El diario plural del Zulia

Yldefonso Finol // La Curva de Molina: petróleo y frontera en la Maracaibo de Willy Casanova

Algo está pasando en la Curva de Molina.

¡Insólito! ¡Sorprendente! Por fin alguien le metió la mano al olvidado oeste de Maracaibo. Por fin alguien se acordó de “La Curva”.

Es lo que se escucha de las miles de personas que transitan a diario por esta importante intersección maracaibera. Se trata sin duda de la encrucijada del oeste que interconecta al conglomerado formado por las parroquias Raúl Leoni, Carracciolo Parra Pérez, Antonio Borjas Romero, Venancio Pulgar e Ildefonso Vázquez, con el centro y norte de la ciudad. Y es también la ruta que aquella Maracaibo rural de principios del siglo XX utilizó para acceder a sus predios occidentales.

Admirable intervención integral asumida por el alcalde Willy Casanova, allí donde ninguno de sus antecesores en el cargo se dignaron siquiera al más mínimo gesto.

“La Curva de Molina” se había convertido en mercado desordenado e insalubre al aire libre, a la vez que terminal de pasajeros improvisada y caótica, donde raudos transeúntes se atropellan por usar cualquier tipo de vehículo que los traslade a su sitio de trabajo o estudio. Impresionante desorden se apoderó de este espacio público que debía servir de distribuidor de rutas interurbanas, en un tránsito creciente que desbordó –con la omisión escandalosa de la gestión oficial- toda posibilidad de urbanidad y ciudadanía.

Sabido es que donde el Estado hace dejación de sus obligaciones, suele el delito apoderarse del control social y territorial. No sólo las normas de cortesía y buena educación estaban casi desaparecidas en esta colmena de la informalidad; las leyes y normas de convivencia eran vulneradas cotidianamente, frente a una burocracia inerme o cómplice de los desafueros.

Las ventas ilegales ocuparon las aceras y las calles. Este sector privado reinante en el caos, llegó a levantar construcciones de cierta magnitud sobre el espacio público que es de toda la ciudad. Se produjo la “confiscación” del área colectiva en provecho de unos pocos que pulularon azuzados por el consumismo y la corrupción. No faltaron agentes de la seguridad y otros funcionarios que se prestaran a semejante despropósito. Ninguna ilegalidad dejó de cometerse a la vista del burocratismo alcahuete y corrompido. La venta de drogas, la trata de personas, el trabajo de infantes, el robo, la extorsión, eran parte rutinaria del paisaje.

Pero como dice un son: “llegó el comandante y mandó a parar”. El trabajo previsto por la alcaldía es notorio. En esta primera fase se recuperó el 100% del espacio público y se está sembrando dignidad en cada metro cuadrado otrora secuestrado por el despelote. Habrán aceras anchas para la seguridad y comodidad peatonal; plazas que reivindicarán los valores patrios; calles renovadas y organizadas; transporte público decente con nuevos autobuses que entrarán en servicio; paisajismo con jardinería ornamental; y lo más importante por encima del cemento y el asfalto, una presencia integral del gobierno municipal con especial énfasis en la labor social a favor de las personas más necesitadas, la tercera edad, juventud, infancia y las mujeres.

De manera que podemos afirmar que los trabajos por adecentar La Curva de Molina, rescatándola para la vida ciudadana, es el abreboca de una nueva concepción en la gestión municipal, que implica la presencia permanente de la Alcaldía y la Cámara Municipal, en el corazón del Oeste de Maracaibo.

Ya se están acondicionando importantes locales y edificaciones para ubicar in situ las oficinas y despachos de nuestras autoridades municipales.

Podemos afirmar sin temor a equivocarnos, que algo histórico está ocurriendo en esa parte humilde y trabajadora de Maracaibo, que por serlo, fue maltratada y marginada de los beneficios de la urbe, y al contrario, ha padecido todos los males que acarrea la urbanización aparatosa y precaria que con sus propias manos tuvo que hacer el pueblo proletario, migrante e indígena que pobló estos suburbios maracaiberos, esa especie de “lejano oeste”, polvoriento, asoleado, pobre, “sin ley”, que comienza a renacer con dignidad.

