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El Papa celebra el Miércoles de Ceniza: "Volvamos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo"

Debido a la pandemia, el Papa no pudo celebrar, como es tradición, la procesión desde la iglesia romana de San Anselmo a la cercana basílica de Santa Sabina, en la colina romana del Aventino

El Miércoles de Ceniza seña, para los católicos, el inicio del camino del reencuentro con Dios. En una homilía especial, los fieles bajan la cabeza para recibir las cenizas dando inicio a la Cuaresma, un abajamiento humilde en su interior y hacia los demás. El papa Francisco celebró la especial Eucaristía en la basílica de San Pedro, en lugar de la celebración y tradicional procesión en la colina del Aventino debido a la pandemia, y no realizó la cruz en la frente sino que colocó la ceniza en la cabeza de los feligreses.

Durante su homilía, el Sumo Pontífice llamó a "volver hoy al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo".

“En la vida tendremos siempre cosas que hacer y tendremos excusas para dar, pero, hermanos y hermanas, hoy es tiempo de regresar a Dios”, afirmó el papa Francisco, cuando se inicia el camino de la Cuaresma que se abre con las palabras del profeta Joel: "Vuélvanse a mí de todo corazón".

El Santo Padre indicó que el viaje de la Cuaresma es un “éxodo de la esclavitud a la libertad”.

¿Cómo proceder en el camino hacia Dios?” preguntó. Es la parábola del hijo pródigo la que guía el inicio del camino a la casa del Padre, agregó, pues "mirando a este hijo comprendemos que también para nosotros es tiempo de volver al Padre”. Allí vemos que es “el perdón del Padre” el que “vuelve a ponernos en pie

También, enseñó el Papa, “estamos llamados a volver al Espíritu Santo”. Expresó que la ceniza sobre la cabeza “nos recuerda que somos polvo y al polvo volveremos. Pero el Espíritu, dador de vida, es el fuego que hace resurgir nuestras cenizas”.

“Hoy bajamos la cabeza para recibir las cenizas. Cuando acabe la Cuaresma nos inclinaremos aún más para lavar los pies de los hermanos. La cuaresma es un abajamiento humilde en nuestro interior y hacia los demás. Es entender que la salvación no es una escalada hacia la gloria, sino un abajamiento por amor. Es hacerse pequeños”, precisó.

Para no perder la dirección en este camino, aconsejó, “pongámonos ante la cruz de Jesús, ante la cátedra silenciosa de Dios”, pues “mirando cada día sus llagas reconoceremos nuestro vacío, nuestras faltas, las heridas del pecado, los golpes que nos han hecho daño”.

Sus llagas están abiertas por nosotros y en esas heridas hemos sido sanados. Besémoslas y entenderemos que justamente ahí, en los vacíos más dolorosos de la vida, Dios nos espera con su misericordia infinita. Porque allí, donde somos más vulnerables, donde más nos avergonzamos, Él viene a nuestro encuentro, señaló.

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