El diario plural del Zulia

«Chinita» figurativa

Tinta Libre convocó al equipo de la Academia Central de las Artes de Maracaibo (Acam) para crear una representación de la Virgen de Chiquinquirá teniendo como insumo su interpretación de este ícono. La indicación de intervenir y apropiarse del grabado tradicional de la «Chinita» derivó en discusiones y expresiones auténticas de estos artistas

Nueve caballetes rodean una escena. Sobre ellos hay trazos en carboncillo sin terminar. Apenas sugieren la desnudez de unos cuerpos y las expresiones de otros rostros. Dentro de ese semicírculo de implementos dibujísticos, hay un encuentro y una serie de reflexiones sobre el arte plástico, la teología y el universo infinito de símbolos en una imagen religiosa.

Los cuerpos desnudos ahora llevan un manto, un bebé y una camándula, pues la imagen de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá se diluye en las técnicas e ideas de los instructores de la Academia Central de las Artes de Maracaibo (Acam) desde sus apropiaciones semiológicas y libertades artísticas por una invitación de Tinta Libre de armar en colectivo su propia imagen de la «Chinita».

 

La Acam

La Academia Central de las Artes de Maracaibo (Acam) se construye en estructura e ideas por las manos de sus propios instructores, quienes viven en la casa típica que recuperaron para la sede. Allí se forman, crean y conviven gracias a una modalidad que les permite estar inmersos en la pintura, en la enseñanza y tener en su lugar de trabajo su hogar. La idea original pertenece a su gestor empresarial, Rafael Andrade, y, para los jóvenes, es una ayuda social.

 

El estudio bañado en luz amarilla es ideal para proyectar la cercanía entre los participantes y el ambiente íntimo en el que se sumergen para crear en un rincón de Sabaneta. La edad promedio de los artistas puede medirse por las gorras de visera plana que usan y el culto que alguno hace al actor Brendan Gleeson, del reparto de la saga de películas de Harry Potter.

Pese al desenfado que otorga naturalmente la juventud, estos chamos se disciplinan en las bellas artes desde el proyecto que dirige Francisco Verde, pintor formado en la Escuela de Arte de Florencia -Italia-. Él también dirige la Acam y esta sesión final, promovida por nuestra revista cultural, para la que cada participante ha desarrollado un boceto. Confiesan haber desvelado las horas con sus investigaciones, pero la epifanía llegó al cabo de estas y lograron traer hasta la discusión seis propuestas.

El desarrollo de la figura

Ronny Reyes se decide por perderle el temor a la figuración frente al conceptualismo y otras artes modernas, por eso presenta un boceto que desentraña su idea de llevar a la «Virgen Morena» a lo cotidiano. Busca hacerla ver cercana y en un estado de igualdad con los mortales. Su concepto artístico vuelve a los fundamentos de las bellas artes. Apuesta por una monocromía de colores para homogeneizar la obra.

Con la primera exposición, comienza la formalidad. Reyes denota con su trabajo el argumento de esta academia: recuperar los métodos tradicionales de las filosofías del arte originarias. «Volver al principio en el estudio del arte debería ser la regla, no la excepción», considera Ana Gabriel Lugo, parte del grupo de instructores de la Acam. Este afán lo trajo consigo Verde cuando regresó de sus estudios en Florencia, donde el zuliano Ángel Ramiro Sánchez, director del programa de dibujo, ayudó a sustentar el proyecto que se levantaría en su tierra natal.

Armando Mayor se deja influenciar por Salvador Dalí. Mayor exalta la figura tradicional de la Virgen desde lo simbólico. Mantiene la composición original, pero decide darle todo el protagonismo a la «China» al pintar las estampas de San Antonio y San Andrés, a ambos lados de la Virgen, en barrido. «La premisa es transformar el fondo, pero no el concepto», dice, tal como le enseña Dalí.

Verde da un paso al frente y desenrolla el papel sobre el que reposa su propuesta. Está basada en un principio geométrico que por estos días está investigando. Complementa las formas con colores planos y una extensión horizontal de las tres figuras sagradas representadas. Verde resalta el uso que hace de la perspectiva, dado que la Virgen y los santos proyectan sus sombras en el piso. Toda la obra se sustenta en «resaltar el ícono sin afectar su simbología».

 

 

Siguiendo el modelo de estudio de la Bauhaus House, la escuela alemana de diseño y arte, Verde hace equiparar lo artesanal y lo artístico, desde limpiar el pincel y extender la tela hasta hacer germinar la fertilidad del artista.

