El diario plural del Zulia

Simón García | Sin exaltaciones ni desalientos

El proyecto original de Chávez, que sedujo a tantos venezolanos de buena fe, es hoy la profundización de los legados negativos de la IV República y el empeoramiento de algunos nuevos. El gobierno de Maduro necesita recomponer legitimidad porque tiene varias candelitas que la consumen: la imposibilidad de pagar un salario mínimo digno; el saqueo de la riqueza pública; la incapacidad para asegurar servicios como electricidad y agua; la asfixia de la economía privada y los graves descuidos en el mantenimiento de la integridad territorial.

El gobierno quiere, pero no puede, apagar esas candelitas. El prolongado tiempo en el poder demostró que su modelo de sociedad y su programa de cambio lograron resultados diametralmente opuestos a los esperados. En las bases chavista se expande el descontento.

Todo el país se indignó; opositores, chavistas y no alineados, cuando el propio gobierno tuvo que develar una trama de corrupción perpetrada por una maraña de ladrones. Las interrogantes y dudas sobre cómo pudieron actuar impunemente en las narices del presidente no han sido respondidas.

El tiempo, aliado del olvido y la impunidad, amenaza con un final de palmaditas y la desaparición definitiva de bienes y dineros de la nación. ¿Hay alguna instancia encargada de vigilar e informar sobre la recuperación de los bienes?

Sólo un cambio de timón decidido por el Presidente y los factores de poder que lo sostienen puede devolverle al oficialismo los apoyos que ha perdido y las causas que ha roto en jirones.

El cambio de conducta desde arriba requiere que Maduro encabece un proceso de reformas que abran una transición con objetivos institucionales, sociales y económicos. Hay débiles asomes, pero no intenciones firmes.

En el campo opositor hay una ´mayoría que desea una transición, pero no cree en ella. Menos en una transición promovida por sectores que estén en la alianza dominante y que comienzan a considerar que el único modo de salvar al país y evitar el derrumbe del proyecto chavista es cambiar sus métodos, sus concepciones y sus objetivos.

Es duro de admitir, pero no es un imposible que en nuestro país se produzca una anulación de la dominación en el ámbito económico y un desplazamiento de la acumulación de recursos y mecanismos de control al plano de las instituciones y la vida política. Dejar a un lado las quimeras y tragedias del socialismo del siglo XXI, restablecer el mercado y crear condiciones para que cada ciudadano pueda tener derecho a trabajar y mejorar su patrimonio puede ser el inicio de un cambio en las reglas de juego.

Una oposición acostumbrada a vivir de ilusiones y concluir en desengaños actúa como si todo el descontento va a generar espontáneamente una avalancha de votos a su favor. Sería excelente, pero hay que tomar en cuenta como eventualidad la formación de un voto condicionado, más consciente, crítico y menos movido por los fuegos artificiales.

La posibilidad de una victoria electoral es el único factor de presión y negociación que tiene la oposición. Pero la exaltación de los que no advierten que hay muchas acciones por emprender y muchos logros que mostrar, sin prepotencia ni exclusiones, puede terminar ahorcándole la cochina

a las fuerzas de cambio. Una tragedia que hay que intentar evitar.

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