El diario plural del Zulia

Aprender a comunicarnos, por Antonio Pérez Esclarín

Comunicarse es abrir el alma. Con frecuencia hablamos y hablamos, pero no nos comunicamos. Hablamos y las palabras son trampas con las que nos ocultamos. Palabras devaluadas, como moneda gastada, sin valor. Palabras, montones de palabras muertas, sin alma, sin verdad. Dichas sin el menor respeto a uno mismo y al otro, para atrapar, para seducir, para engañar, para dominar. Por eso, palabras tan graves y serias como “lo juro”, “lo prometo”, “te amo”, “cuenta conmigo”…, encierran con frecuencia la mentira, la traición, el abandono, la soledad.

La tecnología moderna ha hecho más importante el medio que el mensaje. Ni los celulares, ni los correos electrónicos, ni los blogs, ni las páginas web, ni el Facebook o el Twitter nos están ayudando a comunicarnos mejor. El exceso de información nos desinforma. Las últimas noticias son las únicas noticias: cada escándalo mata al anterior. Nos la pasamos enviando mensajes a los que están lejos, pero somos incapaces de comunicarnos con los que tenemos cerca. Se han puesto de moda las redes sociales, pero raramente nos comunicamos con los compañeros de trabajo que tenemos al lado. En consecuencia, a pesar de tener los más sofisticados aparatos de comunicación, las personas viven cada vez más solas, sin nadie a quien comunicar sus miedos, angustias, problemas.

Para poder comunicarnos, tenemos que empezar por aprender a escuchar. Escuchar viene de la palabra latina auscultare, término que ha quedado en la medicina y significa atención y concentración para comprender lo que sucede, y así poder ayudar. Escuchar, en consecuencia, las palabras y los gestos, los silencios, los, dolores y rabias, los gritos de la inseguridad y el miedo. Escuchar lo que se dice y lo que se calla y cómo se dice y por qué se calla. Escuchar para superarlas trampas de la apariencia de la comunicación, donde con frecuencia los gritos e insultos sustituyen los argumentos.

De ahí la necesidad de aprender no sólo a escuchar, sino también a escucharse. Para ello, necesitamos de más silencio y soledad. Silencio para encontrarnos con nosotros mismos, para ir a la raíz de nuestra vida. Pero aturdidos de ruidos, gritos, cháchara y palabrería hueca, nos cuesta mucho adentrarnos en el silencio. Por eso nos estamos volviendo tan superficiales y nos dejamos manejar por propagandas, por promesas, por modas, por charlatanes llenos de retórica hueca. Por eso, mentimos con tanta facilidad o utilizamos las palabras para insultar, para ofender, para atemorizar, para engañar.

El que no es capaz de quedarse consigo mismo a solas y en silencio, difícilmente madurará como persona, y vivirá en la superficialidad y la banalidad, lleno de palabras huecas y de mentiras, manejado por su propia ambición o por propagandas e idolillos que acaparan por completo la atención de su corazón.

La voz del silencio se hace imprescindible en nuestra Venezuela tan llena de rumores, gritos y palabras falsas, para así poder avanzar hacia un diálogo cada vez más humanizador. El silencio crea personas para la escucha y para la comunicación. La persona silenciosa, que sabe escuchar y escucharse, se adentra en lo profundo y es capaz de cultivar palabras verdaderas, coherentes con la vida. Palabras que animan, que siembran confianza, que tumban prejuicios, que reconcilian y unen.

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