La Curva de Molina: Maracaibo rural, petróleo y frontera

No será posible comprender el rol de la Curva de Molina ni el poblamiento del oeste maracaibero sin buscar sus raíces en la historia petrolera. El camino de arena que comunicaba la Maracaibo de 1910 con los hatos occidentales de la planicie, básicamente utilizado para transporte de rubros vegetales en carretas tiradas por équidos, repentinamente dio el gran salto a vía asfaltada, por donde fluían automóviles y equipos mecánicos de envergadura, verdaderos monstruos de hierro que por vez primera veían nuestros abuelos.

El espectacular suceso de 1922 con la explosión del pozo Los Barroso 2 atrajo el interés de un mundo que comenzaba a vivir el confort de moverse con la magia de los hidrocarburos. Las guerras inter imperialistas demostraron que el control de las tecnologías y fuentes de energía serían determinantes en la consolidación de las hegemonías del capital. La dimensión estratégica de los yacimientos petrolíferos en el occidente venezolano provocó cambios radicales en formas de vida tradicionales de una sociedad rural que apenas si podía asimilar –difícilmente interpretar- los vertiginosos cambios económicos, urbanísticos y culturales que se impusieron a partir de la mutación experimentada con el advenimiento del “oro negro”.

La ciudad capital del estado que albergaba la mayor cuenca petrolífera del mundo, no podía escapar al impacto de aquella transformación. En 1910 Maracaibo contaba con unos 65.000 habitantes. “Para poder desarrollar las actividades de exploración y explotación era preciso concentrar población en las cercanías de la actividad petrolera. De esta manera, se produce un proceso urbanístico que conduce a la formación de varias decenas de asentamientos, que en el Zulia fueron treinta y ocho”.

El campo La Concepción, que fue descubierto en 1924 a 25 kilómetros al oeste de la ciudad de Maracaibo, significó una importante producción de petróleo liviano que la transnacional Shell supo explotar aceleradamente. No podemos entender el fenómeno de “la Curva” sin estudiar el hallazgo petrolero de la Concepción y la Paz, ni desentrañar los enigmas de la Maracaibo contemporánea sin conocer el devenir de los emporios petrolíferos de la Costa Oriental del Lago y focos más cercanos a la capital zuliana como Campo Mara, Boscán, los almacenes y oleoductos de Santa Cruz y la refinería Bajo Grande; en fin, el boom de los años setenta que catapultó el crecimiento demográfico del país con todas las nacionalidades venidas del orbe, especialmente de la vecina Colombia que descargó su pobreza estructural hacia la Venezuela “saudita”.

“La Curva” fue bisagra de tránsito y comercio con la “ciudad petrolera” La Concepción, antes hato rural, y desde 1921 propiedad de la Caribbean Petroleum Company (Shell), en 1923 consiguen pozos en La Paz y en 1925 en La Concepción, comenzando en esos años la construcción de carreteras asfaltadas; luego en 1945 fue incorporado a la explotación Campo Mara con importantes yacimientos de petróleo liviano hallados en 1953, uno de los mayores del país y el más grande del mundo en rocas no sedimentadas.

“En un radio de entre 30 y 40 Km al Oeste de Maracaibo se instalaron los campamentos de los campos productores la Paz, Mara y Concepción. En 1926 se terminó el campamento la Paz y cuarenta años después sería entregado al Municipio. En 1950 en campo Mara se construyó otro gran campamento que en 1963 fue traspasado al Ministerio de Defensa. A partir del campamento de la Concepción construido en 1925 -que fue por muchos años el Centro de Operaciones de la Shell en Venezuela- se constituyó un núcleo urbano que llegó a tener unos 20.000 habitantes en los años sesenta. El campamento fue entregado al Municipio (Distrito Maracaibo) en 1967”. (Cilento Sardi, 2005)

El imán económico, con su espejismo de abundancia y riqueza fácil, atrajo a millares que vinieron de todos lados. Un movimiento comercial dinámico junto a la proliferación de instituciones gubernamentales que requieren recurso humano abundante, la instalación de servicios públicos simultánea a la acelerada onda constructiva, la apertura de opciones educacionales, el surgimiento de una multiplicidad de empresas del sector terciario y alguna incipiente industria manufacturera, constituyen los alicientes de ese crecimiento demográfico que se produjo en varias etapas, la primera de ellas caracterizada fundamentalmente por movilidad humana nacional.

