El diario plural del Zulia

El valor de la palabra, por Antonio Pérez Esclarín

Si según el Génesis, Dios habla y con su palabra crea, las palabras nos hacen a los hombres y mujeres dioses: con ellas podemos fortalecer la vida o asfixiarla, expresar amor u odio; podemos animar, entusiasmar, o podemos desanimar, aplastar, destruir. Hay palabras que son golpes, puños, bofetadas. Y palabras que son caricias, estímulos, abrazos. Lamentablemente, en Venezuela, se ha promovido una cultura que utiliza la cabeza no para pensar sino para embestir, y la palabra como una especie de pedrada para golpear y herir.

Además, hemos vaciado a las palabras de sentido, y con frecuencia, las utilizamos para expresar cosas totalmente distintas y hasta opuestas a su significado original. Llamamos libertad a la arbitrariedad y el capricho; negocio a la más grosera especulación y robo; diplomacia al engaño y la mentira; sinceridad a la falta de verdad y de respeto; socialismo al capitalismo de Estado; amor al pueblo a su utilización; compromiso ético a la avaricia y corrupción.

En Venezuela, estamos viviendo una gravísima devaluación de la palabra, que es incluso peor que la devaluación del bolívar, y expresa y mantiene la abrumadora devaluación de la ética y de la política. Palabras como socialismo, revolución, pueblo, constitución…, se usan y abusan tanto, y se les otorga significados tan diversos e interesados que terminan convirtiéndose en meros fetiches, palabras infladas, sin nada adentro. Los mercaderes de la política y los negocios han matado las palabras, y las han convertido en meras cáscaras huecas, en sonidos sin alma, con los que pretenden engañarnos y manipularnos. Y si las palabras escasamente significan algo o las forzamos para que signifiquen lo que nos interesa, no tenemos posibilidad de comunicarnos ni entendernos.

No hay peor esclavitud que la mentira: ella oprime, esclaviza. No hay nada más despreciable que la elocuencia de una persona que no dice la verdad. Hay que liberar la conciencia diciendo siempre la verdad. Es preferible molestar con la verdad que complacer con adulaciones. Como bien lo dijo Jesús: “La verdad les hará libres”. La verdad libera de las propias falsedades y arrogancia, de los miedos y ataduras.

Ernesto Sábato deplora la pérdida del valor de la palabra y añora los tiempos en que las personas eran “hombres y mujeres de palabra”, que respondían por ellas: “Algo notable es el valor que aquella gente daba a las palabras. De ninguna manera eran un arma para justificar los hechos. Hoy todas las interpretaciones son válidas y las palabras sirven más para descargarnos de nuestras actos que para responder por ellos”.

Pero es imposible construir un mejor país, si la palabra no tiene valor alguno, si lo falso y lo verdadero son medios igualmente válidos para lograr los objetivos, si ya nunca vamos a estar seguros de qué es verdad y qué es mentira. Hemos convertido a Venezuela en una verdadera Torre de Babel en la que, al matar el valor de la palabra, es imposible comunicarnos y entendernos. Por ello, necesitamos un nuevo Pentecostés, ser avivados por el Espíritu de la Verdad que nos lleve a entendernos a pesar de hablar lenguas diferentes y nos llene de valor para construir un país y un mundo mejor, según el sueño de Dios.

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