El diario plural del Zulia

Zootopia: realismo político para niños

O de cuando Disney se ajusta a los tiempos y se hace políticamente incorrecto

Zootopia es un canto a la ciudad y a la civilización. Una mirada tierna e ingenua de una niña que ha pasado la vida en el campo, pero que sueña con ir a la ciudad para ayudar a mantener el orden: es que Judy quiere ser policía. Como sucede con el sueño de otros, el de ella también tiene apuros. Judy es una conejita que quiere ser policía en medio de tigres, zorros, lobos, leones, jabalíes, serpientes, bisontes, comadrejas… y ratas.

La máxima de Zootopia, «la utopía animal», el zoológico como fantasía civilizatoria, es que el miedo, la traición, la sed de sangre, el impulso incontrolable, y toda la carga biológica de los animales primitivos y los depredadores, han sido domesticados por la cultura. Y aunque la mayoría de la población está compuesta por gacelas, jirafas, ovejas y otras criaturas pequeñas, tiernas y débiles, la desigualdad de oportunidades y la discriminación de género, el egoísmo, las frustraciones, los resentimientos y los reconcomios personales, así como la ley del más fuerte, siguen presentes.

Recién salida de la Academia Judy se ve envuelta en la investigación que pretende resolver la desaparición de animales en Zootopia. Es de esta manera que una de las animaciones más fantásticas se convierte, al mismo tiempo, en una cruda dosis de realidad.

Por un lado, hay dos personajes femeninos en primer plano. Una conejita independiente, decidida y llena de ilusiones y determinación que, en su escala, alcanza el éxito y es feliz; pero que tiene como contraparte a una oveja reprimida, resentida y frustrada, una dama que, envejecida, irrespetada y sometida por su jefe, alcanza el poder por la vía del crimen.

Por otra parte, Judy conoce a Nick, un zorro que, desde niño, víctima de los prejuicios, frustrado y fracasado, queda en los márgenes de la ciudad y se dedica a la estafa, los sobornos, el tráfico de influencia y los pequeños robos. Pero Nick es, también, conciencia y escuela de vida que hace ver a Judy las verdades menos decorosas de toda sociedad. La diferencia entre los ideales de la niñez y la realidad áspera que también forma parte de la convivencia colectiva.

A partir de una idea tan sencilla y real como maliciosa, la trama se desarrolla en función de que Nick, el delincuente, es quien mejor conoce no solo los atajos para llegar a los otros delincuentes, pues Nick piensa como ellos; y de que Judy, por azar, salva la vida de una rata adolescente, refinada y elegante que termina siendo hija del jefe de la mafia en Zootopia, y en adelante establece un vínculo sagrado con ellos, pues se hace madrina del nieto del mismísimo Don Vito Corleone.

Zootopia nos recuerda algo tan simple como que somos biología y cultura, instintos primitivos junto a modales y acuerdos civiles. Hasta aquí, perfecto. Pero me preocupa que Vitoi, mi hijo de nueve años, me haya dicho que ya no es Cars, Hotel Transilvania, Grandes Héroes o Intensamente, sino Zootopia su película favorita.

Celebro esa tendencia mundial conocida como «Filosofía para niños», y la verdad no se me había ocurrido algo tan útil como el «Realismo político para niños», pero recomiendo que hagamos terapia de cine en casa con nuestros niños, y les hablemos con claridad y las palabras adecuadas para evitar que, en medio de la barbárica y calamitosa violencia social en la cual vivimos en la ciudad y en el país, películas como Zootopia los conviertan, más que en seres pensantes y despiertos, en otros cínicos como tantos que ya hay en el poder y en la calle.

Lo más preocupante, de mi parte, es la legitimación del maridaje entre la corrupción policiaca y la mafia. En una colección personal, junto a El padrino y películas de Scorsese o Tarantino, clasificaría Zootopia en cine negro y mafia.

 

 


 

El presente artículo pertenece a la columna «Cineratura» de la  primera edición de la revista cultural Tinta Libre, publicada el 22 de julio de 2016.

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