El diario plural del Zulia

La era posverdad, por Antonio Pérez Esclarín

Hoy se comienza a hablar de que vivimos en la era posverdad, es decir, en tiempos donde la verdad ya no es prioritaria, pues se miente sin el menor pudor y se banalizan los hechos y las noticias para asegurarse la atención y los comentarios del público. Ya no importan la verdad demostrable ni la noticia cierta, sino la activación de emociones y de reacciones inmediatas, para lo cual se aprovecha la abundancia de canales que carecen de verificadores. Como escribió la directora del periódico inglés The Guardian, Katharine Viner, “la nueva medida de valor para demasiados medios es la viralidad, en vez de la verdad o la calidad”. El objetivo de muchos de ellos consiste en satisfacer los impulsos más primarios de los lectores aun a costa de abdicar de los principios éticos. Esto mismo lo podríamos extender, y con más razón, a los discursos de numerosos políticos y gobernantes.

El pre jo pos puede denotar una situación ya superada, pero no necesariamente desaparecida. Así, al mencionar “la era posindustrial” no se pretende señalar que no existan industrias, sino que ese sector dejó de ejercer su papel fundamental. De igual modo, era posverdad no significa que la verdad ya no existe o que se haya evaporado, sino que ha dejado de ser prioritaria, con lo que se abren las puertas al engaño, la estafa, el bulo, la falsedad, algo que ya se había impuesto con la publicidad y las propagandas. Lo importante no es la objetividad y los hechos, sino el suscitar comentarios y emociones sobre la versión interesada o falseada de ellos.

El engaño siempre existió, pero antes todos decían luchar contra él. Ahora, por el contrario, se empieza a cultivar como una buena técnica profesional el revoltijo de trampas de lenguaje basadas en el sensacionalismo, los sobrentendidos, la insinuación, la alusión, la presuposición. Por ello, pienso que si nos quedara algún vestigio de dignidad, habría que tener el valor de llamar la “era de la posverdad”, como la “era de la manipulación”.

Por otra parte, la super cialidad, el sensacionalismo y en definitiva, la falta de ética, no solo están acabando con la verdad, sino también con la seriedad y la profundidad. Hoy se interpreta el mundo a golpe de tuit. En las redes sociales tiene tanta importancia lo que dice un pensador o un historiador serios que lo que dice un idiota. Los 140 caracteres del tuit pueden resultar más importantes que un libro, y además nos evitan su lectura. La universalización de la información ha llevado consigo la universalización del rumor, del engaño y del escándalo. Y si el receptor no está educado y no tiene criterio para discernir qué es o no importante, se pierde en esa maraña informativa donde abundan los rumores y las mentiras, porque lo importante ya no es informar sino escandalizar, impresionar, engañar o generar comentarios, lo que demuestra la mediocridad moral que estamos viviendo. De ahí que solo la verdadera cultura y la educación crítica podrá salvarnos. Y si como dijo Jesús “la verdad les hará libres”, también es bien cierto que “solos los libres podrán ser verdaderos”.

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