Ciertamente la primera ola poblacional que fundó barriadas populares en la periferia maracaibera -además de familias desplazadas por la destrucción del Saladillo y otros sectores tomados por el aparato del poder político- estuvo compuesta por compatriotas de toda Venezuela que vinieron en busca del sueño petrolero, los más de cuales sólo accedieron a migajas que la sociedad burguesa dejaba colar al populacho para disponer del mismo como consumidores y mano de obra barata.

Porque es un hecho confirmado por la historia, la economía y la sociología, que la población de esos cordones periféricos está conformada por clase trabajadora y familias campesinas desterradas, las más de las veces ocupadas en empleos de subsistencia o simplemente desempleados, de allí la altísima proporción de actividades informales y trabajos precarizados, con niveles de pobreza que marcan una vida de limitaciones de generación en generación.

Fue así como gente llanera, andina, oriental, margariteña, coriana, se residenció en la Maracaibo que tenía en su planicie occidental esa anchurosa capacidad de recepción.

En otra etapa que podemos ubicar a finales de los sesenta y comienzos de la década del setenta, vinieron migrantes de otros países, aclarando como asunto previo que las colonias de estadounidenses vinculadas al negocio de hidrocarburos no permaneció en nuestra región ni en el país, y que las oleadas de europeos y árabes que si se establecieron, forman –en general- un segmento de clase de pequeños y medianos propietarios, que en el comercio, la construcción y otras industrias medianas, se beneficiaron grandemente de la bonanza petrolera, llegando a constituir una franja significativa de la elite local en las últimas tres décadas del siglo XX y lo que va del XXI.

El oeste marginal no es sitio donde se radiquen estos inmigrantes y su descendencia, salvo escasas excepciones, justificadas por la operación de negocios en la zona.

Entonces hay que afirmar y subrayar, que la masificación del oeste y noroeste “maracuchos” vino principalmente de la migración colombiana, incluidos los integrantes de la etnia wayúu, que mayoritariamente son oriundos del Departamento Guajira de Colombia.

Las cifras de población de algunas localidades que eran aldeas y pasaron a convertirse en “ciudades petróleo” (Rodolfo Quintero, 1968), nos ayudan a constatar la magnitud del efecto generado en nuestra sociedad por la actividad petrolera.

1920 1950 1961

Maracaibo 46.706 235.700 421.4005

Cabimas 1.940 42.300 92.700

Lagunillas 982 24.400 54.200

La Concepción 3.709 33.000 170.000

El porcentaje de aumento en diez años (1950-1961) para Maracaibo es del 79%; mientras que Cabimas crece un 119%, Lagunillas 123%, y La Concepción con un 414%, lo que de seguro debe ser una cifra récord en la demografía mundial.

En 1883, según diversas fuentes, Maracaibo tenía una población de 30.600 habitantes, con extranjeros esencialmente vascos, catalanes, alemanes y castellanos. En 1936 el registro asciende a 110 mil; en 1949 son 218.682; en el 2000 llegamos a 1.372.724 habitantes, y en 2011 a 1.459.448; actualmente se estima una población cercana a dos millones quinientas mil personas.

Los Censos oficiales indican para el Zulia las siguientes cifras:

1941= 345.667

1950= 560.336

1961= 919.863

1971= 1.299.030

1981= 1.674.252

1990= 2.235.305

2001= 2.983.679

2011= 3.704.404

El crecimiento demográfico absoluto durante medio siglo de relativa bonanza petrolera desde 1941 a 1990 fue de 1.889.638 habitantes, y de 2.638.012 si lo medimos hasta el 2001, representando un incremento del 863%; una explosión poblacional sin precedentes ni punto de comparación en latitudes similares.

