El diario plural del Zulia

El cáncer no tocó ni una fibra de su vocación por el periodismo

Sentada en la mecedora de mi casa la veía. Su traje amarillo era mi favorito. Era ancla del noticiero en Venevisión. La admiraba desde entonces, aunque solo tenía nueve años de edad. Anna Vacarella, no solo para mí, sino para muchos de los que ahora son mis colegas, sirvió como inspiración para aferrarnos al periodismo y entender que “somos la voz de los que no tienen voz”.

datosversionfinalBusqué su número entre los contactos de la capital, pero ninguno lograba darme el acertado. Quise tirar la toalla, y quedarme con aquella conversación que tuvimos por el circuito Unión Radio el año pasado. Pero rendirse no era opción.

Un contacto lejano me acercó a su esposo, Román Lozinski y luego de varios días de espera, ella respondió. En una llamada logré devolverle a Anna los recuerdos de ese periodismo que ha inspirado a más de uno.

Los últimos once meses de su vida le tocó sacar valor y valentía, un poco más, quizá de las que tuvo en cada historia que escuchaba en Alerta, el primer programa de denuncias que protagonizó Eladio Lares, Marietta Santana, Ledda Santodomingo, y no es hasta 1993 cuando le ceden el espacio que condujo por más de cinco años. Anna debió batallar con el cáncer desde julio de 2015 y desde entonces “no me permite estar totalmente conectada con ese mundo, he tenido que conectarme con mi realidad, alejada temporalmente de ese micrófono”, pero aclaró que “no dejé nunca de comunicar”.

Y es así. Anna no quiso ser periodista, pero tenía un don, era líder en muchas acciones, la forma como abordaba los temas, como preguntaba, delataba ese rasgo que tiempo después le hizo entender que el periodismo lo lleva en las venas.

“Siempre fui excelente alumna, me gustaban todas las materias, sacaba 20 en física, química, matemáticas. Primero quise ser doctora, bueno no porque veo sangre y me desmayo, pero de chiquita sí quería serlo”, expresó con tono entusiasta.

De ingeniera agrónoma, a civil, de abogada a periodista. Indecisa, así estuvo hasta quinto año de bachillerato, cuando se puso como premisa optar por una carrera donde pudiera ayudar a los demás. El periodismo ganó.

Hablar de su evolución en este oficio no le permite ni exaltar ni juzgar a quienes hoy forman el futuro del periodismo en las universidades, “no me atrevería”, enfatizó. Hace 26 años tiene el título de periodista mención impreso, no quiso excavar, pero destacó que el tema de la práctica es muy distinta a la teoría. “La carrera de Comunicación Social tiene muchas aristas, estudié impreso, pero muchos quieren ser publicistas, otros cineastas, pero todos quieren técnicas de comunicación”.

Dato: entre su cuarto y quinto año de la universidad ya ejercía, esto le generó experiencia temprana. En 1988 y los 90, ya Anna era pasante.

El periodista se forma en la calle, de eso está segura. Fue ahí donde palpó realidades, se involucró en temas, y hasta brindó ayuda. Para Anna es la calle lo que le permite al periodista evaluar el piso. “Cuando me gradué me tocó la salida de Carlos Andrés Pérez, políticamente, los dos intentos de golpe de Estado, la calle estaba muy caliente, muy complicada y es ahí donde el periodista se hace”, dijo con temple.

Ser la voz, siempre

En su camino por “el mejor oficio del mundo”, como citaría García Márquez, a ella le tocó observar escenarios difíciles. Le recordé Vargas en diciembre del 99, y ella destacó a Cariaco, Cumaná, en julio de 1.997. Las tomas de Alerta se hacían sobre los escombros y rodeada de parte de los 79 cadáveres Anna debía informar al país. Declararon duelo nacional, ahí la infancia fue víctima. Ella una luz, una voz.

“Fueron realidades que se me presentaron a las que les dije que sí y asumí el reto. Además de ejercer una profesión tenemos la sensibilidad a flor de piel, nunca aprendía a separar las realidades de otros de las mías. Los periodistas somos la voz de los que no tienen voz y ese compromiso es muy complicado y exigente, pero una vez que lo hacemos hay que asumirlo”.

Siempre fue libre, pues ese adjetivo es el punto de partida en esta profesión, pero los años se fueron consumiendo la libre expresión en los medios, mermaron muchos espacios para la libertad y el derecho a informar.

La censura que arropa el país, no es un tema de creer o no, “está ahí, es obvia”, alzó la voz, y le costó. “No por ser periodista, eso lo dice el país, lo responde cada ciudadano que tiene una realidad, una crisis terrible. Cada vez se cierran más puertas, una censura aplicada de una manera muy inteligente que lamentablemente termina perjudicando al pueblo, porque la censura no es un problema de los periodistas, se está censurando al país, que se cree que si no se entera, no va a saber”.

Una realidad que no ocultó

Su historia con el cáncer fue vista por todos el país, incluso desde afuera. Anna decidió contar por la red social Instagram lo que vivía, con esa habilidad con la que un día escribió realidades de otros. “Cuando empecé a compartir y a comunicar, enviar mensajes de vida, porque trataba de advertirle a las personas que están sanas, porque esas es la bendición más grande y uno lo da por descontado”. De cuatro mil seguidores, pasó a 750 mil y comprendió el poder de la palabra.

Lo hizo con sutileza hasta el final de la batalla donde salió vencedora. Ahora retornar no se hace fácil, pero tiene nuevos restos, aún no definidos, pero sí consiente que la vida se los presentó y debe asumirlos, como el ayudar a otros, en un país donde no se necesita volver a Vargas para conocer la decidía, la necesidad, y hasta la muerte.

Sus hijas, de cinco años, conocen la realidad, pero “sin el drama y la tragedia, porque ya es bastante ver cómo se le cae a mamá el cabello, que no te acompaña a las piñatas, no puede llevarte al colegio. Saben lo que mamá vivió porque algunas veces me vieron llorar; lo triste hay que vivirlo como triste y lo que se debe llorar se llora”.

Avanza. En su tono se delata el desgaste que dejaron las quimios, los tratamientos. Sus palabras se cortan por una tos fuerte, que por segundos la deja sin aliento, pero avanza, es luchadora. “Inmediatamente empezamos a jugar con muñecas, pintarme la cabeza con marcadores, es decir, tratar de quitarle el drama para que esto no se transformara en un drama para sus vidas”.

Compromiso. De la responsabilidad que ahora tiene con cientos de personas que atraviesan por la misma batalla que ella venció, busca generar grandes cambios, pero se pregunta, ¿cómo se ayuda?, “los recursos económicos no los tenemos, no los tiene ni el propio Gobierno, estamos en una situación dramática. Desde lo espiritual es lo que podemos ofrecer, pero esto es muy complicado. La situación es dramática y grave”.

Sus pasos de regreso son lentos, pero seguros, “sin prisa, pero sin pausa”, repitió en ocasiones. Volverá al circuito Unión Radio, pero antes debe salir del país en agosto por un chequeo médico, confía en que “todo vaya tomando su curso, esa es la meta”.

Meta que no piensa culminar en otras fronteras, no por ahora, aunque reconoce su condición y la situación país. Tomó pausa, y respondió: “Si algo he aprendido con toda esta experiencia es que nada es seguro en la vida. Amo a mi país y quiero que mis hijas crezcan aquí”.

Una llamada que me dejó la piel erizada, desde la admiración, desde la motivación por seguir haciendo periodismo aún en las peores luchas. Gracias Anna, feliz Día del Periodista.

 

 

 

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