El diario plural del Zulia

Las ficciones y todos los mundos

La idea de que las ficciones (en todas sus manifestaciones) nos faciliten conocer otros mundos es una idea consolidada desde finales del siglo veinte. Esto supone que cuando abrimos un libro, vemos una película o presenciamos una obra teatral (por ejemplo), nos sumergimos en otra alternativa de cómo pudo ser la vida. Esta idea se basa, fundamentalmente, en creer que la realidad (entendida como la suma de todo lo imaginable y no solo de lo existente físicamente) se ofrece como un universo hecho por una pluralidad de mundos diferentes y posibles. Tal universo estaría jerárquicamente organizado a partir de un centro (el mundo conocido como el mundo «real»), y los demás miembros del sistema serían posibles mundos alternativos o no reales, pero que pueden cobrar existencia a partir de otros procedimientos (los artísticos, por ejemplo). Como todas los conceptos, esta explicación es solo especulativa (es también invención) e intenta ofrecer una interpretación al gusto persistente que poseen los seres humanos por las ficciones. Ya lo dijo Aristóteles: inventar es consustancial con el ser humano.

Siguiendo esta línea reflexiva, se puede afirmar que los mundos proyectados desde las ficciones son una atractiva posibilidad de conocer, penetrar y acercarnos a realidades que, de otro modo, no podríamos experimentar. Los humanos somos la única especie animal que ha desarrollado esta alta y compleja cultura imaginativa. Tal complejidad se manifiesta en la diversidad de modalidades de producción y recepción presentes en la vida social: cuentos, novelas, cómic, cine, teatro, danza, poesía, videos, mimos, grafiti, etc.

De igual manera, comprender qué es la ficción parte de entender (en profundidad) los mecanismos cognitivos que la propician como un fingimiento lúdico compartido y las simulaciones imaginativas, de las cuales el ser humano se ha servido para ensanchar su experiencia sensorial. ¿Cómo no degustar la riqueza culinaria que se nos ofrece en Como agua para chocolate, de Laura Esquivel? ¿Cómo no sentir angustia y horror cuando se lee el El pozo y el péndulo, de Edgar Allan Poe? ¿Cómo no sobrecogerse ante el final eminente de Martina, en La distancia más larga, la película de Claudia Pinto? Es desde este sustento como podemos entender las modalidades de representación y de inserción de la ficción en los diferentes productos humanos. La ficción es un tipo de relación semiótica demandada, biológicamente, por el hombre. Necesitamos las ficciones. Esta necesidad biológica está en mantener la flexibilidad y la adaptabilidad de nuestro sistema cognitivo; dado que brinda la oportunidad de experimentar virtualidades y alternativas estimuladoras de nuevas conexiones neuronales y afectivas. Sin riesgos físicos.
Entonces, las experiencias ficcionales nos hacen humanos. No necesariamente mejores (pienso en Mario Vargas Llosa), pero alientan, pesimistamente, esa posibilidad (pienso en José Saramago).

 

 


 

 

El presente artículo pertenece a la columna «Desde las ficciones» de la  séptima edición de la revista cultural Tinta Libre, publicada el 14 de octubre de 2016.

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