Más impresionante si comparamos estos parámetros para estados cercanos con relativa economía pero sin el impacto directo del circuito petrolero, como Lara, que pasó en el mismo período de 332.975 a 1.556.415 para un 467%, Anzoátegui que también califica como estado petrolero pasó de 155.746 a 1.222.225 para un 784%, Trujillo de 264.270 a 608.563 para un 230%, y Yaracuy de 127.030 a 499.049 para un 390%.

Estos números trazan un diagrama que desde las representaciones formales de las estadísticas nos señalan un fenómeno social complejo, con profundas implicaciones culturales que, en el caso de Maracaibo, fue configurando la ciudad como mosaico de idiosincrasias diferenciadas, donde barriadas completas de inmigrantes colombianos se empeñaron en trasponer el modo de vida del lugar de su procedencia y comunidades wayúu se asentaron físicamente en un lugar distinto al que alberga sus espíritus, por lo que nuevas generaciones de maracaiberas y maracaiberos han crecido sin conexiones ancestrales a la ciudad, debilitando su arraigo y fragilizando su sentido de pertenencia. Todo ello complica la posibilidad de construir ciudadanía.

Cuál modelo de ciudad nos propone construir la Doctrina Bolivariana

La ciudad mosaico desarraigada atenta contra el concepto esencial del socialismo bolivariano, cuyo rango filosófico va desde el buen vivir al bien común. El crecimiento demográfico abrupto con el consiguiente engrosamiento de los cordones de miseria, condena a esas personas a vivir como presos en un enjambre de concreto y asfalto, ruido, contaminación, basura, colas y estrés. Carente de parques industriales y tecnológicos que promuevan la formación y ocupación del capital humano en condiciones de autoabastecerse de los bienes y servicios requeridos para una vida digna acorde con los tiempos, este anti modelo de ciudad contraría el principio productivo del socialismo, porque la ciudad depende fundamentalmente de la nómina burocrática, los contratos públicos, los servicios bancarios y el comercio supeditado a la importación de productos terminados. Eso sí, este esquema beneficia a la parásita burguesía comercial importadora, que es la que gana con un mercado de millones de seres humanos hacinados en un solo lugar, cercano al puerto donde baja los cachivaches que venderán a las pobres víctimas del consumismo neoliberal reinante.

Repensar la ciudad a partir de hechos estimulantes que despiertan cierto optimismo, como este trabajo admirable emprendido por la Alcaldía Bolivariana de Maracaibo en La Curva de Molina, que entendemos será la antesala para la atención integral del oeste maracaibero, nos animan a concebir algunos principios para delinear ese futuro para la ciudad que queremos:

- La Maracaibo del presente es una ciudad intercultural sin conciencia de su propia complejidad, mosaico de identidades difusas, sin apego a una épica ancestral que eleve el sentido de pertenencia y la estima por lo originario y lo ccolectivo.

- Como mercado con más deseos consumistas que capacidad productiva y más apetencia de ganancias especulativas que consumidores, tiene sin embargo un gran potencial para despegar como eje de realizaciones productivas, si se proponen planes y políticas públicas que lleven a superar los niveles preocupantes de desarraigo y la falta de ejercicios creativos en una economía que en grado preocupante es adicta a la dependencia de importaciones y se mueve de espaldas al interés colectivo.

- El ordenamiento del tránsito de vehículos y transeúntes, y especialmente del comercio en esa plaza central del oeste, puede significar el inicio de la refundación urbana de la ciudad con criterios humanitarios y ecológicos, bajo premisas de convivencia ciudadana que deben irradiar ese espíritu integrador al radio de influencia multitudinario que circunda “La Curva”.

- La intervención integral de “La Curva” debemos convertirla en “un punto de apoyo para cambiar al mundo”; atrevernos a asumir la gobernanza de ese “lejano oeste”, con la presencia permanente del gobierno municipal y demás instancias del Estado que acompañen a la gente trabajadora de esa mitad de Maracaibo a conquistar el sueño irrenunciable de una sociedad justa y solidaria.

- El diseño de políticas públicas para abordar en su multiplicidad de aristas la problemática del oeste, debemos realizarlo con la participación protagónica del liderazgo popular y la gente talentosa que se involucre en la autorrealización de una nueva ciudadanía comprometida con la ciudad.

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