El diario plural del Zulia

El apresuramiento como estilo de vida, por Dr. Msc. Manuel Ocando

Segundos antes de que la luz verde de un semáforo prenda, los primeros en la  la ya han iniciado la marcha, respondiendo a una señal que parece haberse incorporado en nuestros cerebros y que nos dice que nunca debemos esperar. Luego de habernos formado con un esquema de exámenes escolares con tiempo limitado que nos forzaban a ir tan rápido como pudiéramos, hoy en día no podemos reprimir el impulso de encender el teléfono móvil apenas aterriza el avión o criticar lo que tarda la computadora en encenderse o en apagarse.

Convencidos de que esperar es perjudicial, forzamos a que se tomen decisiones más rápidas, y al mañana para que llegue hoy. El problema es que cuanto más apresurados vayamos, más cosas pretenderemos llevar a cabo y, como en un círculo vicioso, cuando hacemos más cosas se acrecienta aun más el número de aquellas actividades que creemos ineludibles hacer. La prisa ha llegado a convertirse en un estilo de vida. Gregorio Marañón lo expreso muy sabiamente: “En este siglo acabaremos con las enfermedades, pero nos matará la prisa”.

La cultura moderna asocia el ir rápido con ser más feliz y con ser más inteligente. Y el estar desocupado con sensación de pérdida de tiempo, incluso falta de autoestima de acuerdo con la opinión de algunos psicólogos. Paradójicamente, este mundo de altas velocidades, en el que halagamos a quienes corren y en el que adoramos los aparatos que hacen en segundos lo que antes tardaba días completos, no parece darnos más tiempo libre, sino menos. La prontitud no nos ha llevado a tener más tiempo de ocio, sino a tener que hacer más cosas en un tiempo menor y, en consecuencia, a permanecer sobrecargados y bajo la influencia del estrés, incapaces de comprender que nuestra dificultad para concentrarnos no es una enfermedad, sino producto de nuestro estilo de vida.

No sería justo negarle a la prisa su cara positiva, puesto que crea un mundo de creciente efectividad, pero deberíamos reconsiderar su influencia en nuestras vidas y establecer hasta qué punto la velocidad se nos ha impuesto y nos niega placeres, reflexiones profundas y mejores posibilidades de vida. Por lo que podemos armar que la rapidez considerada como una virtud, produce un desenfreno, que es la prisa.

Como experto en el funcionamiento de la mente, el doctor Edwardm Hallowell, profesor de psiquiatría de la Facultad de Medicina de Harvard durante más de 20 años, ha abordado las preguntas sobre el modo en que la vida moderna afecta la manera en que pensamos, sentimos y actuamos. A su juicio, el estado de frenesí al que nos arroja el mundo contemporáneo hace que nuestros cerebros corran desenfrenados y, al hacerlo, reduzcan considerablemente su e cacia y energía. En este frenesí se encuentra el origen de un malestar colectivo cada vez más extendido en el que las personas llevan una, vida angustiada, solitaria y desdichada. “Saber aplicar los frenos a nuestras mentes nos permite pasar de ese exaltado estado de frenesí, fragmentación y frustración, que el Dr. Hallowell denomina estado F, a un apacible estado C, en el que cultivamos grandes ideas, cuidamos lo importante, controlamos nuestras vidas y nos conectamos con la existencia eliminando lo inútil”. Sin embargo, a pesar de las múltiples angustias que el mundo moderno trata de imponernos continuamente, podríamos recuperar el tiempo para recapacitar sobre lo fundamental y trascendental, conectar con otras personas, alimentar nuestras emociones y disfrutar nuestro efímero paso por el mundo.

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