El diario plural del Zulia

La esperanza, por León Sarcos

Para mí, una necesidad ontológica tan corta como la vida y tan larga como la eternidad. Entre incontables definiciones tenemos la aséptica y fría de la RAE, que dice: Estado de ánimo que surge cuando se presenta como alcanzable lo que se desea. La Cristiana: virtud teologal por la que se espera que Dios dé los bienes que ha ofrecido.

A ellas responde Francesco Alberoni, en su brillante tratado sobre la esperanza: ¡No! ¡No!. Para entender la esperanza hay que partir de su opuesto, la desesperación. La que experimenta el enfermo diagnosticado de cáncer, que la asume cuando llega el tratamiento que le da una posibilidad de prolongar su vida. La del condenado a muerte, cuando la Corte Suprema da curso a una apelación que suspende temporalmente la ejecución. La de la joven que está a punto de ser violada y escucha el canto de una sirena policial.

Dice Alberoni: Entre la desesperación y la esperanza no hay grados intermedios, solo hay un salto abismal, del todo a la nada, del anonadamiento a la vida, a la sonrisa, al deseo de futuro, a la capacidad de hacer proyectos. La esperanza no es una vaga posibilidad, un tenue resplandor, una espera incierta y temerosa. Es una luz que destroza las tinieblas, es una ola de calor que nos reconforta, que nos hace renacer.

Por eso en los ejemplos que nos ilustran, el paso de la desesperación a la esperanza no es un paso de la incertidumbre a la certeza. No, al contrario. Es un paso de la certeza a la posibilidad. Porque la vida consiste en eso, en entreabrirse hacia lo posible, en abrirse hacia el horizonte del futuro. El horizonte es la vida. La esperanza proviene del deseo. Del deseo del amor, del deseo de expresarnos, del deseo de libertad.

Cuando nos enamoramos sentimos que es imposible vivir sin la presencia del ser amado; en cada ocasión nos confirmamos en un nuevo encuentro y cuando no estamos junto a ella nos embriaga la nostalgia por su sonrisa, lejos de su  gura podríamos enloquecer, si no fuera por la esperanza de volverla a ver y a tener de nuevo en nuestros brazos.

Ese don de la esperanza en el amor puede ser igualmente rico y creativo cuando formamos parte de una sociedad oprimida y nos sentimos indigna e injustamente tratados. Toda visión de un mundo feliz, lleno de justicia, bienestar y equidad para todos nace de la esperanza de rescate, de la liberación de los gobernantes que nos someten.

Es la esperanza de los negros en las barracas de los algodonales del sur durante la Guerra de Secesión en los Estados Unidos, la de los jóvenes ucranianos cuando dieron inicio y sostuvieron una protesta de más de 93 días en el invierno de 2013, o la de nuestros gloriosos y abnegados jóvenes que llevan casi 60 días en una larga protesta, que por primera vez después de 18 penosos años amenaza la gobernabilidad de la dictadura.

Hay un acontecimiento luminoso de humanidad y belleza que me gustaría regalar a esos insignes patriotas, que todos los días salen a jugarse la vida, con su modesto morral a cuestas y el pensamiento lleno de sueños y esperanzas.

Cuentan que cuando Alejandro Magno dejó Grecia para partir a la conquista de Asia, entregó a sus amigos todo su patrimonio: Tierras, bosques, aldeas, e incluso las aduanas de los puertos y todas sus rentas.

Una vez terminada la repartición de sus bienes personales, uno de sus amigos personales, Perdicca, le preguntó si había conservado alguna cosa para sí mismo, aunque solo fuera como recuerdo. Y Alejandro, mirándolo, le respondió: Sí, la esperanza. Entonces Perdicca renunció a la parte que le había sido donada y le dijo: A nosotros, que iremos a combatir a tu lado, déjanos, aunque sea, compartir tu esperanza.

 

 

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