El diario plural del Zulia

¿Políticos para la crisis?, por Carlos Alaimo

¿Tendrá Venezuela, encriptada como está en una de sus mayores crisis sociopolíticas, verdaderos políticos para manejar el caos?

Nadie lo habría dicho mejor: “El político se convierte en estadista cuando comienza a pensar en las próximas generaciones y no en las próximas elecciones”. El primer ministro británico Winston Churchill avezado hombre de Estado, incólume militar en tiempos de guerra, experto orador, historiador autodidacta, escritor prolífico, pintor aficionado fue sobre todo uno de los hombres más influyentes de la política mundial por ser capaz de trascender su tiempo y adelantarse al futuro con una mirada lúcida. Nadie como él para sostener este pensamiento.

¿Tendrá Venezuela, encriptada como está en una de sus mayores crisis sociopolíticas, verdaderos políticos para manejar el caos? ¿Existirá un hombre de Estado que más allá de sus vísceras piense y actúe retrotrayendo a José Ortega y Gasset desde “las virtudes humanas”? Habrá entre las de gobernantes o aspirantes a serlo, estadistas, hombres escrupulosos o seres pusilánimes?

Ese es hoy uno de nuestros mayores dilemas, el no saber si lo tenemos. Y la duda nace precisamente porque se forman dirigentes para las coyunturas, se perfilan y moldean como máquinas electorales desde partidos inmersos en sus individualidades y no en proyectos colectivos, producto de intereses comunes. “Líderes” sin una visión seria de la política, cortos de miras en el amplio espectro del fenómeno social, centrados en la inmediatez y alejados de la postura macro de la vida.

Sean de izquierda, centro o derecha; del oficialismo o de cualquier porción de la dividida Mesa de la oposición, urge contar con líderes estadistas, no hay otra opción. Ese es el camino a seguir. No hay tiempo para Mesías o “gendarmes necesarios”. No hay espacio para torpezas recurrentes o fanatismos a ultranza.

Debemos reivindicar la integración, la gura de un acuerdo de unidad nacional; un consenso honesto, firme, amplio, incluyente. Sin conciliábulos, de cara a los venezolanos, a puertas abiertas. Que busque alianzas políticas, pero también económicas. En el que devolver las propiedades arrancadas, reintegrar los activos extraídos, sincerar la deuda interna, justificar la asignación de recursos a empresas “reales” capaces de producir bienes y generar servicios, sea la constante y se convierta en un acto de justicia permanente.

El momento histórico que vive el país y la magnitud de la urgencia social nos mueve hacia este camino, pero ello pasa por “quitarle el caramelo al politiqueo”, desbancar la política como negocio, despartidizarla y humanizarla. Trascender el eslogan, las arengas, los discursos populistas. Que las peticiones de “liberar a los presos políticos”, “exigir elecciones regionales ya”, no sean, por ejemplo, un mero ardid del momento.

En este tiempo que nos jugamos el destino del país, con la sombra acechante de una Constituyente, es improrrogable la participación, la negociación, pero sobre todo la firmeza de las acciones impulsadas por dirigentes que no solo miren encuestas, que sean capaces de conducir a la nación sin fronteras mentales y físicas, que vean más allá de su ombligo.

Y una de las cosas más importantes: entender que solo desde Caracas no puede ni debe manejarse Venezuela. Desconocer los liderazgos regionales es un total desacierto, así como descalificar individualidades por no tener partidos.

Ojalá que la sentencia del mismo Churchill en su época, “lo que este país precisa son más políticos desempleados”, hoy no se nos convierta en una realidad perenne e inexorable. Que el devenir histórico nacional no nos encuentre inmutables ante el cambio. Es nuestro deber afrontarlo con las mejores mentes, las más brillantes, capaces y dispuestas a anticiparse al futuro, sin mezquindades

 

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