Noel Álvarez // La planta de Bartolo
La literatura es un hecho cultural que no ha sido ajeno a ningún tiempo en la historia de la humanidad. Por ser un tópico fascinante, me he sentido atraído por él desde que lo descubrí llevado por la sabia conducción de mi maestro de 5to y 6to grado: Luis Alirio Arriaga. Los estímulos positivos que me suministraba mi tutor, me ayudaron a desarrollar el hábito por la lectura y escritura, desde temprana edad. Esas inquietudes serían reforzadas en mi hogar paterno, allá en el lar trujillano.
La literatura trabaja desde la ilusión y la metáfora. Los tiempos, en los que las palabras están prohibidas por los autócratas, dan lugar a la búsqueda de intersticios, de espacios de resistencia desde donde poder expresar las opiniones que han sido vetadas por los ejecutores del terror. El campo de la Literatura Infantil y Juvenil, siempre ha estado muy permeado por el adoctrinamiento para la construcción de la personalidad del individuo. Esto es tan cierto que, cuando un padre elige un libro para su hijo, quiere que este le sea útil, que le enseñe a cuidar la naturaleza, a portarse bien, entre otras cosas. Sin embargo, la literatura como todo arte lo que hace es invitar a jugar al sujeto, lo lleva a preguntarse sobre sí mismo y no necesariamente tiene un fin moralizador o ejemplificador.
En días recientes, la generosidad de unos vecinos de parroquia, quienes me regalaron un estridente y variado repertorio musical , hasta las cuatro de la madrugada, me permitió tener un espacio de reflexión y lo enfoqué sobre el afán que muestran los dictadores para sacar de circulación algunos textos de literatura infantil como es el caso de La planta de Bartolo, un cuento que pertenece al género literario narrativo, que forma parte del libro la “Torre de Cubos” de la escritora argentina Laura Devetach. Este folleto se editó por primera vez en 1966 y fue prohibido durante la dictadura militar entre los años 1976 y 1983.
No es casual que el tema de los vetos literarios venga a mi memoria, cuando está próximo a cumplirse un aniversario más del golpe de Estado que dio al traste con la democracia argentina y cuando otras latitudes están siendo escenario de experimentos autoritarios que siembran de espinas los caminos democráticos para que perezcan aguijoneados aquellos que se oponen a su deriva autocrática.
La planta de Bartolo, refleja toda la riqueza poética de la autora, nutriendo el relato fantástico con hechos y vivencias reales, permitiendo a los niños entablar una relación entre el mundo real y el imaginario. En esta fábula se refleja el mensaje de solidaridad, dignidad, amistad y la acción colectiva incentivando a los niños a la libertad, la utopía y la lucha por un mundo mejor.
El cuento dice que un niño gaucho llamado Bartolo plantó un cuaderno en la tierra y al tiempo creció una planta que daba cuadernos como esos que les gustan a los muchachos en edad escolar. Eran hermosísimos. De tapas duras con muchas hojas muy blancas que invitaban a hacer sumas, restas y dibujitos. El jovencito salió a la calle con las libretas para regalarlas a los niños que no podían comprarlas. Pero el vendedor de cuadernos, personaje antagónico, que representa a los líderes militares controladores del poder, se oposo a la libre circulación de las libretas.
El vendedor de cuadernos, intentará persuadir a Bartolo con todo tipo de maravillas, dulces y juguetes para que le venda su planta, pero el niño no cede porque quiere que todos puedan aprender, escribir y dibujar sin límites. Es un libro plagado de personajes impredecibles que sortean situaciones de manera creativa, asegurando giros inesperados y mucha aventura. Este y otros libros fueron prohibidos por la dictadura, según ellos, por su ‘exceso de fantasía’ hecho considerado peligroso porque llevaba la mente a pensar otro orden del mundo. Según la dictadura estos libros atentaban contra la moral. Pese a la prohibición, los textos siguieron circulando de mano en mano, entre las maestras.
Próximo a cumplirse 44 años del golpe que instauró la persecución y el terrorismo de estado en la etapa más oscura de Argentina, relatos censurados como La planta de Bartolo” se vuelven imprescindibles y pueden servir como puertas de entrada para trabajar en las escuelas, en los barrios, en las familias, en las comunidades. Para construir una sociedad que, sobre la base de la memoria, la verdad y la justicia, no vuelva a repetir sus etapas más oscuras.