El diario plural del Zulia

Simón García // Un régimen sin expectativas

El éxito que ha tenido el régimen es su fracaso. Se ha consolidado, desmantelando la democracia, como un autoritarismo hegemónico: concentración del poder en un caudillo y en una reducida macolla; eliminación de la separación de poderes; dominio sobre la fuerza armada; arremetidas contra las organizaciones sindicales, vecinales, estudiantiles o profesionales; reducción al mínimo de la libertad de expresión y uso al máximo de nuevas tecnologías para hacer que los dominados se comporten como el dominador espera.

Es exitoso porque ha mantenido el poder por dos décadas. Pero es un colosal fracaso porque se comporta como un uróbaro que se prolonga a costa de engullirse las condiciones de vida de la mayoría, devorarse la educación, la salud, los recursos naturales y aquellas ventanas de futuro que pudieran recomponer la sociedad devastada.

El círculo de las pérdidas tiene límites. A punto de resignarse a la lona, la sociedad está enviando pequeños impulsos que presagian una nueva estrategia y una renovada conjunción de fuerzas que, junto a la gente, promueva un bloque alternativo al sistema dominante.

No sólo con los opositores actuales, sino con cada persona, organización o institución capaz de transmitir credibilidad, valores, interés en soluciones y amplitud de miras. La iglesia, la academia, Fedecámaras y algunos dirigentes políticos son signos de una concepción de unidad para la libertad y la reconstrucción del país sobre bases distintas al rentismo empresarial y al clientelismo partidista.

Hay que salirse de las tenazas de un gobierno sin oferta creíble y una oposición que no ha podido convertir el descontento del 80% del país en una demanda efectiva de cambio.

Este milagro al revés, producto de la peleadera dirigente, ha permitido que la oposición no asuma el fracaso de su anterior estrategia y mantenga la amenaza catastrófica de retornar a las fantasías de masas mágicamente insurrectas, golpes de estado o invasiones de celuloide con ejércitos extranjeros.

En síntesis, tenemos un gobierno sin expectativas y una oposición a la expectativa. Lo ideal es que el reposicionamiento de las fuerzas de cambio provenga de los partidos y forme parte de su fortalecimiento, pero tardan en asumir el desafío y los que lo han hecho no han encontrado aún cómo mantener el equilibrio en una cuerda sin red de protección, tendida como un peligroso filo de navaja, desde la autocracia a la democracia.

Los esfuerzos de recomponer el G4 tal y como funcionó el 2015 son vana ilusión.

Para superar la fragmentación de la oposición parece inevitable una separación temporal, con reglas para una competencia solidaria, entre las dos opciones opuestas sobre el camino venezolano para recuperar la democracia.

Aunque no sea de inmediato, la unión de la oposición es indispensable para unir al país. Para hacerlo, incluyendo a todas sus fracciones, incluso a quienes se mantienen en un área de aproximación al poder o sostienen diferencias dentro del propio campo dominante, los partidarios del enfoque democrático y electoral tienen que alcanzar logros en términos de vínculos con la sociedad real, aumento de la conciencia cívica y mayores avances en aproximar el país descontento e insumiso.

Es probable que, dada la debilidad de los partidos y el rechazo a los dirigentes opositores, esa unidad pase aún por un desierto electoral con pocos oasis. Pero si queremos demostrar que el pastel existe, hay que comérselo: ir a votar si alguna oposición insiste en la abstención y votar por los mejores si insiste en ir dividida.

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