El diario plural del Zulia

La mezquita maracaibera

Un pedacito de Arabia en Maracaibo; este es el tercer relato sobre los sitios más emblemáticos de la ciudad. Ya conocimos a Playa Macuto y La Hoyada, ahora, el turno es para la Mezquita de Maracaibo.

Estamos en el noveno mes. El calendario gregoriano marca en un almanaque de papel el lapso anual que estamos viviendo; en Maracaibo, como en el resto de Occidente, gracias a esas vueltas que da la tierra alrededor del sol, ese periodo corresponde a septiembre, sin embargo, en el calendario lunar, usado por los musulmanes, estas fechas recaen en uno de los periodos más importantes del Islam: el Ramadán, mes sagrado.

Un domo blanco es encandilado por el sol. Desde los automóviles que transitan por la avenida La Limpia o en la C1 puede apreciarse una estructura que se esconde entre los árboles y una cerca marrón con verde oscuro. La curiosidad se asoma y así mismo se diluye cuando seguimos nuestro camino, aunque siempre queda esa pizca de intriga.

Mezquita que mira al oeste

«Al Rauda» es el nombre que recibe la única mezquita de Maracaibo. Un vaivén de hombres con barbas entrelazan sus manos mientras conversa en un español maracucho, al tiempo que responden a la llegada de otros, quienes rompen las conversas con un «salam aleikum» (traducido en español como «que la paz esté contigo». Saludos que jamás dejan sin responder: «aleikum salam».

«Al oeste un poco más a la izquierda» es la orientación que tiene este lugar sagrado en relación con La Meca, Arabia Saudita, donde Adán construyó la primera Mezquita (y reconstruida luego por Abraham); y lugar de nacimiento del profeta Muhammad (conocido en los países hispanos como «Mahoma», aunque existe cierta inconformidad de algunos seguidores con esta traducción).

 

 

Mes sagrado musulmán

De acuerdo con el calendario usado por los musulmanes, el noveno mes corresponde al Ramadán; este año comenzó el 27 de mayo y se extiende siempre por 30 días. Cada año, 1.600 millones de musulmanes celebran el tiempo en el que el profeta Muhammad comenzó a recibir la revelación del Corán.

 

 

Al entrar, un aroma difícil de distinguir empapa aquel lugar levantado en 1992 por un inmigrante sirio llamado Said K. El Hanafi, cuyo propósito fue dejar un lugar para orar, un terruño que puede igualarse con la misión de dejar en el mundo un hijo virtuoso, un árbol plantado o un libro. Algunas paredes rústicas indican que la construcción sigue en marcha, no obstante, la mayoría de la fachada cuenta con revestimientos en tonos blancos y crema, cerámicas y mármoles en puntos precisos, como los baños, salones principales y «la mezquita», pues los musulmanes consideran que el verdadero lugar para ser llamado así, es el espacio principal, que aquí está dividido en dos áreas (arriba y abajo) para mujeres y hombres, donde le oran a Allah (hispanizado como «Alá», Dios creador y único).

Existen dos entradas con escaleras en forma de caracol, de lado izquierdo suben las damas con velos de colores y sus ojos bien delineados con maquillaje.

 

Un sitio para orar

Al principio, una casa pequeña color blanco, que se encuentra al lado de la Mezquita, funcionaba como el sitio de oraciones para los seguidores del Islam.

 

En los techos, hay una preponderancia por el uso de figuras de ocho puntas que obedece a un patrón geométrico cuyo propósito es simbolizar la unidad divina y, al mismo tiempo, evita toda representación humana en una religión netamente iconoclasta.

Un semicírculo sirve de alfombra para los visitantes que siguen el Islam, llamados musulmanes y, dentro del Al Rauda, sintetizan de entrada estos términos como «la libre sumisión a la libertad de Allah». Todos los elementos siguen una misma temática arábiga, y al mismo tiempo obedecen a una distribución práctica.

Antes de subir a orar, los musulmanes deben pasar por un baño amplio que tiene bloques cuadrados cubiertos de mármol para poder sentarse, abrir las llaves y lavarse las manos, antebrazos, cara y boca y así estar limpios; contrarios a los baños convencionales del occidente que cuentan con lavamanos, pues nada es casualidad dentro de esta construcción. Cada detalle concibe una idea sobre cómo comienza y termina una línea, una pared o un objeto puesto en cualquier parte de la estructura.

Arriba, dos mundos son divididos por una puerta de vidrio; el puente de La Limpia se divisa con su atmósfera caliente. Si se bordea el primer piso, las Torres del Saladillo lucen mínimas.

De frente, al oeste, una ventana en forma de cúspide permite la entrada de la luz blanca del sol, abierta al cielo. Un poco más abajo está el púlpito donde se para el Sheik, quien lidera la oración; mientras un reloj marca varias horas, la local y otras cinco que corresponden a las oraciones del día.

Oración de mediodía

Hay varios pares de zapatos en el piso y una estructura de madera para ordenarlos. Unos entran con medias y otros se descalzan por completo. Dentro, un salón amplio blanco con una sola pared de madera y algunos cuadros con extractos dorados del Corán crean un clima de tranquilidad, sumándole el silencio que también debe prevalecer.

Los asistentes se sientan en la gran alfombra de rayas verde y crema que cubre todo el espacio, conversan en voz baja, otros cierran sus ojos para orar, mientras que algunos los abren para hojear el Corán o cualquier libro dispuesto en las dos bibliotecas repletas de interpretaciones de las escrituras sagradas.

 

Fotografía: Gerardo Canadell

Sobre ellos, el domo se ve más amplio. Su origen es netamente arábigo, a diferencia de otros diseños, en su mayoría cristianos,que cuentan con un estilo predominantemente bizantino. La cultura árabe viste por completo esta mezquita, aunque todos aclaran que no hay relación directacon una religión en la que la mayoría son no árabes.

La idea ha sido calcar las estructuras de las mezquitas egipcias, sirias y de Arabia Saudita, entre otras, con sus detalles obtenidos a través de los tiempos, lugares y culturas. Pues la simbiosis cultural ha permitido crear nuevos templos para adorar a Allah.

Existen estructuras sofisticadas y otras más sencillas, sin embargo, la comunidad musulmana en Maracaibo aclara que lo más importante es orarle a un mismo y único Dios. Al Rauda pertenece a otro rinconcito inadvertido de una ciudad multicultural, a la que el sol hace destilar sus colores como a un prisma.

 


El  presente reportaje pertenece a la vigesimocuarta edición de la revista cultural Tinta Libre, publicada el 4 de julio de 2017.

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