El diario plural del Zulia

Bruno Renaud: “Nuestros obispos no simpatizan con Francisco”

La segunda entrega de la entrevista de Versión Final con Bruno Renaud, sacerdote de Petare, tampoco tiene desperdicio. El sacerdote analiza el papel evangelizador de la Conferencia Episcopal Venezolana y su falta de sintonía con la labor pastoral del Papa Francisco. Sin medias tintas, Renaud desmenuza, nuevamente, las causas de la crisis política, social y económica en Venezuela y ofrece recomendaciones para superarla.

—Recientemente usted cuestionaba en una entrevista el silencio abrumador de la Iglesia ante las necesidades de la humanidad. ¿Cómo valora los cambios con la llegada del papa Francisco? ¿Ha sufrido cambios positivos?

—Sí, indudablemente. A pesar de los grandes documentos sociales de los papas desde el año 1891 –año de la encíclica de Pío IX sobre los desórdenes de la sociedad industrial– no se puede decir que ningún pontífice haya tenido la lucidez, el sentido crítico y la libertad de lenguaje suficiente para llamar al pan pan, y al vino, vino, en cosas de sociedad. Ningún papa como Francisco I fue capaz de denunciar tan nítidamente la sociedad capitalista como la causa mayor de los mayores desórdenes sociales, y más aún, como el factor que contribuye a dar inicio a la “tercera guerra mundial”. ¡El dinero dueño del mundo, nos transforma en esclavos!

Ningún Papa como el actual fue capaz de salir de la mentalidad de “Iglesia asediada”, en la defensiva; mientras que éste defiende, no tanto a la Iglesia como a la humanidad entera. Decididamente, el Papa Francisco es, ya ahora una gran figura humana, y por eso, una gran figura religiosa.Pero lo obligan a pagar el precio. La oposición que él levanta en sociedades de mentalidad neoliberal, por una parte, y en jerarcas católicos más dedicados a la defensa de la institución Iglesia que en la defensa de la vida, por otra, obliga a Francisco a aceptar una oposición feroz, que viene en gran parte de los supuestos “buenos cristianos”.

—En Venezuela algunos cuestionan el papel de la Conferencia Episcopal Venezolana (CEV) en cuanto a su posición en torno de la crisis, ¿es positiva? ¿En qué se debe mejorar?

datosversionfinal—Quisiera hablar de la Conferencia Episcopal Venezolana con sincero respeto y justicia. Pero veamos en pocas palabras. Los especialistas en ciencias sociales nos hablan de dos modelos de liderazgo social: el institucional, y el carismático. El Estado es una institución; la Iglesia, también. En cada una de estas instituciones debe –debería– aceptarse un liderazgo de tipo institucional (conservación de la institución, obediencia a sus leyes, continuidad en sus costumbres y leyes), y otro de tipo carismático (sensibilidad a las necesidades nuevas, lucha por horizontes más justos e incluyentes, creación de nuevas costumbres, revisión de lo viejo). A nivel de la nación, Chávez fue, indiscutiblemente, un gran líder de tipo carismático, dedicado a buscar justicia a favor de los más desfavorecidos. Y tiene su oposición. Pero en la Iglesia, año tras año y década tras década, se repite lo viejo. Sin sentido crítico, o sin aceptación de puesta en juicio racional. La teología de los sacerdotes y obispos es frecuentemente “vieja”. Los obispos, arzobispos, cardenales, respiran lo “viejo”, no escuchan los gritos fuertes o silenciosos por cambios de visión y legislación. Nos quieren aplastar bajo el miedo a un Dios legislador y castigador de la infracción. No nos enseñan las lecturas más suaves, por ejemplo, sobre el amor y la compasión de nuestro Dios. Piensan que las normas pasajeras de la Iglesia son leyes intangibles de Dios. Este es un grave error teológico. Por eso, nuestros obispos y nuestro cardenal, globalmente, no simpatizan mucho con el Papa Francisco. ¡Ellos piensan que el Papa “exagera” en sus análisis! ¡Que se “pasa” en la aparente aceptación de la “modernidad”! Ahí es donde la pobreza intelectual de los sacerdotes es causa de graves fallas pastorales.

En ese contexto, la CEV no pudo sino simpatizar con la oposición política al gobierno de Chávez: Chávez predicaba lo “nuevo, ¡no se puede! ¡Chávez era socialista, comunista, habrase visto! Ya antes de su elección, antes de diciembre ’98, los obispos venezolanos cerraban filas contra ese nuevo intruso. Nunca cambiaron su visión. Lo malo, entonces, es que, no por casualidad, la CEV se encuentra con los protagonistas de los estratos A y B –la gente más rica– de la Nación, y se desolidarizan de los bautizados de la base. Y así, no evitan la confusión: “Los obispos son como los ricos de este mundo, ¡es lo mismo!”, dice la gente de abajo.

