El diario plural del Zulia

El diálogo y la unidad, por León Sarcos

El diálogo para la paz, dice el Gobierno, pero de los sepulcros, para ganar tiempo y seguir menguando gradualmente a la población por falta de alimentos y medicamentos, abandonada a expensas del hampa, de la desidia por los pésimos servicios y de un estrés insoportable fruto del caos y del mal vivir.

Una unidad que hay que mantener a toda costa, según los distintos voceros de la MUD, chantaje a los ciudadanos para esconder la inercia, la falta de creatividad, ideas y coraje para elaborar un discurso y una hoja de navegación que dibuje un horizonte que le devuelva el ánimo y la esperanza a la sociedad en su conjunto, porque es posible terminar con este desgobierno.

Los argumentos de ambas lados constituyen parte de un protocolo que ya nadie está dispuesto a escuchar, porque la gente indignada ha decidido en estado catatónico ausentarse hacia su interior como único refugio para olvidar. Pero por el lado de la MUD, no veo ni las ideas, ni la consistencia programática, ni las figuras que se hagan realmente creíbles e inspiradoras de un verdadero salto hacia adelante que retome el espíritu esencial de la democracia, la emoción que produce el sueño libertario y la consagración de la vida ciudadana. Nunca se hizo tan crítica nuestra orfandad de liderazgo.

En la MUD se disputan la figuración y el control entre iguales; todavía la mayoría son dirigentes y ninguno líder. Tienen inteligencia, vocación de servicio, y mucha voluntad, pero carecen de la facultad que Germán Carrera identificó en la primera fase del desarrollo de la personalidad de Rómulo Betancourt, conocida como vencerse a sí mismo, aquella donde en la autointerpelación el dirigente descubre cuáles son sus limitaciones y cuáles las herramientas que debe utilizar para vencerlas. En la MUD hay buenos dirigentes, pero hasta el presente, ninguno ha hecho sentir sus dotes de estadista.

Ese vencerse a sí mismo le abrirá senda para actuar a futuro con la seguridad del líder y para cultivar dos de las principales virtudes de un hombre de Estado: desprendimiento y grandeza.

Ya van a cumplirse 20 años desde que en 1998, Hugo Chávez llegó al poder y esta es la fecha en que sus delirios de grandeza, sus disparates y sus desmesuras (advertidas, casi que de manera clarividente, en un libro publicado en el 2000, titulado 4F: lo que no debemos olvidar) no han dejado de acicatear el adolorido lomo de toda la sociedad venezolana, que lo asimila en pobreza material, sicológica y espiritual.

Esa dirigencia, hoy representada en la MUD, ha desperdiciado oportunidades estelares para fortalecerse de nitivamente y poner fin a esta deplorable tragedia nacional. Luego de derrotar el proyecto socialista en el Referéndum Constitucional del 2007, permitió que Hugo Chávez ilícitamente lo fuera imponiendo de espaldas al país y violando reiteradamente la Constitución. Se dejó quitar las gobernaciones más importantes y populosas del país, junto con las conquistas históricas del proceso descentralizador, y se ha dejado colocar contra la pared después de haber ganado abrumadoramente la Asamblea Nacional.

La reestructuración de MUD, en ocasiones muda, no es otra cosa que un simulacro de cambio, para ahora, con la integración de partiditos, hacer más inviable el consenso. Mientras la MUD no incorpore a la sociedad civil orgánicamente y se conecte con sus aspiraciones, abriendo camino a la inteligencia más preparada y proactiva para que trace una estrategia y le diga a al país hacia dónde vamos y cuáles son las propuestas para cambiar al país, la República y la democracia seguirán a la deriva entre un puñado de vándalos que gobierna y una dirigencia, novata e inconsistente, que no descifra los difíciles pitcheos de la historia.

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