé a la Plaza Baralt y seguía en reparaciones interminables, a oscuras y poseída por los espectros. La llevé a la Calle Carabobo y un bote de aguas negras no nos dejaba caminar. Intentamos pasear por el centro, pero la irregularidad de las aceras era mortal.

Así es Maracaibo…una ciudad, urbanísticamente, enemiga. «Tierra del sol amada», sentenció en su ficción poética Rafael María Baralt. Amada solo por el sol, no sus habitantes.

 

 


 

El presente artículo pertenece a la columna «Desde las ficciones» de la  segunda edición de la revista cultural Tinta Libre, publicada el 5 de agosto de 2016.

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