—¿Habla de una desconexión con los humildes?

—Los obispos ni siquiera son capaces de reconocer con generosidad la calidad del esfuerzo político, al lado de sus fallas; sencillamente no parecen tener sensibilidad humana para ver, sentir, olfatear. Es una gran lástima, porque necesitaríamos este organismo llamado CEV para expresar, con amplitud y finura, con sencillez y sensibilidad, un juicio crítico sobre lo bueno y lo malo de cada momento político. Su referencia principal debería ser lo que, a menudo, no sienten: la presencia privilegiada de Jesús pobre en medio de su pueblo pobre. Lo mismo diría a propósito de la jerarquía de las Universidades Católicas, sobre todo las de los jesuitas. En la UCAB de Caracas, un gran jesuita, inteligente y de larga experiencia, pasó así de la franca y confesada izquierda política, a una derecha en total y dura contradicción con sus amistades políticas anteriores. Y lamentablemente, fue el hombre –lo digo: el mal consejero– que más influyó en las posiciones políticas de la Conferencia Episcopal durante unos veinte años. ¿Cómo quejarnos, en ese caso, de la sensible baja de pertenencia a la Iglesia Católica de parte del mundo de nuestros barrios populares?

—Hablemos de la crisis social. Los jóvenes más talentosos emigran en busca de oportunidades, ¿tiene algún mensaje para la juventud venezolana?

—Esto, es decir, la huida de numerosos jóvenes formados hacia otros países, es para mí fuente de gran tristeza e inquietud. Lo puedo entender, pues cada joven tiene el derecho de buscar horizontes amplios a su medida. Pero lo lamento. Primero, por las familias separadas; y segundo, al contar el dinero invertido para cada estudiante que no va a pagar aquí su deuda social.

Sin embargo, una vez más creo que el Estado tiene la mayor responsabilidad: la de suspender a la mayor brevedad la situación de anomia. Enorme corrupción, alto costo de la vida, escasez de fuentes de trabajo, inseguridad física, acusan a los organizadores actuales de la sociedad, de ambos lados de la brecha política. Ojalá vuelvan pronto nuestros jóvenes; ¡aquí tanto los necesitamos! Sus vidas no son solamente gozo, sino servicio necesario.

—Sobre el escenario político, ¿piensa que la MUD sabe interpretar las necesidades del pueblo?

—Ni el PSUV ni la MUD recoge realmente el sentir de la población venezolana. No le toman adecuadamente el pulso. De lo contrario, se darían cuenta de hasta qué punto estamos casi todos, actualmente, hartos de violencia verbal, física, y política; de presiones y obligaciones. Cada una de las dos entidades políticas cultiva la palabra “unido” o “unidad”, y ninguno de los dos hace realmente caso a este requisito. Por motivos opuestos, evidentemente. El país está cansado de violencias de todo calibre. Aspira a dejar de lado las opiniones excluyentes, las que impiden un acercamiento.

Por supuesto, es absolutamente normal que, en política, no converjan del todo acciones y pasiones. La MUD intenta reunir a toda la gente de la oposición, y no lo logra. El PSUV tiene sus propias divisiones. Los líderes del gobierno ya no conquistan; los de la oposición se parecen demasiado a lo que serían si una vez llegaran a ser gobierno… Pero, además, con demasiadas incitaciones en ese sentido, podríamos llegar a franquear líneas de división absoluta, que significarían la guerra. Y esto no puede ser. Felizmente, el pueblo de abajo siente frecuentemente cuáles son las respuestas convenientes. En el barrio, me sorprende frecuentemente la sabiduría política, el respeto, la tolerancia mutua, el rechazo los extremismos. No lo siento de idéntica manera del lado de la clase media con la cual estoy en contacto.

—¿Y en qué debe recapacitar el PSUV y el Gobierno?

—En el respeto a la Nación; es decir, a todas las y todos los venezolanos, cualesquiera sean sus opiniones políticas; en la necesaria participación, a lo largo de las conversaciones, de los medios de masa, como instrumentos pedagógicos sembradores de paz; en la preocupación de todos por la paz, inalcanzable sin el ingrediente absolutamente necesario de la justicia; en el descalabro actual de la vida en común, en medio de tensiones exageradas; en el desastre al que nos conduce una corrupción devoradora, que es un flagelo muy difícil de curar. ¿Habrá políticos que salgan ilesos de un examen total, al respecto? En la pauperización cada vez mayor de todo el país y de la casi totalidad de su población, en las condiciones económicas actuales; en la posibilidad real de la guerra civil – desastre terrible, comprobado demasiadas veces en otras naciones – en caso de fracaso de las conversaciones y sobre todo en la obligación absoluta de lograr entendimiento.

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