Así es como Gabriel Rosendo toma una dirección completamente contraria a las tres anteriores. Despliega su propuesta y es una mirada histórica. Él presenta la ruta de la aparición de Chiquinquirá resaltando la atmósfera de la época a partir del uso de la luz y los tonos amarillos, hacia el sepia. Verde y los presentes resumen bien su trabajo: es un planteamiento que narra, pues posee elementos tangibles, propios de nuestra cultura y realidad, incluso el uso del color saturado. El paréntesis es para hacerles ver a los participantes que en cada obra han estado las imposiciones estéticas de la región.

«El arte no es sexista, y la belleza no solo se remite a lo femenino», comenta Ana Gabriel Lugo, mientras Bélgica Molina se sube a la estiba que ha servido a los cuatro participantes anteriores como plataforma de exposición.

Molina fija su hoja de dibujo con las otras en la pared de fondo y presenta así su contribución, en la que solo se aprecia a la «Chinita». Molina decidió tenerla a ella como símbolo humano que agrupa en sí al resto de los elementos tradicionales. San Antonio representa la castidad. San Andrés era pescador, así que los peces pasan a formar el cuadro. Molina también modificó patrones, pues cambió la aureola por un tejido wayuu y usa el azul para simbolizar la relación de la Virgen con el Lago.

La exposición la cierra Margarita Méndez. Presenta dos planos superpuestos, estableciendo de nuevo un cambio brusco entre las propuestas de este encuentro. Mantiene a San Antonio y San Andrés en la escena. Los simplifica con líneas, pero preserva los libros que estas figuras tradicionalmente llevan. En esta propuesta, el niño baja del regazo de María del Rosario de Chiquinquirá para posarse a un lado suyo. La obra nace desde la visión que tiene del mundo un niño de la edad de Jesús en esta representación. Méndez exalta la relación madre-hijo con líneas orgánicas que no los desvinculan pese a su separación y supone la unión de ambos ante el miedo del niño a lo desconocido de la ciudad.

Luego de la discusión teológica, semiótica y artística, los miembros de la Acam dan sus votos para desarrollar la propuesta de Molina, en síntesis, porque nace de lo explícito. Como grupo, acuerdan reforzar el color de la imagen original como alegoría debido a que ya está lo suficientemente distorsionada la figura original. En la opinión de cada integrante, es un concepto contemporáneo, cuya iconografía es muy personal, dibujística y arriesgada. Verde destaca la madurez teológica expresada en los signos, la idea de despersonificar a San Antonio y a San Andrés y escenificarlos hace de la obra una explicativa.

Metodología de trabajo

El pintor asegura que el disfrute del proceso, la flexibilidad de la ejecución, la fijación de plazos y la lluvia de ideas conformaron la primera parte de este proyecto. La cooperación y la discusión de conceptos lo llevaron hasta el resultado final, uno que nació desde la investigación y confección no solo de la obra, si no del manifiesto artístico que justifica la creación.

 

Manifiesto

«Cuando pienso en la Virgen de Chiquinquirá evoco a una mujer poderosa y misteriosa. Estéticamente, tuve la intensión que desde su rostro pudiera transmitir esto. Su ropaje es voluminoso para hacerla ver agigantada, mágica, flotando entre peces y flores. Los colores de las telas son los clásicos con los que se representa, pensé que usarlos sería clave para que el público reconociera al personaje. La ausencia de la corona es contrarrestada con una especie de tocado que enmarca la grandeza, inspirado en formas, texturas y colores de la cultura wayuu. En un compendio entre lo sugerido y las semejanzas hago una insinuación de que la Virgen es morena y caribeña. El fondo, que forma parte de la gama de colores tierra, supone la madera, la asociación inmediata con la imagen de la Virgen en una tablita.

Si bien, el ícono religioso es representado con San Antonio y San Andrés, decidí representarles en la obra de una forma simbólica. Sustraje la personificación de cada uno y traté de absorber la esencia, retratando a los apóstoles en elementos claves: San Andrés, el pescador en peces y San Antonio, el casto en lirios blancos. Traté de darle, visualmente, más protagonismo a la Virgen».

Bélgica Molina

 

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El presente reportaje pertenece a la décima edición de la revista cultural Tinta Libre, publicada el 11 de noviembre de 2016.

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