El diario plural del Zulia

Valmore Muñoz Arteaga | La voz del pueblo es la voz de Dios

Desde hace muchos años vengo escuchando la afirmación según la cual “la voz del pueblo es la voz de Dios”. Una afirmación por la cual he sentido siempre mucha sospecha, no solo por su significado, sino por los contextos en los cuales ha sido argüida. ¿Podemos dar por sentado que la opinión popular revela la voluntad de Dios, cuyo mandato debe obedecerse? Supongo que, ya lo hemos vivido, cuando un gobernante goza de un inflamado apoyo popular, la afirmación será acariciada como verdad incuestionable. No será igual si, por esas cosas de la política y la ineptitud, esos números comienzan a bajar. Me pregunto, ¿podemos aceptar como verdad incontrastable la idea de que, efectivamente, la voz del pueblo es la voz de Dios? ¿Resulta racionalmente admisible suponer semejante cosa?

Para los defensores de la llamada Teología del Pueblo esto no tiene discusión. Quizás, y a regañadientes, pudiera conceder algún crédito a lo que afirmó Séneca: “créeme, sagrada es la lengua del pueblo”. Como creyente en los valores de la Democracia, así tendría que ser, pero elevarla al extremo de concretar los designios de Dios, no lo sé, no me resulta racional y, por si fuera poco, muy peligroso. Alcuino de York, teólogo y filósofo inglés, abrumado por las mismas dudas que me abruman, escribió a Carlomagno que “no debería escucharse a los que acostumbran a decir que la voz del pueblo es la voz de Dios, pues el desenfreno del vulgo está siempre cercano a la locura”. Alcuino es, según afirma la historia, el responsable del primer registro escrito de la afirmación, hablamos del año 798, pero obviamente, ya se trataba de una expresión bastante manoseada.

Sin embargo, los entusiastas de la Teología del Pueblo, una ramificación de la siempre oscura Teología de la Liberación, parecen participar de otros pareceres. Ellos abrazan con frenesí la opción preferencial por los pobres de las conferencias de Medellín y Puebla. Esta opción por los pobres de la Iglesia tiene como sustento la preferencia que Cristo tuvo por ellos (Lc 4,18) Medellín y Puebla recordaron a todos los latinoamericanos que la pobreza, más allá de una circunstancia material, es la confianza en Dios y, la disposición para lo que Él quiera, es virtud y bienaventuranza. Por lo tanto, la Iglesia tenía que buscar, a través de la evangelización, la conversión de todos para una opción preferencial por los pobres, con miras a su "liberación integral". Una liberación integral que se sustentará siempre en Cristo, pues es la única verdad que hace libre al hombre.

Sin embargo, la Teología de la Liberación y en consecuencia la del Pueblo, van a tergiversar, no solo la imagen de Jesús, sino la dimensión evangélica de la categoría «pueblo». En el discurso inaugural de la Conferencia de Puebla (1979), san Juan Pablo II afirma que la Iglesia, en pleno, debe confesar a Cristo ante la historia y ante el mundo con convicción profunda, sentida, vivida. Sin embargo, advierte, existen relecturas del Evangelio que, en todos los casos, silencian la divinidad de Cristo reduciéndolo a "profeta" cuya tarea es anunciar el Reino y el amor de Dios, o un revolucionario comprometido políticamente contra la dominación romana y contra los poderes, implicado, por si fuera poco, en la lucha de clases. Estas ideologías mutilan al Hijo de Dios quien, al parecer, ya no representa la salvación integral del hombre, sino la de unos pocos. En el espíritu de liberación de esta teología, Jesús deja de ser la salvación integral por un amor transformante, pacificador, de perdón y reconciliación, para volverse camino hacia una vida plena de satisfacciones materiales. ¡Cuidado! La Iglesia, ni nadie en su sano juicio, conspira contra una vida digna, cuyas necesidades materiales sean satisfechas absolutamente, pero no es la única aspiración que persigue.

