El diario plural del Zulia

La ribera cultural del centro

El bullicio sonoro y visual del centro de Maracaibo se corresponde con los miles de transeúntes que caminan por esos lares y con el comercio informal que se amontona entre estructuras de colores vibrantes. Una de ellas es el Centro de Arte de Maracaibo Lía Bermúdez (CAMLB), abierta, céntrica y en silencio para aquellos que afuera hacen ruido. Para todos.

Por la puerta principal del CAMLB, entra una mujer junto con un joven que debe rozar la mayoría de edad. Plantados frente a la puerta de vidrio y con caras de intriga, un vigilante —también curioso— les pregunta qué desean.

—Buenas tardes, señor —se adelanta la mujer antes de que él termine de preguntarles—. Rápido se le acerca y procede a responderle, pero en el oído de su interlocutor; el vigilante asiente con amabilidad y le explica:

—Siga por ahí —señala con su dedo índice—, siga derecho y los encuentra.

La mujer entra y el joven solo se queda a un lado de la puerta transparente. Al principio trata de no hacer contacto visual con nada, aunque de vez en cuando ojea los espacios del lobby. Solo pasan unos segundos y una niña de vestido rosa pálido sale de la sala principal y se mete en el penetrable azul. «¡Mami, mira!», le dice eufórica a su madre. Su progenitora intenta llamarle la atención con ademanes, entrevé a los vigilantes, pero pronto se percata de que está permitido introducirse en la obra de mangueras azules del artista Jesús Soto.

Ya es inevitable. El muchacho —después de esa escena— se decide a tocar el Penetrable del Zulia; no entra por completo, solo pone un pie adelante, alza su cabeza hacia atrás y da un vistazo hacia arriba. Se queda perplejo por aquello.

Ya su acompañante regresó y se marchan. La casualidad y la curiosidad lograron que el joven se bañara en el lago y viera el movimiento de afuera desde otra perspectiva —para muchos, la idea central de esta instalación— y todo esto con tan solo acercarse a una de las obras más importantes de la ciudad, que refleja el espíritu del CAMLB: estar en medio de una zarandeo de personas y hacerlos parte de ella.

 

El centro de Maracaibo atesora una estructura que se reviste de piezas artísticas y donde su gente se desplaza para fulgurar cultura, porque la gente jamás queda exenta de su deleite; siempre se bañan de ella.

 

Del centro

Para quienes toman el bus hasta La Pomona se les hace evidente la sede con el sol de frente. El azul y el verde encandilan. Cada transeúnte va al centro con un plan en su mente —comprar productos, averiguar precios o vender— mientras los vidrios ahumados del Centro de Arte lo refleja, así como también lo hace con el lago que se asoma en dos vías horizontales de su entrada.

En la puerta principal se paran dos mujeres con decenas de rosas rojas y pequeños inflables de corazones con escritos de felicitaciones y amor envueltos en papel celofán, y están pendientes de cada persona que sale del «Lía».

Era un año álgido para el país. 2002 marcó notablemente la primera década del dos mil venezolano. No obstante, Luz Rosales y Kimberly Acevedo lo recuerdan con más optimismo, porque ese año fue el comienzo de otras oportunidades. Crisis por cambio. Ese cambio comenzó cuando decidieron pararse frente al Centro de Arte con sus rosas. Cada una presume su estancia en esos espacios privilegiados para los comerciantes porque aseguran que la belleza que representan las rosas se los ha permitido.

 

 

Bulla en los cuentos

Hay permisos de papel y otros que solo se hablan. Un muchacho en una bicicleta se para frente al Lía Bermúdez para conocer la agenda cultural de estos días y se marcha en dirección a la esquina derecha (sentido oeste), a un puesto de agua de coco.

Esa esquina, cubierta por una gran sombrilla, es el sitio que ocupa Antonio Araujo. «Antes costaba un real y ahora me sale en más de mil bolívares», comenta. Su estadía data de cuando se inauguró el Centro de Arte, o incluso antes, cuando solo era un mercado popular. «Si no fuese por el Lía Bermúdez, yo hoy estuviese dando vueltas por ahí», vaticina, pues estar a un lado de uno de los sitios más importantes de la capital zuliana le ha resultado valioso como comerciante informal. «Imagínate, cuánto no he disfrutado yo ahí. Celia Cruz, Los Máster… eso es lo que más me gusta, escuchar buena música».

Hay discos de acetato acostados sobre un costado del CAMLB; Nelson Romero, The best of Bill Medley, Melodía Soul de Reinaldo Durán (1971) y las gaitas del 81 de Rincón Morales son los primeros en ser reconocidos. Quien los cuida y vende es Armando Arriaga, quien tiene doce años al lado del Lía Bermúdez. Con ellos, decenas de libros se acuestan, pero esta vez en el piso y dentro de estructuras de metal.

«La conexión que yo tengo con los libros es como la de un imán», afirma el comerciante, quien no duda en entrar en cualquier librería de la ciudad para ver cuáles le llaman la atención y llevárselos hasta su estante. Se considera «un lector con la vista desgastada» y piensa que estar al lado del «Lía» le ha permitido llegarle a un público que se ve obligado, en el buen sentido, a toparse con la cultura, por eso, es capaz de prestar un libro si alguien quiere leerlo y no puede adquirirlo. Una meta personal de estimular la lectura al lado de este emblemático lugar.

El Centro de Arte de Maracaibo Lía Bermúdez se ha convertido en un espacio cultural en el gran tumulto que se conglomera en sus alrededores, muchos sin saber —o en pleno uso de la conciencia— se vinculan con él, se llevan algo y, por eso, siempre tienen una razón para regresar. Aquí la cultura se democratiza.

 


El  presente reportaje pertenece a la vigesimoquinta edición de la revista cultural Tinta Libre, publicada el 21 de julio de 2017.

 

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