El diario plural del Zulia

Navidades de luces intermitentes

Es diciembre y se encienden nuestras luces; toca cumplir con un itinerario de costumbres y tradiciones, que incluye el habitual repaso mental por aquello que ya no está. En esta edición, recapitulamos tres lugares emblemáticos de Maracaibo en épocas decembrinas: el Ángel de Amparo, el Pesebre de Canchancha y la Casa Barco.

Mentalmente, es natural olvidarnos de ciertas cosas. A lo largo de nuestras vidas, sobre todo en los primeros años, hacemos miles de conexiones neuronales para captar como esponjas todo lo que nos rodea: información. Sin embargo, mucha de ella está sujeta a una posible fecha de expiración si nuestro disco duro, la mente, no tiene un «refrescamiento» de circuitos.

Esos «nuevos aires», a su vez, dependen de la cultura en la que nos desenvolvamos, pues si la sociedad te dice que algo es memorable, posiblemente nos aferremos a eso, según defienden estudiosos de la psicología.

Desde el exterior, en el ambiente en el que nos movemos, la vida se vuelve una instalación larga, llena de luces que van en intermitencia y dependen de una fuente de energía. Todo se resume en recordar lo magnánimo del ayer, por las razones que sean, y lo emblemático toma un sentido mucho más amplio y compartido. Nunca falta una conversación entre varias personas de Maracaibo y una de ellas asoma un recuerdo lejano de su infancia, cuando —por ejemplo— su papá lo llevaba a ver un barco en medio de una urbanización bonita de la ciudad.

—¡La Casa Barco!— muchos dirán, y tratarán de acordarse con más detalles de eso que olvidaron por muchos años, y ahora parece que les desconcierta saber por qué borraron aquello sin más ni menos.
La respuesta parece obvia: las cosas se olvidan cuando dejan de funcionar para nosotros. Pero no todo funciona de ese modo; si está almacenado en la memoria, hay algo ahí que nos alumbra.

 

El Belén zuliano

 

59 años pueden decirse muy rápido, pero hablamos de casi seis décadas… Y hasta el año pasado, el icónico Pesebre de Canchancha recreaba el agite en Belén durante la época del nacimiento del niño Dios.

La tradición, puramente cristiana, se asentó por el sector Canchancha de Maracaibo en 1958, de la mano de Guillermo Cifuentes, un nicaragüense que vivió en Colombia e hizo su vida —junto con el pesebre— en Venezuela.

Tal vez el valor más próximo a la palabra «pesebre» sea «humildad», y desde el comienzo le hizo justicia a esa virtud. La sencillez que rememora el natalicio de uno de los hombres más importantes de la historia fue narrada con menos elementos que en la actualidad, pues poco a poco se le añadieron elementos.

Hay tres secciones claves en la puesta del pesebre. La primera recrea a Belén, ciudad natal de Jesús de Nazaret; la segunda, una visión amplia de Jerusalén; y, tercera, la representación de Venezuela. Cada pieza del pesebre proviene de distintos lugares, gracias a la investigación in situ de los pesebres en el mundo, reflejadas en sitios simbólicos como las grandes murallas de Las ocho puertas de Jerusalén, el viejo Palacio de Herodes, la Mezquita de Omar con su cúpula dorada y el convento de San Francisco de Asís, pionero de los pesebres.

Las fusiones entre distintas piezas de varios rincones del mundo: como las casas típicas de la Maracaibo antañona, unos médanos que se confunden con los de Coro —aunque trata sobre desierto de Sahara— y así, todo va conduciendo hasta el foco de la Navidad: el nacimiento del niño Jesús, al lado de María, José, la mula y el buey.

Nicanor Cifuentes, heredero de esta tradición, comentaba en una entrevista hace algunos años que el pesebre trata sobre «el misterio olvidado», sobre el núcleo compuesto junto con mamá y papá y una forma de vida que adoptó desde su propio nacimiento.

