El diario plural del Zulia

La ruta de la manta roja

El segundo velatorio wayuu de un joven asesinado en la Guajira se adelantó ocho años: funcionarios de la Fiscalía y del Ministerio Público exhumaron el cadáver frente a sus familiares.

En una moto, dos muchachos andan una carretera cargando con ellos un chivo. Secundándolos, con algunos metros de diferencia, va una camioneta con un ataúd en el cajón.

«Hagan lo que tengan que hacer, pero no le toquen sus manos y sus pies. Esto todavía es muy doloroso para mí». Es la voz de una matriarca. Tiene 78 años y desde hace 45 está viuda. Conforme habla, van bajando la cabeza todos los que entienden wayuunaiki en la reunión. Su voz es firme, aun así, provoca que sus hijas intenten secar en la ropa sus dedos empapados de lágrimas.

En el ambiente, suenan los golpes de una piedra que muele especias y el abrir y cerrar de los obturadores de los fotógrafos del Ministerio Público. La asistente de la Fiscal General de la República y cerca de 15 expertos en medicina forense están sentados bajo una enramada frente a la madre, las cuatro hermanas y dos tíos de un joven de la etnia wayuu asesinado en 2013.

Este es el cuarto día en el que el equipo de expertos, en compañía de defensores de derechos humanos, exhuma los cadáveres de cuatro hombres wayuu y uno añú en la árida región de la Guajira venezolana.
En esta circunstancia, los funcionarios dicen que están adaptando el procedimiento de exhumación a los ritos del segundo velorio wayuu. Mientras que las mujeres, con las pieles resplandecientes y los ojos virados hacia la cocina, cuentan que su familia es la que está acoplando la ceremonia a los requerimientos de la Fiscalía. Empezando por el hecho de que el segundo velorio debe hacerse transcurridos nueve años luego de la muerte de la persona, y en este caso, solo han pasado tres.

 

El chivo en la ceremonia

En la mitología wayuu, la comida es símbolo de la posición económica de la familia. A más ovejos o chivos sacrificados, es mayor la abundancia monetaria. Así, el segundo velorio es visto también como una fiesta y el ánimo de los familiares tiene mucho de celebración, de ahí que normalmente haya un festín de comida aunque no se tengan tantos recursos.

 

Según este ritual, los familiares deberían vestir ropas de luto, negras. Sin embargo, si la muerte es por violencia, el rojo es el indicado, pues representa la venganza. De ahí que cuando seis vehículos oficiales llegaron al sector La Rita, cerca de Caimare Chico, fueran guiados hasta la casa de esta familia al ver en medio de la carretera a una mujer agitando su manta roja.

Desde lejos, la imagen parecía arder en esas llamas invisibles que desaparecen al acercarse, mientras una guía local repetía: «Esa es la señal».

Si bien casi todas las mujeres involucradas en el evento visten jeans, hay una que, como la matriarca, lleva la típica manta indígena. Pero todas están de rojo.

 

***

Los jejenes muerden alborotados por la lluvia de anoche. Las salinas de Sinamaica están ahogadas; se perdieron la mayoría de los montones de sal que los propios de esos lares habían juntado para su comercialización.

Por este día, Sinamaica ya no significa lo mismo que Karoüya en wayuunaiki. Esa palabra quiere decir «espejismo», y fue usada para nombrar al poblado por el efecto visual que producen las salinas desde la distancia cuando se secan. En estas condiciones, el único espejismo notable es el de los 12 inoperativos aerogeneradores del Parque Eólico La Guajira. Esos molinos de viento son la señal de que se está al norte de Caimare Chico, un importante paraje playero de la zona, y el lugar donde se da el encuentro.

Como las demás en esta zona, la casa de la familia se divorcia unos cuantos metros de la carretera. Los suelos arenosos hacen que los oriundos tapicen la entrada a su hogar con los cadáveres de los cocos caídos para asegurar que las ruedas de los vehículos no se queden atrapadas en el fango.

«Somos Cristiano. Dios te bendiga ermano», es la frase que resalta al llegar al hogar. Está escrita con pintura roja en la pared del recibo de la casa. Es que son cristiano-evangélicos. Entre cánticos y oraciones de alto volumen, su pastor les alentó a aceptar que la Fiscalía hiciera el procedimiento forense. Él es el único al que le contaron acerca de esa irrupción en su historia ancestral, pues el resto de los pobladores no sabe lo que sucede en su familia, ni en las otras cuatro. No quieren que haya «mirones» en estas circunstancias. Ya les es suficiente con «la gente», como llaman a los visitantes.

Después de tres procedimientos iguales en los días pasados, ya los defensores y funcionarios se preguntan al saludarse entre sí si la noche fue de descanso. Los familiares de la víctima han estado prendiendo brasas para la chicha, el café, la yuca y el arroz desde las 4:00 de la mañana. Ahora, los hombres permanecen impávidos, y las mujeres carrerean abrazando las ollas y chocando unas con otras todo el tiempo.

Al momento de la conversación oficial, hay un mediador. Él asegura que están ahí para «intercambiar los conocimientos científicos y de la cultura indígena que se entrelazan en un solo objetivo: la justicia». Mientras tanto, una joven del equipo de expertos hojea el libro El segundo velorio wayuu. Intenta, como los demás, comprender los mandatos de esta cultura matrilineal. A fin de cuentas, es la primera vez en la historia de Venezuela que una etnia indígena permite la intromisión de un motón de forenses en un ritual sagrado. Es la primera vez que unos desconocidos verán y manipularán los restos de su ser querido, fallecido violentamente.

