El diario plural del Zulia

El cine nacional surfea hacia la cresta de la ola

El cine venezolano está preñado de contextos, de signos y de símbolos. Cada uno de estos elementos responde a la necesidad de contar lo que se vive. Nueve miradas manifiestan cómo lo afrontan desde la unidad o desde las carencias.

Es viernes en la mañana. Los niños de un colegio cantan y bailan Sarandonga en su acto de grado, mientras que en las salas 5 y 6 del Centro de Arte de Maracaibo Lía Bermúdez (CAMLB) llegan los nueve convocados a exponer, cada uno en su ámbito, lo que se está haciendo en el cine regional.

Hay un puesto para todos en el semicírculo de sillas al pie de la escalera de caracol. No es tan penetrante la luz cenital que se cuela por una de las cúpulas del antiguo mercado municipal como el frío del aire acondicionado. Muchos hallan como alternativa para preservar su calor autoabrazarse. En el lenguaje corporal de este encuentro, los brazos cruzados no son signo de un «no me importa lo que dices». La discusión, en lo sucesivo, demostrará todo lo contrario.

Cine zuliano para descentralizar

—En estos momentos hay una concepción nacional de que Maracaibo es bastante interesante para el cine nacional—, abre la brecha Juan Martínez Badillo, director y guionista.

—La están viendo como una especie de alternativa al cine convencional de Caracas para descentralizar el cine venezolano.

De hecho, en el último año en el estado Zulia se produjeron cinco películas, de las cuales, una se hizo en Ciudad Ojeda.

Los largometrajes zulianos aportan a la cinematografía nacional miradas y expresiones diferentes al cine que se ha exportado desde la capital. Sobre las diferencias estéticas y temáticas entre las demás regiones y el Zulia, los asistentes concuerdan en que el entorno siempre añadirá presencias distintas a las de otros contextos, pero en general, las historias son universales.

—Lo diferente es la manera de ser de cada región. El cine es un reflejo de la sociedad, de la que proviene el autor. En el Zulia está un corto de Patricia (Ortega) sobre niños de la calle y nosotros tenemos a Súper Charles. Son dos historias de niños en esa circunstancia contadas completamente diferente—, cuenta Marielvys D’Apollo, productora y profesora de la Facultad Experimental de Arte (Feda) de la Universidad del Zulia (LUZ).

—Desde Ricardo Ball hay un patrón en cuanto a temáticas autóctonas e históricas. El cine zuliano se enfoca en reflejar la región—, sostiene Jorge Ruly, estudiante de Artes audiovisuales en la Feda.

—El autor siempre va a estar sensible a su entorno y percibe las historias que están allí. No sólo pasa en el cine venezolano, sino en el cine mundial. Los grandes realizadores se inspiraron en su entorno inmediato. El cine nos hace visibles a nosotros mismos—, diserta Siria Briceño, productora y directora del Cine Club Universitario de LUZ.

La decisión de hacer cine

D’Apollo describe las producciones que buscan financiamiento en fondos internacionales o se apoyan en el crowdfunding (campaña virtual para recolectar dólares). Cuenta que Cinestesia, una productora local, realizó así su proyecto La Jaula. Sin embargo, refiere que también se hace cine con el Centro Nacional Autónomo de Cinematografía (CNAC), como ha sido el caso de los largometrajes de la zuliana Patricia Ortega.

—En Caracas hay más posibilidad de acceso a financiamiento del CNAC—, precisa Briceño.

Esto a pesar de que en 2005 hubo una modificación a la Ley de Cine, que contemplaba el destino del pago de los impuestos cobrados en las salas a sus usuarios: el cine nacional. Sin embargo, según Briceño, la concepción de «nacional» sólo aplica para Caracas. —A los zulianos les cuesta más, por eso dicen en Caracas que Zulia no presenta proyectos. Eso no es del todo cierto.

—Difiero un poco de eso y creo que la gente no mete proyectos, porque ahorita el CNAC es digital. Y todo se puede enviar por Internet. El único requisito para el que de verdad piden ir hasta allá es para registrar el guión en el Sapi (Servicio Autónomo de Propiedad Intelectual)—, aclara D’Apollo.