La categoría "pueblo" también resulta manoseada con fines oscuros. La sensibilidad por los pobres no la descubrieron para la Iglesia estos movimientos. La Iglesia ha denunciado el impacto mortífero de un capitalismo rígido e inhumano, pero también lo ha hecho con el comunismo brutal que extermina el alma del hombre, y lo ha hecho desde sus orígenes. La diferencia sustancial entre la Iglesia y estos grupos es que para el Magisterio, que bebe de la experimentación del amor compasivo y misericordioso de Jesús, existen diversas manifestaciones tanto de pobres como de pobreza. Desde esta perspectiva más abierta, comprendemos que la pobreza viene a ser, más bien, una situación límite de las que muchas veces el hombre no puede salir por su propia capacidad. Quienes salen suplicantes al paso de Cristo son los enfermos, los marginados, los desplazados, los descartados, sean estos de cualquier condición social. Recordemos que fue la fe del Centurión quien ayudó a salvar la vida de su servidor, tuviera este servidor la fe que tuviera.

La Teología del Pueblo reduce la categoría «pueblo» a una expresión social y económica, arrebatándole la profundidad espiritual que verdaderamente esconde y que, hombres como San Francisco de Asís, nos invitan a descubrir. El Evangelio no está cerrado para los ricos, pues, aunque sea complejo como el ojo de una aguja, sigue abierto para ellos. La Teología del Pueblo, como también su origen, oscurece la luz del Evangelio con las sombras del marxismo y del socialismo utópico. Lo advirtió decididamente San Juan Pablo II al denunciar que el amor que pregonan estas ideologías del mal no es más que un amor a sí mismo hasta el desprecio de Dios. Ideologías amparadas en el anhelo de ser como Dios en el conocimiento del bien y del mal (Gn 3, 5), es decir, ideologías que decidirán por ellas lo que está bien y lo que está mal; así como han decidido históricamente dónde la pobreza es injusta y dónde no.

En uno de los tantos intentos por defender estas interpretaciones del Evangelio, Jon Sobrino señaló que el hecho histórico fundamental para comprender la Teología de la Liberación es la irrupción de los pobres que tomaron conciencia de su secular opresión, de sus causas estructurales, de la posibilidad de superar la pobreza, de su derecho inalienable a organizarse, trabajar y luchar por una sociedad más justa. Argumentos que, no solo ha defendido la Iglesia, sino que han regado mártires por doquier. El problema está en que la Teología de la Liberación nada dijo ni ha dicho sobre las múltiples y criminales injusticias cometidas abiertamente contra los pobres por gobiernos de izquierda latinoamericanos. Lo cual, desde mi pobre perspectiva implica que, o en estos países se concretó el Reino de Dios en la Tierra y esos pobres son producto de la imaginación acalorada por el sol o que, estas teologías tienen más afín con la falsedad socialista y revolucionaria que con la Verdad del Evangelio.

Hoy, en este momento que usted lee estas líneas, algunos movimientos que levantan las banderas de la ideología de género y todas sus manifestaciones, se agrupan bajo la sombra de la Teología del Pueblo, bajo la presunción de que la voz del pueblo es la voz de Dios. De ese pueblo que pretende secuestrar la voz de Dios, como escribiera Horacio, me alejó radicalmente. No, la voz del pueblo no es la voz de Dios. La voz de Dos no reserva en sus fueros segundas intenciones, ni toma atajos, ni se justifica en oscuridades espesas, ni tuerce la ley para perpetrar legalmente el crimen. La voz de Dios, su Verbo, se ofrece por amor hasta la muerte. La voz de Dios fue la que orientó a San Oscar Romero, asesinado por un gobierno de derecha, pero también al beato Jerzy Popiełuszko, asesinado brutalmente por el régimen comunista. La voz de Dios que condujo a Romero a perdonar a sus asesinados antes del horrendo crimen y que nos enseñó que la venganza del cristiano es la cruz, no el fusil. La voz de Dios habla de la vida porque es la vida misma. Habla de cultura porque quiere el sano desarrollo intelectual, espiritual, material y emocional del hombre. Su opción es el amor, el bien y la vida. No el odio, el mal y la muerte.

Paz y Bien

 

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