El diario plural del Zulia

El discurso de Felipe, por Luis Vicente León

Quiero compartir con ustedes unas palabras que me conmovieron. Se trata del discurso que dio un hombre llamado Felipe. No me refiero a Don Felipe de Borbón, sino a Felipe a secas, un joven venezolano cuya vida ha sido muy distinta. Felipe fue quien habló en el evento de la Fundación Embajadores Comunitarios. Nació en un barrio muy pobre de Caracas, pero mejor dejo que sea el mismo quien explique qué significa eso: que sea la palabra de Felipe la que nos explique por qué no importa dónde nazcas, sino tener la voluntad y el apoyo necesario para poder cambiar tu vida y tu país. “Los barrios no van a desaparecer ni se van a mudar. Sólo podemos volverlos un espacio más confiable y cercano a la ciudad. Y para lograr esto cada uno de sus habitantes debe pensar con determinación: volvernos ciudadanos.

Aquí, en mi barrio, se ve de todo. Los muertos caen al lado de niños de cinco o 12 años que se la pasan jugando fútbol, básquetbol o béisbol. Más allá de toda esta lamentable situación a la que debemos sobrevivir, Embajadores Comunitarios me enseñó a enfrentar la vida sin estar preparado y a estar preparado para enfrentar la vida. Esta frase es la que describe mi participación en la Fundación. Como podrán haberse dado cuenta está dividida en dos partes. Y eso es lo que ha pasado desde que decidí embarcarme en esta experiencia: mi vida se ha dividido en dos partes.

Primero, enfrentar la vida sin estar preparado. Mi lengua materna es el habla del barrio, por eso los códigos de lo popular no me sorprenden ni me escandalizan. Mi primer hogar fue una casa bastante pequeña en Los Ranchitos. Mi papá me abandonó a los seis meses de nacido, lo he visto sólo tres veces en mi vida y eso no ha sido motivo para convertirme en un homicida, un ladrón ni un drogadicto. Desde muy pequeño tenía la idea de ser un actor de películas. Y esa idea surgía porque cada vez que iba al colegio debía correr junto a mi tía para que alguna bala de aquellos tiroteos no nos malograra. Al llegar a casa, me identificaba con los superhéroes de la televisión: siempre estaban en peligro, pero nunca morían. Era ese joven que, aunque no estaba en malos pasos, tampoco llevaba una buena formación. Dentro de mi vocabulario era muy común haiga, hubieron, fuera sido, no me di de cuenta, a la final, pri, menol, llégate, lacra… y un montón de palabras que ya hasta desaparecieron de mi mente. La verdad es que era ese niño que vivía en el mundo pero que no sabía que había un mundo por vivir.

Sin embargo, Embajadores Comunitarios también me enseñó a estar preparado para enfrentar la vida. Lo primero que le agradezco es haberme enseñado que existe algo que se llama “universidad” y hacer de mí un joven a quien hoy le gusta leer. Con esto he aprendido que la meritocracia le da el verdadero valor a las cosas, que las hace más competentes, más justas y más equitativas. Esta organización me inculcó que el trabajo garantiza el éxito. Me dio una familia. Con estas personas descubrí que para lograr una vida con dignidad, justicia y belleza no se necesitan el autoritarismo ni el militarismo de ahora, ni el cogollismo de antes: se necesita educación de calidad y empleos productivos. Por todas estas cosas, y muchas más, es que aunque me toque salir arrastrado de mi zona los fines de semana por las balas, lo haré. Porque mientras yo persigo las oportunidades, trataré de que las balas no me persigan a mí”.

Éste es el típico caso en que aquello que das es infinitamente menor que lo que recibes, porque Felipe y sus amigos nos devuelven la esperanza y la certeza de que sí se puede tener el país que merecemos.

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