El diario plural del Zulia

Simon García // Política o guerra

Haría falta William Gilbert, filósofo, matemático y médico de la reina Isabel I, para explicar la concentración y dispersión que en nuestra política criolla genera la aplicación de estrategias de enfrentamiento absoluto y aniquilación.
La polarización dura, al negar el entendimiento, acciona una proliferación de impulsos que alejan la política de su capacidad para crear un campo opositor unido por firmes objetivos comunes.

Hoy, derrotar electoralmente a los candidatos del gobierno no es uno de esos objetivos y probablemente tardará en serlo, en mala hora para el país y desastrosa para los opositores.

Aplicada a Venezuela, la famosa frase de Clausewitz habría que leerla poniendo el acento en la frase “otros medios”, porque ellos son los que permitirían la sustitución de la violencia y permitirían que lo político pueda ganarle a los espejismos bélicos sobre el cese del régimen.

La continuidad de la politica pasaria a ser la sustitución de balas por votos, de ejércitos por partidos y de enfrentamientos por acuerdos con el fin de establecer unas reglas para acometer la travesía por territorios siempre minados por conflictos de intereses, grandes y pequeños. Un cambio en el tipo de guerra, parecido al del paso-doble que trasforma una marcha militar en paso de un viejo baile de salón.

Ni el país ni la oposición pueden construir pasaderas para acordarse o para ir normalmente de una a otra de las islas de una oposición esclava del rechazo al otro, cada uno de cuyos trozos se fragmentará cada vez más, en la medida que convierta en únicas y verdaderas sus razones parciales. Hoy los polos mayores de la oposición son catódicos y repelentes.

La encuesta Delphos señala una fragmentación en tres franjas. El bloque dominante que, tocando el techo de su capacidad destructiva, seguirá perdiendo tamaño, a menos que surja en su seno un sector reformador. Las hileras de opositores que levantan sus filas de ladrillo, una con Guaidó y otra que ya no lo sigue, situada en un significativo 18%.

La tercera franja, la que se nutre del desafecto con las otras dos, comienza a conformar el país que somos: ahogado en la desesperanza, esquilmada y cansada de la política, sin punto de engarce con abstractas ofertas de reconstrucción de la economía y reconquista de la democracia, mientras bonos y salarios no sirven para comer en casa. Hoy la política del largo plazo, en medio de una tensión de guerra desigual, es para la mayoría una condena a muerte, como lo pensó Keynes en su momento.

Los partidos tradicionales son repartidores ambulantes de fragmentación porque su ley de hierro es una hegemonía que rechaza al que no repita el santo y seña para ser admitido en sus campamentos de ocasión. Hoy no es posible que líderes sociales o independientes sean candidatos de los partidos tradicionales.

La política no puede ser la continuación de un error por otros medios. La respuesta al eterno retorno a la revuelta, la invasión o el golpe comienza por unir a los que creen en el voto y ofrecerles presencia y participación en el proceso del 21n.

Necesitamos una política positiva y activa de centro. No para mitigar el debilitamiento del régimen, sino para atraer sectores suyos a la democratización del país.

Necesitamos una fuerza que, por pequeña que sea inicialmente, detenga la marcha hacia abajo de la oposición y se centre en los que hoy es periférico: la gente.

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