El pesebre de Canchancha se realiza desde mediados de agosto, y en diciembre por fin enciendo sus luces, con el brillo de la luna sobre un Belén minimizado y puesto en la intemperie de un gran solar, donde brillan las lucecitas de colores en espera del bebé que nació entre un matorral.

 

Kilovatios en Amparo

 

El 15 de noviembre de 1971 en Maracaibo, fecha en la que Gran Coquivacoa estrenaba su disco «Seguimos gaiteando», la revista Kilovatico de Energía Eléctrica de Venezuela (Enelven), llamada actualmente como Corporación Eléctrica de Venezuela (Corpoelec), abrió un concurso denominado «Un diseño de Navidad para la Torre de Amparo».

Una obra que en algún momento, Isauro Valbuena Morillo, creador del famoso diseño, lo designó como su «hijo menor». Un vástago que vio la luz, literalmente, en el diciembre del año siguiente y su gestación tardó un aproximado de dos meses.

Así, año tras año, el Ángel de Amparo se convirtió en una referencia navideña para los maracuchos. El oficio de Isauro como dibujante dentro de la empresa eléctrica le permitieron pensar en alguna propuesta que llenara las expectativas del competición, cuyo premio eran 200 bolívares.

Un trabajo similar ya lo había hecho con la división de Maracaibo en términos de alumbrado, ahora el turno era para un nuevo proyecto que se levantaría por el sector Amparo, parroquia Cacique Mara, en la que su longitud llegaba a rozar los 48 metros de altura y, en 1995, se elevó a 120 metros.

Para la iluminación, unos 140 bombillos azules se encendían para que la silueta del ángel fuese impresionante a la vista de los peatones y conductores, aunque luego se cambiaron por unos de color amarillo, ya que fue insuficiente para diferenciarse con el cielo y las decoraciones cercanas.

Más tarde, 380 bombillos iluminan a la pujante capital zuliana y fue elevándose su número progresivamente. A estas alturas, «el angelito», como muchos lo bautizaron, ya tenía una apreciación tridimensional y puede visualizarse desde cualquier punto de la ciudad.

Desde el 2009, «el Ángel» usa bombillos con tecnología LED, que permite disminuir el consumo energético. No obstante, la promesa de que un ángel ilumine el cielo de Maracaibo cada Navidad se apagó este año; es la primera vez en 45 años de historia que no se enciende por falta de presupuesto.

 

Navegante en tierra

 

Hay un marino anclado en Maracaibo. En la urbanización La Estrella, esos años fueron tan eclécticos como las canciones que se escuchaban por aquel entonces, en los 60.

En esas conversaciones casuales de estos días no resulta extraño que la «Casa Barco» haya sido la parada navideña de alguien, cuando adornaban la construcción «mitad vivienda y mitad bote» con cientos de luces y un arbolito incluido y una fuente que simulaba el mar por donde pasaba la embarcación, capitaneada por el capitán Martínez.

Era blanco completamente, distinto a como luce ahora. En la actualidad, la parte inferior es negra y conserva la firma «Capitán Martínez YYLX». Sí, las luces están ausentes, pero —en caso de adornar de nuevo al barco— solo podrán ser vistas por los vecinos, puesto que la urbanización tiene el acceso restringido.

La originalidad de la construcción y lo estrambótico de los adornos fueron un gancho que la gente no pudo descartar en los diciembre frescos de otrora.

Una idea que nació de un capitán retirado se convirtió en la anécdota que jamás se puede olvidar para los afortunados que gozaron de una Maracaibo brillante. No importaba lo que hubiese adentro, tan solo un vistazo del exterior y contemplarla detenidamente era suficiente para guardar ese asombro acompañado de una emoción en nuestras mentes, era energía pura, que ahora son luces intermitentes.

 


El  presente reportaje pertenece a la 33.a  edición de la revista cultural Tinta Libre, publicada el 8 de diciembre de 2017.

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