El diario plural del Zulia

Contra la historia por Ángel Rafael Lombardi

“La historia es el producto más peligroso que haya elaborado la química del intelecto. Sus propiedades son muy conocidas. Hace soñar, embriaga a los pueblos, engendra en ellos falsos recuerdos, exagera sus reflejos, mantiene sus viejas llagas, los atormenta en el reposo, los conduce al delirio de grandezas o al de persecuciones, y vuelve a las naciones amargas, soberbias, insoportables y vanas”. Paul Valéry (1871-1945).

Considero este breve escrito de Valéry como el alegato más contundente contra la historia y los abusos que en nombre de ella se cometen. La historia es una disciplina pretenciosa porque presupone una codificación de los recuerdos cuando estos en realidad son infinitos y caóticos, o lo que es aún peor, terminan siendo víctimas del olvido o del Poder que los recupera y discrimina para auto justificarse.

Las historias nacionales oficiales representan el punto de vista del Estado, o como Carlos Marx (1818-1883) dejó meridianamente establecido: reflejan los intereses de los sectores socialmente dominantes. En consecuencia, estamos en presencia de discursos delirantes cuya base de construcción es la falsedad y la mitología más rimbombante. Para Jorge Luis Borges (1899-1986) y otros herejes de la historia ésta no es más que una cción. Algo, que por cierto, convalidan nuestros escolares cuando desde el bostezo más destemplado le dan la espalda a una disciplina que niega la vida y reverencia a los muertos.

La historia es en realidad el historiador. El que escribe y piensa la historia es un demiurgo cuya integridad profesional será la clave para distinguir entre el embaucador de oficio o el memorialista responsable. Luego tenemos al historiador que ejerce la crítica con libertad y es capaz de construir un relato basado en la modestia y el error teniendo como fundamento metodológico primario el dudar de todo.

Por el contrario, el que sirve a un amo, nunca será capaz de ejercer la veracidad por temor a contravenir a quién le da de comer. Ideológicamente, las historias nacionales, son ejercicios masivos de propaganda y manipulación. Abrir un libro de historia, es por lo general, rendir un irresponsable tributo a la guerra y las llamadas artes marciales, un elegante eufemismo éste, para maquillar a la industria de la muerte. La razón humanista queda soslayada. El reivindicar la paz como valor supremo es una causa invisible.

Otro desconfiado de la historia fue Ambrose Bierce (1842-1914) que llegó a definirla como: “Un relato casi siempre falso, de sucesos casi siempre insignificantes, que protagonizaron gobernantes casi siempre bribones y militares casi siempre estúpidos”.

Para rematar sosteniendo que en el caso de los historiadores estos eran gente: “chismosa de boca ancha”. Bierce y Valéry llegan a una misma conclusión lapidaria: la historia es una ciencia de la falsedad. Y pobres de nosotros los historiadores que alardeamos de una sabiduría mnemotécnica cuando en realidad construimos buena parte de nuestros relatos desde la más pura invención.

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