El diario plural del Zulia

Gehard Cartay | Burlados, humillados y ofendidos

El peor crimen que ha cometido esa oligarquía inepta, corrupta e insensible en el poder es haber condenado a los venezolanos a sufrir los peores niveles de calidad de vida en mucho tiempo.

¿Hay, acaso, alguien que pueda dudar que Venezuela hoy en día es lo más parecido a un infierno? Malvivimos en un país colapsado, cuyos numerosísimos males se agravan cada vez más, sin que el régimen haga el más mínimo esfuerzo por resolver al menos uno de los tantos problemas que ha agravado o creado en estos últimos 23 años.

Esto todos lo sabemos, dirá alguien, porque la mayor parte los padece diariamente. Pero esa no debería ser razón para no insistir cada vez que sea posible. Lo digo porque se percibe en ciertos sectores una suerte de resignación que ha hecho que muchos terminen aceptando todo este calvario como algo normal. Difícilmente en otro país la población se calaría pasivamente el calvario que aquí soportamos con estoicismo y conformismo pocas veces visto.

A todo esto hay que agregar el colosal saqueo que hemos padecido los venezolanos en las últimas dos décadas con el robo descarado e impune de los recursos del patrimonio público por parte de la cúpula podrida del régimen y sus testaferros, cuyas cantidades son realmente escandalosas, y que algunos calculan en varios centenares de miles de millones de dólares. Se trata, sin duda, del mayor robo a los recursos de un país en la historia universal, seguramente.

La última muestra, “pequeña” si se la compara con el monto total de los recursos que han saqueado y dilapidado, pero admitida por Maduro y su cúpula podrida, alcanza a tres mil millones de dólares, oportunidad que han aprovechado para condenar a otra mafia competidora de delincuentes incrustada en Pdvsa. Por supuesto que no se trata de una batalla contra la corrupción, como la han pretendido hacer aparecer ante la opinión pública, asumiendo los denunciantes el papel de “honestos”, sino de un enfrentamiento entre bandas criminales que pretenden seguir controlando el Estado venezolano, sus recursos y su petróleo. La verdad es que muy pocos pendejos pueden tragarse ese cuento de que el actual régimen realiza una “cruzada” contra sus corruptos.

Ante este panorama y ante la absurda falta de reacción de la comunidad nacional surgen varias interrogantes: ¿Qué nos pasa a los venezolanos? ¿Dónde ha quedado nuestra dignidad y autoestima? ¿Qué se hizo aquello del “bravo pueblo”? ¿A dónde fue a parar la jaquetonería de llamarnos “los hijos de Bolívar”? ¿Ya no tenemos la contextura moral y recia que animó a quienes que lucharon por nuestra independencia en los años iniciales del siglo XIX?

Porque lo más grave es que mientras nuestra tragedia nacional se agrava, el régimen sigue humillando y ofendiendo a los venezolanos, con una dosis adicional de burla, como lo demuestran las publicaciones de Maduro en las redes sociales. Este no se cansa de afirmar que hoy en Venezuela vivimos “muy bien”, que no hay problemas graves, que todos estamos “contentos y felices” y, por tanto, “agradecidos” del “excelente” desempeño del régimen. Se trata, insisto, de una burla inaceptable, de un cinismo sin precedentes, de un caradurismo vulgar y de una irresponsabilidad total.

Por supuesto que también sabemos que la oligarquía chavomadurista no sufre el suplicio que padecemos la mayoría de los venezolanos. Ellos, aislados en Miraflores, en sus palacios y edificios públicos, en sus mansiones fastuosas, en sus costosas camionetas blindadas, en sus aviones privados, en sus restaurantes y bares de lujo o en sus viajes milyunochescos por el mundo, no tienen, por ejemplo, que pasar noches y días en larguísimas colas para surtir sus vehículos con gasolina dolarizada -la más cara del mundo-, como hoy acontece en casi todo el territorio nacional, con excepción de Caracas.

Tampoco sufren la criminal extinción de la seguridad social que tuvimos hasta hace algunos años, ni el desastre de la salud pública -que ha convertido en pocilgas ineficientes e inútiles a los hospitales y centros de salud-, ni los miserables sueldos de los empleados públicos, maestros y profesores, ni las pobrísimas pensiones de los jubilados, ni las continuas fallas del servicio eléctrico, del suministro de gas doméstico y de agua potable, para no hablar del alto costo de la vida, de nuestra cada vez más depauperada clase media y de los pobres cada vez más necesitados.

Llegamos a esta terrible situación porque algunos estaban hartos de la partidocracia “puntofijista” y se lanzaron al vacío, sin medir las consecuencias, votando por un militar golpista y resentido. Ahora todos, los que lo apoyaron y los que no hicimos, sufrimos las trágicas consecuencias de aquel desacierto colectivo.

Desde 1999 han acabado con un país que marchaba -a pesar de sus problemas- hacia su desarrollo; nos han empobrecido a todos, mientras ellos se han enriquecido groseramente; destruyeron nuestra democracia, ejemplar en muchos sentidos desde 1959, persiguiendo y reprimiendo a los adversarios; arruinaron la economía; saquearon y desmantelaron la industria petrolera, que destacaba entre las mejores del mundo; y, al final, sólo nos han dejado miseria, desempleo y corrupción.

En fin: son muchísimas las calamidades que ha traído consigo el régimen chavomadurista, pero hay tres que sobresalen por sus daños casi irreversibles: el genocidio que acaba con las vidas de muchos venezolanos, a causa de la falta de atención médica, los sueldos miserables y la eliminación de la seguridad social; la pobreza que hunde a millones de compatriotas, condenándolos al hambre y la marginalidad; y la corrupción de la cúpula gobernante y sus testaferros, causante directa de las dos anteriores junto a las políticas económicas del “socialismo del siglo XXI”.

Esa colosal corrupción, nunca antes vista en Venezuela, ha arruinado al país, empobrecido a los venezolanos y deteriorado nuestra calidad de vida, insisto. Por eso es que la corrupción no es un problema adicional de la hecatombre producida por el chavomadurismo, sino el problema central que ha agravado todos los demás. Por eso deben salir del poder, y cuanto antes mejor.

La verdad es que, si fueran honestos, deberían renunciar y asumir su responsabilidad por el descomunal fracaso a que han conducido al país, luego de haber mandado por largo tiempo y dilapidado una montaña de petrodólares, con los cuales se hubieran podido resolver todos nuestros problemas.

No lo harán, por supuesto. Su concupiscencia, codicia y disfrute obsceno del poder no se los permite. Pretenden seguir ejerciéndolo sin importarles el sufrimiento de millones de venezolanos, hoy hundidos en un océano de problemas y dificultades. Pero no será para siempre. Pronto saldrán del poder y tendrán que enfrentar sus crímenes.

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