El diario plural del Zulia

Antonio Pérez Esclarín // Predicar con el ejemplo

Hay demasiado autoproclamado socialista por allí, cuyas vidas reflejan un corazoncito bien capitalista. Los carros que usan, los escoltas que tienen, las mansiones que habitan,  los restaurantes que frecuentan, los viajes que emprenden, los hoteles donde se alojan,  las ropas, zapatos  y relojes que llevan, las fiestas que celebran…,  no demuestran precisamente austeridad ni igualdad, sino un desmedido afán consumista y una vida ostentosa frente a las necesidades de todos aquellos a los que dicen servir.

Para otros, el socialismo es una palabra vacía, buena tan sólo para caldear los ánimos  con discursos acalorados contra el imperialismo y el capitalismo, sin pararse a reflexionar que en Venezuela, se ha impuesto el neoliberalismo más salvaje, el darwinismo social,  donde sólo sobreviven los más fuertes , los más vivos ,o los que están cercanos a los círculos del poder. De hecho, se viene imponiendo  con  fuerza el  “sálvese quien pueda”, pues los precios suben sin control mientras los sueldos no alcanzan para nada. Por ello, millones siguen abandonando  el país  con la esperanza de conseguir la vida para ellos y sus familias que Venezuela les niega.

Por ello, por favor, un poco más de coherencia entre palabras y vida. Yo insisto  en que debemos aprender a escuchar no sólo las palabras, sino la vida de la gente, para analizar si lo que dicen es algo más que palabras huecas, desmentidas por sus estilos de vida.

Por ello, hoy quiero recordar la figura de Thomas Sankara, socialista y católico, presidente de Burkina Faso (ex Alto Volta, colonia francesa), entre 1983 y 1987, cuando fue vilmente asesinado. De familia muy pobre (su madre tenía un puesto en el mercado), creció con el amor  a la verdad y la coherencia que en su casa le transmitieron.

De joven ingresó en el ejército, donde con otros jóvenes soñadores, imaginaron un país y un África  libres de dominaciones externas, tanto  del lado soviético, como del lado capitalista, pues decía que no había que sacrificar la libertad en nombre de la justicia, ni tampoco la justicia en nombre de la libertad.

Una vez en el gobierno, Thomas Sankara destacó por su lucha contra la corrupción, la inversión en educación y salud, el abandono del modelo económico agroexportador, el apoyo a la productividad interna, y la denuncia de las estructuras que generaban hambre en su continente.

Pero Sankara no fue un político de discursos, sino de hechos. Cuando asumió la presidencia, renunció al sueldo que tenía estipulado como tal y mantuvo su modesto sueldo de capitán  de uno de los ejércitos más pobres del continente.

Cambió también el menú presidencial reduciéndolo al plato típico de los pobres de su país. Vendió la flota presidencial de carros y la sustituyó  por unos pocos R5, el carro más barato en ese momento del mercado. Practicaba el avión-stop, es decir, colarse en los aviones de otros presidentes africanos aprovechando alguna escala   en Burkina Faso, con lo que evitó tener avión propio y todos los gastos derivados de ello. Al ver que sus hijos estaban perdiendo la austeridad que había caracterizado su infancia, los llevó a vivir al barrio de ranchos en que habían crecido, abandonando el palacio presidencial, y su  madre siguió regentando el puesto que tenía en el mercado. Su mujer e hijos quedaron en la más absoluta miseria cuando Sankara fue asesinado,  de  manera que sólo la generosidad de sus amigos hizo posible que pudieran salir del país y emigrar a Francia.

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