El diario plural del Zulia

Los facilitadores no la tienen fácil, por Vladimir Villegas

En torno al diálogo hay buenas y malas noticias, marchas y contramarchas, desconfianza mutua, falta de señales, falta de objetivos comunes específicos, carencia de espíritu de verdadera reconciliación, ausencia de coraje para dar pasos históricos en función no solo de la paz sino también de la justicia y de un país donde sus ciudadanos no pierdan la condición de tales en medio del desastre económico y social en el cual habitamos.

Los facilitadores, encabezados por el expresidente José Luis Rodríguez Zapatero, grupo al cual debe incorporarse de un momento a otro el nuncio apostólico de su santidad Francisco en Caracas, Aldo Giordano, están, como se dice en criollo, “bailando en un tusero”, en medio de tantas marchas y contramarchas de los “ interlocutores”. Estamos ante un complejo proceso político en el cual quienes tienen el Gobierno en sus manos no dan señales creíbles de que estén dispuestos a un diálogo realmente productivo. Y en la oposición también apreciamos no solo una profunda desconfianza hacia lo que representan Nicolás Maduro y quienes lo acompañan en su gestión sino ausencia de unanimidad sobre la conveniencia o no de sentarse.

Por si fuera poco, los insultos cruzados son ingredientes que le dan un mal sabor a la receta del diálogo. Lo “empichacan”, lo hacen cuesta arriba. No hay ni siquiera un pre-acuerdo para dejar guardado en un estante del cerebro la pedrada verbal que queremos lanzarle al otro. Y para colmo de males, no dejan de producirse acciones violentas contra movilizaciones u otros actos políticos de la oposición. Estar en los zapatos de Zapatero y su equipo no es nada envidiable en una circunstancia como la actual. Corren el riesgo de salir de Venezuela con las tablas en la cabeza. Todo parece indicar que los facilitadores van a necesitar facilitadores que les faciliten la tarea. Así de redundante.

Lo de menos es que los facilitadores se enfrenten al fracaso en una gestión como la que pretenden emprender. Eso sería para ellos un revés personal, la imposibilidad de exhibir un éxito diplomático y político. Pero hasta allí. Solo un problema menor. El peso mayor de un fracaso lo vamos a sentir en Venezuela los venezolanos. La ausencia de acuerdos mínimos nos coloca en la perspectiva cierta de una confrontación a gran escala, sin árbitros creí- bles, que funcionen, que eviten los golpes bajos, las jugadas sucias.

Un país donde ninguna institución pueda sacar tarjeta amarilla o roja, según el caso, porque carezca de fuerza, autoridad o decisión para hacerlo, va directo al caos. Precisamente en nuestro país necesitamos, gobierne quien gobierne, un proceso de re-institucionalización. Para que tengamos un consenso mínimo en el respeto a las reglas de juego, para que funcione de alguna manera un sistema de contrapesos. Que las instituciones colaboren entre ellas para el logro de los fines del Estado, sin que ninguna aplaste o someta a las otras y sin que ninguna tenga temor o dudas a la hora de ejercer sus competencias plenamente.

No sé si los protagonistas de la política, de uno u otro bloque, tienen real consciencia de lo que nos estamos jugando. Percibimos que el diablo está siendo llamado de mil maneras, y luego no habrá forma de que se retire sin dejar daños incalculables y seguramente irreversibles. Por eso es importante el rol de los facilitadores y que no cesen en su esfuerzo de ponerle rayas claras al terreno de juego, y que asuman que cualquier solución pací ca a la crisis venezolana pasa por el respeto a la Constitución, no por ignorarla o pasarle por encima. Y que su rol no es el de favorecer a uno de los sectores sino trabajar para un entendimiento que a la larga se traduzca en plenas garantías para el ejercicio de la democracia, en los términos establecidos por el texto constitucional.

 

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