El diario plural del Zulia

Diario de Bucaramanga, por Ángel Lombardi

Mientras más estudiamos menos sabemos. Hay dos obras apologéticas en forma de memorias que han sido las preferidas por los biógrafos del Libertador Simón Bolívar. Una es la muy voluminosa del irlandés Florencio O’Leary, la otra más breve, se le atribuye al francés Luis Perú de Lacroix (1780-1837).

Dice la inapelable Wikipedia: “El manuscrito narra en forma detallada la estadía de Simón Bolívar en Bucaramanga en 1828, dejando entrever sus pensamientos políticos, creencias y diversos aspectos de su vida privada como sus alimentos preferidos, su gusto por el juego y el baile, sus costumbres de aristócrata e incluso sus episodios de cólera”. He leído la edición de José Agustín Catalá del año 2003 con la coletilla: “sin mutilaciones”.

En realidad el Diario de Bucaramanga, publicado por primera vez en 1812, es un escrito propio de una chismografía rampante. Perú de La Croix es uno de los tantos mercenarios extranjeros que quedaron sin trabajo luego de las guerras napoleónicas en Europa y se trasladó a la América del Sur para arrimarse a la causa independentista en la indisimulada búsqueda de cargos, ascensos y honores. Muy poco de ese desprendimiento heroico del que nos hablan los libros de historia al uso, vinculados con una idea de patria alrededor del culto a Bolívar y a la “gesta” de la Independencia.

Hay muchos aspectos rescatables para intentar un acercamiento psicológico de Simón Bolívar en un momento clave de su vida política y militar. En 1828, Simón Bolívar vive su propio Juego de Tronos. Su autoridad como máximo jefe está cuestionada por Santander y Páez. Y sus devaneos republicanos no son sinceros, al contrario, es un hombre ávido de fama, gloria y poder que percibe que el mando absoluto y sin contrapesos se le escapa de las manos.

Su estadía en Bucaramanga es la de un hombre impaciente, nervioso y bipolar pasando de la euforia a la más grande tristeza. “El diario fue escrito originalmente en la época en que Bolívar se desplazó a la ciudad de Bucaramanga, con el fin de permanecer cerca al desarrollo de la Convención de Ocaña, la cual fue convocada el 2 de marzo de 1828 y buscaba llevar a cabo una reforma de la Constitución”. Bolívar se dedica durante esa larga espera en maniobrar por vía epistolar para influir en los diputados cercanos a su causa y evitar que los integrantes del “partido demagogo” capitaneado por Santander propusiera una Constitución federalista que mermaría la visión centralizadora por la cual abogaba. Lo cierto del caso es que en Ocaña su causa perdió y creó las condiciones de una auténtica guerra civil.

Bolívar y sus militares derogaron cualquier aspiración republicana y asumió la dictadura en agosto de 1828, para luego tener que sufrir un atentado contra su vida en el Palacio de Gobierno en Bogotá. El autor intelectual del complot fue Santander. El Libertador ya no era combatido por españoles y canarios, sino por sus propios compañeros de causa. En ese fatídico año 1828 sufriría su “muerte política” definitiva.

El “Bolívar” que retrató Luis Perú de La Croix es la de un hombre resentido porque se cuestionó su protagonismo absoluto. Su vanidad fue grande y su modelo fue Napoleón Bonaparte. Sabía de su grandeza histórica en vida, pero le preocupó más lo que pensaría la posteridad. En su ser no hubo coherencia ideológica, salvo hacer de la gloria una promesa cumplida a expensas de sus victorias militares y conquistas. Cada día sus partidarios más diestros iban disminuyendo y apostó prácticamente a una solo baraja: Antonio José de Sucre, su mejor brazo armado. Bolívar, sabía que quien controlara el monopolio de la violencia, el músculo militar, sería el Shogun tropical de Colombia.

Es por ello que nunca perdonó a Páez cuando este se rebeló en 1826 junto al movimiento separatista de La Cosiata. Bolívar siempre temió a Páez. Veamos cómo se expresó del llanero: “El General Páez, mi amigo, es el hombre más ambicioso y más vano del mundo: no quiere obedecer, sino mandar; sufre de verme más arriba que él en la escala política de Colombia. No conoce su nulidad; el orgullo de su ignorancia lo ciega. Siempre será una máquina de sus consejeros y las voces de mando solo pasarán por su boca, pues vendrán de otra voluntad que la suya: yo lo conceptúo como el hombre más peligroso para Colombia, porque tiene medios de ejecución, tiene resolución, prestigio entre los llaneros que son nuestros cosacos, y puede, el día que quisiere, apoderarse del apoyo de la plebe y de las castas negras y zambas”. Menos mal que era “su amigo”.

Peor pensaba de Santander, al que se refería despectivamente como “Casandro”, y otros antiguos compañeros de lucha como Piar, Mariño y Arismendi, aunque tampoco se salvaban sus más directos partidarios. Y su desconfianza respecto a la plebe en forma de pardocracia fue total: su talante aristocrático nunca le abandonó. Por eso es todo un invento el imaginario que se ha construido artificialmente sobre un Bolívar defensor de los anhelos populares. Alimento preferido este, para ser utilizado sin escrúpulos por parte de los demagogos, populistas, caudillos, militares y dictadores que han asaltado el poder en los 200 años transcurridos desde nuestra Independencia en la llamada era republicana.

Mientras nuestra historia siga estando prisionera de un tótem inmovilizador de tareas civilistas y modernas concretas, seguiremos apelando a un mito encubridor del fracaso nacional. Ya es momento de reaccionar y situar nuestro pasado desde una perspectiva constructiva y real.

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