Los representantes del Ministerio Público y los forenses, de franelas blancas y chalecos de caqui, ilustran el procedimiento: «Identificar el cadáver y determinar la causa de la muerte son los elementos que adelantarán la investigación de la Fiscalía. Vamos a abordar el cuerpo una vez que ustedes, según sus costumbres, hayan abierto la fosa y hayan extraído el cadáver. Entre los expertos que lo van a abordar están tanto mujeres como hombres porque científicamente nosotros tenemos un equipo multidisciplinario. Seremos extremadamente cuidadosos y todo lo que revisemos será puesto en su lugar. Así nosotros hacemos el estudio y ustedes permanecen con los restos de su familiar, que sabemos lo sagrado que es para ustedes».

La preocupación de la anciana de que no toquen las manos y pies de su hijo es que se extravíen esos huesos, que son los más pequeños de toda la osamenta. De hecho, en el entierro les ponen medias en las extremidades para que esas partes permanezcan juntas, pues la directriz ancestral dicta que debe haber una conservación total del cuerpo para la continuación de la genealogía familiar.

Los representantes del Ministerio Público hacen ademanes para asegurarle a la matriarca que serán cuidadosos y que por eso serán las designadas por la familia quienes manipulen la osamenta.
La anciana lo permite. El arrastre de las sillas de plástico sobre el suelo de concreto es al unísono cuando los técnicos se levantan y emprenden el rumbo hacia el cementerio familiar, en un paisaje de médanos claros.

Desde la cuesta que se antepone al sitio, se cuentan cuatro sepulcros bajo dos enramadas construidas para la ocasión. Los últimos movimientos vistos desde esa lejanía son los de los expertos desandando sus huellas en las pequeñas dunas mientras esperan por las mujeres elegidas para el primer contacto con su familiar. Una de ellas es reemplazada por recomendación de los forenses, pues está embarazada de seis meses, tiene 45 años y la hemoglobina en siete. «Yo lo quería ver», dice, resignada.

Llega el momento en el que las cuatro elegidas son ataviadas de tapabocas y guantes. Un funcionario las va circundando de una en una para hacerles las amarras. Se acostumbran al látex. Encogen y estiran los dedos hasta adecuarse.

Pero no todos pueden estar ahí. Es la petición de la familia y la orden de los funcionarios. Por eso, cuando el sol oculta las sombras, se desaloja el perímetro y el resto de la gente baja hasta la ranchería a iniciar la espera con una ronda de café. El sabor de la canela es el primero en llegar a la punta de la lengua.
Con el sonido del pico sobre la cerámica que recubre la tumba, también vuelven del lugar del desentierro la matrona y el hijo del fallecido, de tres años, cargado por su mamá. Sus mantas se arrastran por la arena. Poco puede oírse de lo que conversa con el niño la asistente de la Fiscal General, pero sí se la alcanza a ver enjugarse unas lágrimas.

La anciana cuenta que el pequeño le pidió a la funcionario que no despertaran a su papá; los activistas oyen la historia con un vaso de chicha en sus manos. Otra novedad llega hasta la jefa de la familia: el ataúd debe ser reemplazado, pues el golpe del pico lo atravesó. Los defensores se ofrecen a solventar la situación.

***

La espera sirve para oír la historia. El joven era mototaxista. El día de su deceso salió a trabajar a las 7:00 de la mañana. Su viuda no sabe por qué, pero el joven iba en un camión de estudiantes de bachillerato cuando el Ejército Nacional los halló en el camino. Hubo varios heridos y un solo muerto.

Tazas, vasos y platos sucios se van acumulando sobre las mesas, y a media tarde se acerca el rumor de una moto que desacelera. Dos muchachos a bordo traen amarrado un chivo que hace balidos. El cocinero encargado estimó que podría hacer falta por la cantidad de personas que faltaban por comer.

Detrás de ellos llega el nuevo ataúd. La camioneta que lo transporta lo lleva al lugar de la exhumación. Pronto empiezan a bajar la cuesta los técnicos.

Las últimas en llegar a la enramada del comedor son las cuatro hermanas. Se habían quedado para terminar el ritual. Probablemente, las bolsas debajo de sus ojos sean más pesadas para su cuerpo que sus espaldas jorobadas. Apesadumbradas, se integran al movimiento del chivo, la yuca y el arroz para servirles a los forenses, quienes ya descuentan cuatro de cinco almuerzos típicos esta semana. No pueden rechazar ninguno.

Así se va destiñendo la tarde. La asistente de la Fiscal General se toma unos minutos con la matriarca cuando el equipo se prepara para la vuelta. Le pide paciencia. «Esto (la investigación) no va a durar 15 días. Habrá que esperar un poco más», le dice a sabiendas de los tiempos en los procesos que lleva la Fiscalía. Cuando se sube al vehículo ya han arrancado los primeros carros. Al cruzar a la vía principal de la carretera de Caimare Chico, una moto adelanta la caravana oficial. Los muchachos llevan de vuelta, aún vivo, al chivo. No hizo falta.

 

El Ministerio Público en la Guajira

Patólogos, antropólogos, odontólogos, radiólogos, investigadores, criminalistas y periodistas formaron el equipo designado por la Fiscalía Nacional que viajó desde Caracas para esta serie de exhumaciones hechas entre el 5 y el 9 de septiembre en el municipio Guajira del estado Zulia. Su participación en la pesquisa se da para esclarecer si fue el Ejército Nacional el ejecutor de los asesinatos.

El Ministerio Público y del Cuerpo de Policía Bolivariana del Estado Zulia fueron los entes que respaldaron estos procedimientos en los cinco distintos lugares donde se realizaron. Activistas locales y regionales atestiguaron los hechos.

 

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La presente crónica pertenece a la séptima edición de la revista cultural Tinta Libre, publicada el 14 de octubre de 2016.

 

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