El diario plural del Zulia

Denuncian muertes de bebés por bacterias en el HUM

Un llanto se escucha en el quirófano y rompe la calma en la sala de espera del Centro Clínico Medisur. Lisbeth Segovia, de 25 años, acaba de dar a luz a su primer hijo varón. Las lágrimas de su esposo y de los padres de Lisbeth rodaron de felicidad en medio del piso blanco. Del espacio frío.

-Hay que trasladarlo a otro centro- dijo el especialista que atendió el parto.

- ¿Qué pasa?- preguntó Maritza Salas, la mamá de Lisbeth.

-Tiene problemas respiratorios respondió el galeno.

Una ambulancia llegó esa noche. La noche del 26 de julio. El vehículo blanco que parece ser silente para los familiares, quienes escuchan el peso del mundo en el retumbar de su temor. Ellos miran fijamente la mano del médico, apretando una y otra vez la bomba del respirador manual que acapara casi toda la cara del niño. Se dirige hacia el área de pediatría del Servicio Autónomo Hospital Universitario de Maracaibo (Sahum).

Lo reciben. Ángel Manuel Simancas Segovia apenas tiene horas de haber nacido. La familia entera tiene la fe puesta en Dios. Piensan que deben hacerle estudios de rutina, meterlo en una incubadora para luego llevárselo a casa, donde Lisbeth lo amamantaría, como es natural.

La escena fue distinta. Los médicos manifestaron que el neonato se encontraba en estado crítico. Al menos así lo cuenta Maritza.

Transcurrían los días. No había mejoría y la tensión en el Servicio de Neonatología “Dra. Consuelo Chacín Gutiérrez” del Sahum iba aumentando. Dos o tres padres lloraban por los rincones. Sus hijos habían fallecido y crecía el rumor sobre la presencia de un tipo de bacteria mortal en el área.

“Doctor dígame qué es lo que pasa. Dígame si hay una bacteria aquí y yo no digo nada, solo me llevo a mi hijo a otro lado”, le dijo Lisbeth al médico de guardia, según su madre. El de bata blanca no respondió, solo manifestó que el bebé iba a estar mejor.

Hipoxia y neumonía fue el diagnóstico para Ángel Manuel. Los ojos de Maritza se inundan de lágrimas. Dice que siente impotencia. “Ya nada nos va a devolver al bebé, pero no quiero que más nadie viva esto. Mientras estuve allí vi morir a casi 40 neonatos. Tres o dos por día”, rememora la abuela. Su narración es interrumpida por un llanto desgarrador que suelta el padre del niño. La descontrola. Conmueve a los habitantes del edificio ubicado en San Francisco, donde residen. El joven se marcha del lugar.

A las 5:20 de la tarde del 11 de agosto falleció Ángel Manuel. Minutos antes la familia Simancas Segovia se había ido tranquila. Maritza miró el reloj y una doctora a las 4:45 de la tarde del mismo día le manifestó que el pequeño, ya con 15 días de nacido, estaba mejorando. “Eran noticias buenas para nosotros, luego nos dicen que murió de un paro”, esboza la señora sentada en la sala de su casa.

Inconsistencias

Las ventanas del área de neonatología se abren de vez en cuando. No hay aire acondicionado desde hace dos meses. El calor comienza en el piso dos y culmina en el ocho. “No hay dinero para arreglarlos, es lo que nos dicen”, es el médico residente de pediatría, Ramón Cepeda al teléfono. Habla con el equipo de Versión Final. Afirma que permanecen 24 horas sin agua y no cuentan con las condiciones mínimas para trabajar. No confirma las tantas muertes de las que habla Maritza. “Es un hospital que recibe a muchos niños, no sé si han muerto tantos, no puedo confirmarlo”. Lo que sí asume es que el lugar por la falta de servicios básicos es un caldo de cultivo para las bacterias.

Sepsis y neumonía son las causas de muerte para la mayoría de los infantes. Nadie les cree. Lisandra Lazarde, tampoco. Su segunda hija, Gresly Lazarde ingresó el 9 de agosto al Sahum. Iba a ser intervenida de una gastrosquisis. Cinco días después la evolución de la niña era satisfactoria, según lo que le comentó el doctor. Ella estaba tranquila.

El medicamento Colimicina está en el récipe médico de Ángel y de Gresly. Esto llamó la atención de ambas familias. El doctor Cepeda indica que este fármaco es indicado para combatir un tipo de bacteria específica. La esperanza de Lisandra no duró mucho. El mismo 14 de agosto en la tarde Gresly murió de un infarto. Recibió la noticia en Cabimas, municipio donde reside.

Sin controles

Una persona de mantenimiento recoge la basura e ingresa a la Unidad de Cuidados Intensivos pediátrica. Toca la manilla de la puerta. Maritza con estupor se acerca a los médicos y les dice: “Cómo es posible que a nosotros no nos permitan ingresar si no es con guantes y batas, mientras que ellos tocan las mismas cosas que ustedes los doctores”. Nadie le respondió.

El asombro nunca acabó. Potes de mayonesa y de Coca-Cola sirven de recipientes para la leche de los peque- ños. “Ahí se las dan”, confirma Lisandra. La carencia de insumos es otro duro golpe al bolsillo. A los familiares le exigen 30 inyectadoras diarias, guantes y batas para las enfermeras. Esa es una historia más.

 

 

 

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