—Yo creo que es una decisión personal aplicar en el CNAC o no. Tú decides si esperar un tiempo y seguir todos los pasos o si prefieres hacerlo de forma independiente. En eso las producciones de cualquier región son iguales—, opina Paola Bohórquez, productora.

Briceño «rompe una lanza» por los nuevos realizadores sin formación académica que se hallan desvalidos frente a cómo producir sus proyectos: —Tiene razón Marielvy cuando dice que es digital y todo se puede hacer por Internet, pero eso es una cantidad de requisitos para gente que no ha tenido una preparación, pero la creatividad se les desborda. Conozco muchachos que se nos acercan al Cine Club con unas historias para largometrajes buenísimos, pero no existen políticas para apoyar esos primeros procesos y que deben ser políticas de Estado, no las de «fundapapá» y «fundamamá» o producción independiente. Los organismos culturales deben ocuparse de establecer políticas que vayan en función de ellos, porque sino vamos a seguir teniendo brechas generacionales como las que ya tenemos: unos grandes cineastas como Diego Rísquez o Román Chalbaud y después hay un vacío… Hay que obligar al Estado. Hay escuelas que no tienen ni una cámara fotográfica y los chamos están haciendo largos. Y solos no pueden.

Se toca de nuevo la financiación de proyectos cinematográficos. Los asistentes resuelven que hacer cine es una decisión y de ella parte la búsqueda de los medios para producir.
—El cine venezolano es independiente desde que nació—, dictamina Ruly.

—Es que no es rentable y como no es rentable no hay industria. La gente quiere invertir donde vea dinero, como pasa en otras industrias que sí hacen dinero—, interviene Martínez Badillo.

—Hace falta la empresa privada, hace falta un ente que convierta esto (el cine nacional) en una industria. ¿Qué es una industria? Un aparato que es rentable y esto no lo es. Esto es un aparato para saciar nuestras necesidades artísticas, nuestra búsqueda, nuestra curiosidad—, describe Ruly.

—Hay que diferenciar a la gente que hace películas y a los profesionales del cine—, se atreve a opinar Enmanuel Chávez, guionista y profesor de la Feda. —Hay mucha gente que quiere hacer películas…

—Pero no cualquiera que agarre una cámara puede hacer películas. Es como decir que cualquier estudiante de Medicina puede intervenir un corazón o cualquier ingeniero puede hacer un puente—, complementa Briceño.

Cine venezolano «subestándar»

Ruly trae a la discusión el artículo Devuélveme la vida, un cine subestándar, del crítico Pablo Gamba en el que se describe la «subcalidad» del cine venezolano de 2016 para abordar distintos rasgos del cine actual.

—En Venezuela, se hicieron 25 películas este año y 25 se mostraron—, precisa Martínez Badillo. —Se enfoca más en la cantidad que la calidad. Si los jurados de festivales tuvieran unos estándares de calidad más altos, se hicieran menos películas, pero mejores.

—Si no hay buenas historias, ningún cine puede prevalecer—, apunta tímidamente, Humberto González, crítico.
—¿Ese cine venezolano «subestándar» cumple con el lenguaje cinematográfico para ser apreciado a nivel comercial?—, pregunta Ramón Bazó, jefe de cinearte en el CAMLB y coordinador de Cíngaro Cine.

—Creo que estamos en el tiempo de las «vacas flacas», en el que tenemos que cuestionarnos ¿de verdad vale la pena producir esto? Cuando me toca leer historias en el CNAC veo que la gente no piensa sus guiones—, comenta Chávez.
—¿Quién reconoce el cine venezolano afuera, referenciando a algún autor o película?—, pregunta González y alarga la discusión sobre la calidad del cine nacional. —Si nadie en el extranjero puede identificar qué es el cine venezolano, ¿cómo podemos pretender nosotros crear una industria si nadie de afuera nos conoce?

 

FESTIVALES NACIONALES

  • Festival Nacional de Cortometrajes Manuel Trujillo Durán.
  • Festival Nacional de Cortometrajes de Barquisimeto.
  • Festival del Cine Venezolano.
  • Festival de Cine Latinoamericano y del Caribe.

 

—Un crítico argentino dijo que para él es imposible entender a Venezuela desde el cine. En cambio, ves cine argentino o español y tú entiendes al país—, opina Ruly.

