El diario plural del Zulia

Un ritmo en contratiempo

De la necesidad por representar una idiosincrasia y de la preocupación por la historia de un género musical nace la Cátedra Libre de la Gaita, un viaje en el tiempo que refuerza el arraigo a un tradición.

La puerta abierta del salón 818, módulo 4 de la Facultad Experimental de Artes (Feda) de la Universidad del Zulia (LUZ) deja salir las notas de jazz de la clase que va terminando. Por el pasillo dos hombres van y vienen, cargando tambores de distintos tamaños, alguien trae consigo un cuatro a cuestas y se suman unas maracas al compendio de instrumentos. «Todo está listo para empezar la parranda», como diría Víctor Hugo Márquez.

A partir de una experiencia en las Islas Canarias, Márquez hizo una introspección y se dio cuenta de que había una tripartición dentro de sí, sus oficios: abogado, psicólogo y docente, se habían mantenido al margen de lo gaitero y repentista que es. Esto desbordó la necesidad de unir sus propios contrastes y, desde una posición investigativa, abordar la tradición gaitera como un fenómeno sociológico a través del tiempo.

La Cátedra Libre de Gaita nació con el fin de hacer una remembranza, una impresión cercana y lúdica de lo que era ese género antiguamente. Con un afán desmesurado, este hombre se ha empeñado en recoger testimonios de gaiteros y gaiteras de hasta 100 años que vivieron aquellas rondas en el patio de alguna casa vieja de El Empedrao, quienes alrededor de los instrumentos, el ron y el disfrute componían lo que sería parte de la historia musical de una región.

La clase

Los instrumentos están dentro del salón. El moderador y contador de historias es Márquez quien comienza presentando al grupo gaitero encargado de musicalizar la actividad, Victorhugaitón, conformado por Alberto Butrón, Alexander González, Yelitza Vilchez y Jorge Aguirre, hijo del recordado Ricardo Aguirre. Los pupitres están ubicados en media luna frente a los músicos, «es que así era antes, todos se ponían en círculo». Hay más de 20 personas en el aula y a Márquez vuelve a interrumpirlo la puerta que se abre con otro y otro interesado. Durante el recuento de la historia de la gaita todos están atentos. Cada tipología del género es ejemplificada.

El furro hace vibrar a la gente, el golpe de los tambores magnifica la reminiscencia y es inevitable que se contagien las palmas y el mover de hombros.

Vestigios de un son

La gaita zuliana nace de una simbiosis cultural y de la necesidad inminente de hacer catarsis social a través de la música. Es parte del folclor, ese conjunto de acciones que la gente ha mantenido tradicionalmente en el tiempo.

Si se montaran en una piragua del tiempo y se detuvieran 400 años atrás, presenciaran los comienzos de la gaita en la mezcla más rica de identidades. En una temporalidad donde lo religioso era una pulsión vital, las primeras expresiones musicales circundaban a las divinidades. La cultura dominante concebía rituales a sus imágenes cristianas, y en sentido paralelo, los negros adoptaban imágenes veneradas y términos dialécticos manejados por los blancos con el único fin de esconder, entre códigos aceptados, sus creencias originarias. La zambomba cambia su nombre a furro, generado por la onomatopéyica imitación de su sonido; las percusiones africanas se suman al ensamble y las fiestas religiosas, incluso de los negros, quedan llamándose gaita.

Tras horas y horas de trabajo duro, los esclavos en espontáneas expresiones musicales liberaban las emocionalidades reprimidas, eran cantos de alabanzas, de quejidos, de lo cotidiano los que fueron dando forma a un género musical que aún persiste, casi con la misma funcionalidad.

A través del tiempo la gaita se expandió por el territorio zuliano y se ajustó a los cambios de la sociedad. Siguió siendo gaita la que se hacía en Perijá, en Santa Lucía y en Cabimas, aunque todas sonaran distinto.

 

 

A partir de la década de los 60, con la aparición de los medios de comunicación, este género absorbe matices modernos que influyeron en su esencia: cantar gaita ya no era evento íntimo y popular, sino el producto comercial de una cultura de masas; así el equilibrio entre los orígenes y lo contemporáneo sería borroso. Algo se había ido.

Algo vuelve con la Cátedra

La dinámica de Cátedra Libre conduce a los participantes a inmiscuirse en la creación de una estrofa o gaita de un tema en específico. El canto improvisado es el mecanismo. El moderador les pide a los partícipes que lancen palabras que rimen con Feda, pocos pueden reaccionar con inmediatez, no están programados para improvisar. Poco a poco van surgiendo verbos, sustantivos, adjetivos. Como si se tratara de atajar una por una las expresiones e imprimirlas con la voz de forma ingeniosa y simple surge el proceso repentista.

 

«Viva la Feda porque es arte y es estandarte
es la vereda para la formación del arte
Viva la Feda
¡Qué arranque la gaita de tambora!»

 

Entre sonrisas penosas los participantes se desinhiben, a una sola voz todos cantan el estribillo. Conscientes o no, penetran en el proceso que quería recrear Márquez: mostrarles y hacerles sentir «las raíces que dieron lugar a nuestra huella dactilar».

 

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La presente crónica pertenece a la decimosegunda edición de la revista cultural Tinta Libre, publicada el 9 de diciembre de 2016.

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