El diario plural del Zulia

Valmore Muñoz Arteaga | Madre Félix, jardinera

Al Colegio Mater Salvatoris

Termino de escuchar Gesänge der Frühe de Robert Schumann. Gesänge der Frühe significa Canciones del Alba, se trata de una obra para piano en 5 movimientos compuesta durante una crisis que anunciaba el deterioro mental y emocional de Schumann. Composición muy original, pero complicada de comprender que, si me lo permiten, terminará siendo la nota introductoria a su muerte. Obra que, repito, no comprendo, pero me conmueve y me conduce, por medio de cierto deseo metafísico, hacia un jardín luminoso capaz de florecer, incluso, en el más espeso invierno.

Jardín que florece de enero a diciembre enturbiando el paso sinuoso del sufrimiento. Sanando herida tras herida, dolor tras dolor, con un aura misteriosa que se escapa entre cada nota, evocando el recuerdo de una vida, que una alegría infinita donde me refugio en silencio para contemplar, en cada verde que varía, una teología, una enseñanza sobre mi relación con Dios. Estoy frente al jardín de la Madre Félix, entre las notas que el delirio sinfónico de Schumann me regala.

La Madre María Félix Torres, fundadora de la Compañía del Salvador y de los colegios Mater Salvatoris, nació en Albelda (Huesca) el 25 de agosto de 1907 y falleció, después de una vida consagrada a la formación de la juventud, en la madrugada del 12 de enero de 2001, a los 93 años de edad. Aunque su deseo más íntimo fue dedicar su vida a Dios, en su fructífero peregrinar, comprendió que esa dedicación se hacía objetiva en el prójimo, de esta manera, también cumplía con la profundidad de la vocación que nos propuso Jesús: amar al prójimo como a nosotros mismos.

Cuando se fundó el Colegio Mater Salvatoris de Caracas (Venezuela) se procuró establecer en su centro un jardín como si todo proviniera de allí, de ese corazón vegetal, de madera fina y Evangelio quemante. La belleza es el centro vital del esfuerzo pedagógico de la Madre Félix. Esfuerzo que bebe sueños en el reposo de la vegetación que, de alguna manera misteriosa, nos enseña a madurar la voluntad de mirar al otro en su interior, provocado por el amor de Dios. Vista dialéctica que nos brinda un atisbo del misterio que somos, que nos hace algo más que apariencia, en la cual se revela una armonía íntima.

Muchas veces, cuando llego temprano al Colegio Mater Salvatoris de Maracaibo y luego de participar en la Eucaristía que inicia la mañana, me siento a contemplar el jardín del colegio. Imagino cómo todo lo que rodea su frescura brotó de su corazón y cómo la Madre Félix, la jardinera del jardín, fue zurciendo, poco a poco, este espacio para que un pequeño vestigio del Paraíso descendiera a la tierra. En esa contemplación la he visto a ella más de una vez. A veces de pie, a veces sentada sobre el pasto, en una meditación silenciosa, mirando profundo hacia el corazón de su jardín como tratando de comprender el dulce palpitar de su corazón, demorándose en ese otro silencio que la habita haciendo que el tiempo se detenga y se volviera fragante.

La contemplo en mi imaginación sonriendo con una sonrisa cuya mirada está puesta en las alturas. Una mirada que se eleva, entre las ramas y el canto de los pajarillos, volviéndose árbol de palabras que dan sombra. Se ve convencida. Un convencimiento que me recordó unas líneas de Byung-Chul Han en las cuales expresa su convencimiento de que existió y que existirá el Jardín del Edén, de un Dios creador, jugador que siempre empieza de nuevo y que así lo va renovando todo. En el convencimiento de que el hombre está obligado a participar en el juego. Que las condiciones de rendimiento en el trabajo atentan contra ese juego, transformando el hacer en algo ciego, vacío, que ha perdido el habla.

La Madre Félix hizo brotar del jardín su proyecto educativo como una manifestación de su responsabilidad para mayor gloria de Dios y de los hermanos que el amor del Señor le presentaba para entregarse y darle sentido a su existencia.

Sigo observándola en silencio en su silencio tan lleno, tan pleno, tan fecundo. En mi silencio, escucho su silencio en el corazón del jardín explicándome sobre el camino desdoblado que recorre el alma del hombre. Uno que recorre el plano humano, por lo general vulgar y limitado, casi siempre a ras de tierra. El otro recorre el plano invisible, espiritual, de orden superior que entronca en la vida eterna y tiene funciones rectoras de la vida temporal, al cual, es recomendable, supeditar el plano humano. A ello se avoco la jardinera del jardín: estimular un proyecto educativo que enseñara a descubrir el camino espiritual que sirviera de motor infatigable al fatigable camino humano. Por ello, qué mejor manera de hacer brotar ese proyecto que desde el corazón siempre verde de un jardín. Las primeras escuelas donde se forjó el pensamiento se desarrollaron en un jardín.

En el jardín donde la Madre Félix es jardinera transita Dante descubriendo, junto a los secretos caminos de hormigas, cómo el amor y la belleza van siempre de la mano formando una escala de perfección al mejor estilo platónico. En el grado inferior, plano humano, la belleza sensible; luego, un grado espiritual: la filosofía y la teología, donde el amor muestra su más sublime esencia, descubriendo que es el sumo bien lo que se busca.

Paz y Bien

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