El diario plural del Zulia

Humanidad orbitante

«Considero de manera casi antropocéntrica

que nosotros somos el centro del universo.
Entonces al hombre le dedico todo lo
que hago en materia de divulgación del
pensamiento a través de la pintura,
el razonamiento que ella me impone».

Alirio Rodríguez, Caracas, Venezuela 2016

 

 

Quizá el hijo de Arturo Rodríguez Lozada y Teodora Borges Santi tuvo el lienzo más grande de El Callao en los años 30, por lo menos a ojos de un niño. Con materno consentimiento, día a día las blancas paredes se metamorfoseaban a una creatividad in crescendo. Trece años después sería irrefutable el devenir artístico de Alirio Rodríguez.

Oscurana. Azules. Rostros, brazos. Tensiones. Alaridos. Vértigo. Espacio. A Alirio lo ocupaban temas viscerales, con entes angustiados, huérfanos de muros, pues la sensación de histrionismo construye un discurso que conlleva a un urgente análisis sobre las razones tras los seres suspendidos en sus lienzos; ¿temen, huyen, enfrentan el cenit de una historia? Para Juan Calzadilla, artista y crítico de arte, impera la introspección: «Las figuras levitan, flotan, reposan sobre gigantescos pedestales o permanecen encerradas en cubos de cristal, ingrávidas y solitarias. Como si se encontraran impedidas por sí mismas para asumir su verdadero ser».

Rodríguez acuna planos exentos de limitaciones espaciales. Individuos, cabezas concebidas desde una consciencia de humanidad nuclearia, vulnerabilidad frente al abismo, rasos sin tope. Por más de 40 años plasmó su juicio sobre el epicentro del mundo; el hombre. Trazó (re)acciones; siluetas humanoides en vacíos que parecen clamar, observar, gritar y callar. Estatismo conexo a espirales, a gestos flotantes. Es el Cosmonauta número 21 al óleo elevándose fuera del lienzo. Son las cuatro, cinco cabezas sincronizadas en giros convulsos opuestos.

 

Alirio Rodriguez Portador de energia 8, 1984 Acrilico s tela, 200 x 75 cm

 

Arte sensible que devela el dominio técnico de uno de los representes de la pintura figurativa de Venezuela. Apuntó Alfredo Boulton en Historia de la Pintura en Venezuela, Tomo II (1972) que en sus obras vive un logrado exponente técnico correspondiente al envolvimiento rítmico de las líneas: «Poco a poco las figuras emergen y se alejan de la sátira social, para desembocar en una faceta dolorosa del ser humano, mezcla de bestialidad irrefrenable, de brutalidad primitiva».

 

Auto-inmolación de Quang Duc. Circa 1966. Óleo sobre tela 160 x 130, 5cm

 

La «indiferencia» no reina cuando contemplamos los trabajos del Maestro. Son la Auto-inmolación de Quang Duc (1966) al óleo sobre tela gestando función espacial, el Portador de energía 8, (1984) sosteniendo al universo: «Siento la necesidad de inscribir a ese hombre en el arco de tiempo […] Las cabezas orbitantes, están entre las series más numerosas, más de 300 unidades. Todas las series entroncan las particularidades expresivas de mi pintura en una especie de columna vertebral».

Una especialización en vitral cerámico en Italia y numerosas exposiciones le valieron dos importantes logros: la designación como profesor de Pintura y Dibujo Analítico en la Escuela de Artes Plásticas de Caracas a su retorno en 1961, y uno de sus trabajos más prestigioso; El vitral de la justicia, impactante mar azulado de 750 metros cuadrados que une tres dimensiones humanísticas y fortifica los valores del órgano político que lo alberga, el Palacio del Tribunal Supremo de Justicia de Venezuela.

Algunas obras
Realizó series como Cosmonautas (1962), Colosos (1963), Alumbramientos (1964), Cabezas orbitantes (1966), Los egos (1967), y Ante el abismo (1969).

Creía en un enlace esencial entre la pintura y la escritura; pensaba que no existe el propósito de escribir, sino la necesidad de hacerlo. En 1966 declaró postulados como estos en Carta a nadie —libro reeditado en 2016 como Alirio Rodríguez: De su pintura y letra y que compila conferencias, artículos de prensa, fotografías y reflexiones—, donde explicó cómo va hacia la palabra una vez se libera del trabajo plástico: «Cada respuesta que he encontrado en el hacer pictórico me ha llevado a la reflexión escrita, pero nunca lo contrario; porque si no seríamos ilustradores de una época».

Hasta su partida, el 2 de mayo de 2018, destacó la capacidad del hombre para reinventarse y cómo la realidad interviene en la proceso artístico. Persiguió y compartió su esencia, su parecer. Motivó preguntas que hay que hacerse: quiénes somos y para qué pintamos: «De lo contrario no habría nada, solo una suerte de calma perfecta, de horizonte plano donde no hay los altibajos propios de la vida».

 

El vitral de la justicia, (1984), 49 T, 750 m2

 


 

El presente reportaje pertenece a la edición 39ª de la revista cultural Tinta Libre, publicada el 11 de mayo de 2018.

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