El diario plural del Zulia

Cuando un pueblo llora a un “pram”, Vladimir Villegas

La noticia y sus secuelas todavía siguen acaparando la atención en nuestro país. El asesinato del “pram” o, si cabe el término, “expram” de la cárcel de San Antonio en Nueva Esparta, un individuo apodado “El Conejo”, abrió las puertas para que se planteara nuevamente el problema de la violencia carcelaria. Sus subalternos y compinches de ese centro penitenciario pretendían que el cadáver fuese llevado al recinto carcelario para rendirle un homenaje post mortem, cosa que las autoridades rechazaron.

En consecuencia, fuertemente apertrechados con armas de alto calibre , decidieron disparar generosas ráfagas desde el techo, en una acción que fue captada en un video. Todo esto sin que ninguna autoridad pusiera orden en aquella locura digna de una película. Ese video le ha dado la vuelta al mundo, e incluso obligó a que las autoridades penitenciarias anunciaran una requisa y otras medidas. Lo cierto es que no es ninguna novedad que los presos estén armados. Ya eso es parte de la terrible historia de impunidad a la cual asistimos los venezolanos.

Lo que sí me impactó y me impresionó fue el masivo cortejo fúnebre que acompañó hasta su última morada a “El Conejo”. Fue una manifestación popular de duelo, en medio de música vallenata, según recogen vídeos que también circulan profusamente por las redes sociales.

Y luego de ver eso vienen las preguntas de rigor. Por ejemplo, ¿a causa de qué un delincuente es homenajeado de esa manera y con tamaña concurrencia? ¿ Habrá alguien dedicado a estudiar este fenómeno? ¿Qué nos está pasando como sociedad para que veamos masivas muestras de dolor por la muerte de un “pram”? ¿Cuantos sucesores o equivalentes de Pablo Escobar Gaviria tenemos en nuestro país?

Esta movilización masiva de despedida al “pram” en cuestión revela, en mi criterio, el fracaso de nuestra sociedad y particularmente del liderazgo nacional no solo en la lucha contra el delito sino en la creación de un clima favorable para que los jóvenes de los sectores populares vean en la educación y en el trabajo honesto y dedicado una alternativa de futuro. Los “prames”, tanto los de las cárceles como los del barrio son modelos para muchos muchachos que no tienen otra referencia más cercana y atractiva.

Que están desempleados o no ganan un salario realmente digno. Que no ven en la escuela una fuente ni de conocimientos ni de oportunidades. Que carecen de apoyo en sus círculos familiares, por la ausencia temporal de la madre, ocupada en sus propios quehaceres y en la búsqueda del pan en la calle, y en muchísimos casos por la ausencia total de la gura paterna.

¿Qué hicimos y qué dejamos de hacer para que llegáramos a ese nivel de descomposición social? ¿Cómo vencer la violencia y el culto que se le rinde? ¿Estamos preparados para ello o debemos resignarnos a caer a otros niveles de degradación social? ¿cuáles fueron los componentes o el déficit en el discurso político que contribuyeron a que hoy un “pram”, fase superior del delincuente, merezca ser reconocido como líder no solo entre los miembros de su banda sino entre un sector social que en lugar de temor siente admiración y quizás hasta envidia?

Tal vez a estas alturas no tenemos ni idea de cuánto estamos a merced de estos nuevos fenómenos que tienen su antecedente tanto en la Colombia de Pablo Escobar y otros narcos y en el México del Chapo Guzmán, cuyos nombre e imagen ya son comercializados en gorras y franelas. Pero sin duda son casos para el análisis de especialistas y para la definición de estrategias que permitan enfrentar con éxito a una delincuencia que al parecer es más exitosa en sus políticas de captación de apoyo que muchos partidos o movimientos.

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