El diario plural del Zulia

Antonio Pérez Esclarín | Cultivar cada día el amor

La celebración el próximo martes del Día del Amor y la Amistad me brinda una
excelente oportunidad para insistir en la necesidad de cultiva el amor todos los días. Si
Dios es amor y nos hizo a su imagen y semejanza, somos seres para amar. El sentido de
la vida es el amor, y sin amor la vida no tiene sentido. El amor es fuente de alegría y
vida y nunca pesa más un corazón que cuando está vacío. Si tantas personas siguen
siendo tan mediocres, se debe a que nunca fueron amadas con un amor tierno y
exigente. Y detrás de cada asesino, abusador, o promotor de la injusticia y la violencia
se encuentran seres escasos de amor, que no fueron amados lo suficiente o fueron
amados mal. Son seres que no pueden expandirse en el amor y por ello destruyen todo
lo valioso de la vida. Con palabras de Alfred Adler “Todos los fracasos humanos son el
resultado de una falta de amor”. Una persona inteligente, sin capacidad de amar, da
miedo. Un individuo poderoso, insensible al amor, es un peligro.

Lamentablemente, hoy se abusa mucho de la palabra amor y a cualquier sentimiento,
deseo o atracción lo llamamos amor. Por ello, si bien se habla de “hacer el amor”, se
ignora que la cosa es al revés: “el amor nos hace”, nos constituye en auténticas
personas, nos permite desarrollarnos sanamente. Sin amor no se puede ser plenamente
humano. Desgraciadamente, hoy nos prometen la felicidad por el camino del placer
(sentir más), el camino del éxito social y profesional (triunfar más), y el camino del
dinero (tener más), pero no por el camino del amor (ser más). El problema de nuestras
sociedades es que si bien las personas fueron creadas para ser amadas, y las cosas para
ser usadas, hoy amamos a las cosas y usamos a las personas.

Si el amor no es un sentimiento, que va y viene, ni es un mero gustar, y tampoco es
atracción sexual, ¿qué es el amor? Ya Jesús nos da una pista cuando nos dice que nos
amemos como él nos amó, es decir, con un amor servicial, que comprende, ayuda,
sana, perdona. Pero fue Aristóteles, ese gran filósofo griego, quien nos dio una
definición precisa del amor: Amar es querer el bien para el otro.

El amor es un acto de la voluntad. Implica decisión, elección, coraje y capacidad de
sacrificio para mantenerse en esa decisión. Un amor sin voluntad es un amor
superficial, un mero sentimiento que va y viene según soplen los vientos. El amor
funciona si lo hacemos funcionar. Hay que cultivar el amor, como se cultiva una planta:
abonarlo, regarlo, evitar lo que pueda dañarlo, prevenir plagas, tormentas y sequías,
analizarse permanentemente para descubrir qué actitudes o conductas dañan,
empobrecen al amor y qué otras lo robustecen. Como todo lo que está vivo, el amor
crece o muere. El amor vence a la muerte, pero la rutina y el descuido vencen al amor.
De ahí la necesidad de alimentarlo todos los días con detalles, sonrisas, palabras…, para
conservarlo vivo y hacerlo crecer. Con frecuencia, el fracaso de muchos matrimonios
se debió a que, por dejar de alimentar el amor, lo dejaron morir de inanición.

Por confundir al amor con la atracción, el gustar o el deseo de posesión, muchas
personas se enamoran y desenamoran con una gran facilidad, pero nunca alcanzan el
verdadero amor. Amar a una persona significa preocuparse y ocuparse por su bienestar,
por su felicidad. Quien ama quiere lo mejor para la persona amada. ¿Cómo puede
decirte alguien “te amo” y después maltratarte, engañarte, abusar de ti?

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