—Es que Venezuela es muy diversa. Además, el cine de Texas no es igual al de Nueva York y este al de Hollywood. El cine de Maracaibo no es igual al de Mérida ni al de Caracas. El cine venezolano es muy social, siempre ha querido mostrar el ahora. Es muy difícil entender Venezuela por sus películas, pero es que Venezuela es muy difícil entenderla viviendo en ella—, clarifica Martínez Badillo.

— Es una cosa más de sensibilidad que de temática—, resuelve González.

—Ya va. El debate está como pidiéndole a un cine venezolano que sea lo que no es. Lo que pasa es que nosotros vemos a los de afuera con el ideal ese que creemos. ¿Un francés quiere ir al cine para ver Delicatessen o a ver a Godard? ¿Y este pueblo aguantó cuando Augusto Pradelli les presentó Joligud? Joligud es un retrato nuestro. Me paran los pelos cuando hablan de un cine que no refleja la sociedad. ¿Y qué refleja el cine español? ¿Queremos un cine apersonal o un cine que se parezca a nosotros?—, razona Ana María «Guary» Otero, fotoperiodista y profesora de la Feda.

Unirse o perecer

—Ha habido una rivalidad absurda entre las escuelas de cine que es una estupidez, porque la cantidad de gente que hace cine en Venezuela es tan poca que hay que buscar hacer más alianzas que rivalidades. Nosotros con Hasta el 2 mil siempre buscamos alianzas para tapar nuestras carencias—, expone Martínez Badillo.

—Retomando la esencia de este conversatorio sobre qué hay y qué debemos hacer, yo creo que (Martínez) Badillo acaba de decir una cosa maravillosa: o nos unimos o perecemos—, resalta Briceño.
—No tenemos una sala de cine dedicada a lo alternativo. Trabajamos en conjunto con los espacios culturales de la ciudad para articularnos en circuito de exhibición cultural y al menos un día de la semana ofrecer esta alternativa. Junto al Ministerio de Cultura establecimos una itinerancia por los ejes principales del Zulia, donde no hay posibilidades de ver cine de ningún tipo. Es un trabajo que se ha hecho también con Cíngaro como con el cine club—, alega Bazó.

Otero, quien considera hasta este momento que está coleada en esta reunión de expertos, complementa la disertación de Bazó sobre el cine en las comunidades con su participación en el colectivo Enjambre. —No había pensado en la posibilidad de hablar aquí de Tatuchi, un proceso interesante que compartí con Enmanuel (Chávez). Fue un proyecto patrocinado por Conatel en el que las comunidades designaban un camarógrafo y yo estaba detrás de él, acompañándolo, porque en un mundo como el de hoy alguien no puede ser el dueño de la conceptualización de la imagen, sobre todo si necesitamos un nuevo lenguaje. Creo que es necesario debatir cuáles son las necesidades narrativas, el porqué y el para qué de los discursos audiovisuales que presentamos. ¿De qué le servía a La raíz de la resistencia entrar en taquilla? El equipo decía: «si ganamos premios y festivales, pero siguen explotando el carbón en la Sierra estamos jodidos».

Hacer alianzas es la necesidad más apremiante. Así lo exaltan estos variopintos personajes. Cada uno, desde su rol, denota que el cine es una herramienta social y que afrontarlo responde a una decisión personal que adverse todas las dificultades.

—Hacer cine es una tabla de surf. Uno la mueve hacia donde está la ola con la cresta bien alta—, concluye Briceño.

El cine «Marca País» que aún no identifica a algunos nacerá de esas mismas apetencias por verlo. Ganas, además, adheridas a una cohesión estética y una coherencia que provenga del cambio que llega por el curso natural de las cosas.

 

SE ESTUDIA CINE EN...

Escuela de Artes -mención Cinematografía- de la UCV; Escuela de Comunicación Social -mención Artes Audiovisuales- de la UCAB; Escuela de Artes Escénicas y Audiovisuales de LUZ; Escuela de Medios Audiovisuales de la ULA y la Escuela de Artes Audiovisuales de la UNEARTE.

 

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El presente reportaje pertenece a la tercera edición de la revista cultural Tinta Libre, publicada el 19 de agosto de 2016.

 

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