El diario plural del Zulia

¿Quién levantó la tapa del infierno?, por Jorge Sánchez Meleán

Hace veinticinco años, como lo expresa M. Caballero, una sonada militar, atentó contra nuestra Democracia, con “el viejo fantasma del golpe de Estado, enterrado desde hacía treinta años”. Rafael Caldera dijo es esa ocasión, en histórico discurso, que fue un incidente “deplorable y doloroso” pero “felizmente frustrado”. El golpe de 4 de febrero de 1992 fue una conjura contra el sistema democrático que, con sus vicios y defectos, de acuerdo a las encuestas del momento, seguía siendo el preferido por la mayoría de los venezolanos. Pensaba esa mayoría, que “era preferible a cualquier otro tipo”. Los venezolanos solo aspiraban a perfeccionar la democracia, mejorando la justicia, el empleo, la libertad, la igualdad, la productividad, el bienestar, el respeto, la paz, la participación, el abastecimiento, el salario, los procesos electorales, el consenso y sobre todo, el sistema de partidos existente.

Lamentablemente, estos no entendieron el mensaje de rectificación que el líder socialcristiano les enviaba y en conjunto con los notables de la antipolítica, abrieron el camino a los jóvenes insurrectos de entonces, que habiendo llegado al poder, años después, gracias a los mecanismos de la democracia, están acabando con ella. Pero, ¿Quienes eran esos insurrectos? ¿Qué credenciales y méritos tenían?. Eran simplemente jóvenes oficiales, amparados y aupados por generales descontentos que no dieron la cara, que esgrimieron como bandera la lucha contra la corrupción. Apelaron igualmente a los “genios tutelares” de Simón Bolívar, Ezequiel Zamora y Simón Rodríguez a los que han agregado después a Carlos Marx y a Fidel Castro, para justificar el “deplorable y doloroso” incidente que protagonizaron, donde murieron más de 300 venezolanos sin razón alguna.

Esos insurrectos, convertidos hoy en funcionarios públicos, han conformado como afirma M. Caballero, “una especie de fundamentalismo laico y patriótico no muy alejado de los religiosos que azotan el Medio Oriente”. Esos fundamentalistas, representantes del bolivarianismo-militarismo, después de veinticinco años, han acabado con nuestra democracia, convirtiéndola en un autoritarismo competitivo, y tienen sumido al país en la crisis política, económica, social y moral más grave de nuestra historia contemporánea.

Hoy no tenemos Estado de Derecho, ni justicia, ni empleos, ni libertad, ni igualdad, ni productividad, ni bienestar, ni paz, ni abastecimiento, ni salarios justos, ni procesos electorales imparciales, ni mucho menos consenso en los problemas fundamentales del país. Experimentamos sí, la más grande corrupción vista jamás. Por ello, el 4 de febrero no puede considerarse ninguna fecha que requiera ser conmemorada, pues solo fue un golpe de estado, “felizmente frustrado”, que dio paso a un proceso de destrucción de la democracia. Ese día, como lo expresa el gran historiador Ramón J. Velásquez, “alguien levantó la tapa del infierno en donde, luego de décadas de sacrificio de varias generaciones venezolanas, habíamos encerrado a los demonios del militarismo. A partir de ahora, andarán sueltos por ahí. Y yo me pregunto ¿Cuánto sufrimiento nos llevará volverlos a encerrar?” Eso dependerá de lo que hagamos o dejemos de hacer, cada uno de nosotros.

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