El diario plural del Zulia

Los comedores de la supervivencia

Un cuchillo desgastado corta a pedazos la porción de queso podrido para rebanar, cubierto de una cáscara de moscas. Degustar este “manjar” que salió del contenedor de basura pasa por una suerte de ritual, un bautismo, el “remojo del balde purificador”. Así es como Néstor Noguera, de 52 años, sacia su hambre, hurgando lo que otro desechó. “Está sabroso”, cuenta. Sus pupilas dilatan una mezcla de emoción y desespero. Resolvió el sustento del día. Él no es un indigente, es carpintero, pero lo que gana no le alcanza para comer.

La historia de Noguera la retrata, a medias, el Instituto Venezolano de Análisis de Datos (IVAD), con un estudio realizado en Zulia en junio 2016. El documento revela que de cada 100 habitantes del estado 75 no comen lastres papas” diarias. Lo peor es que 21 de ellos apenas se alimentan una vez al día y los números, con el aumento de la inflación, se disparan.

Néstor engrosa esta lista de gente con escapulario en la boca. El fondo del Mercado de Santa Rosalía, cerca de Las Playitas, es uno de sus puntos de abordaje de supervivencia. Las cifras sacuden y vienen como cascada.

La Encuesta Nacional de Condiciones de Vida de 2016 revela el crecimiento sostenido de la caída del consumo de alimentos. En 2014, por ejemplo, en 10,2 % de los hogares venezolanos se hacían dos comidas y en 2015 la cifra era 11,2 %, mientras que en 2016 aumentó a 32,5 %, es decir, 9,6 millones de personas hacen menos de dos comidas al diarias.

“Todas las clases sociales están sufriendo la carencia de alimentos”, sentencia Víctor Álvarez, investigador del Centro Internacional Miranda. Atañe la tragedia de la gente que come de la basura al acelerado empobrecimiento de la población. “Los niveles de desesperación están siendo extremos. Este 2017 es el año del tiempo de descuento para el estallido de una bomba social verdadera, si no se aplican las medidas para salir de la crisis con rapidez.

Mentalidad rota

Víctor Montero, de 43 años, está rodeado de pequeñas garzas cerca del Malecón. A diario, monta cacería a las pipas de basura del centro comercial Las Pulgas. “Yo era trabajador de la Alcaldía de Maracaibo y ahora soy un ‘zamuro de la basura’, confieso mato mi hambre. Llevo dos años en esto”.

La espiral absorbe a familias de los estratos C, D y E. “Es así. La población desarrolla estrategias de sobrevivencia ante el castigo que ha ocasionado la caída de la producción, escasez, especulación e inflación”, agrega Álvarez, exministro de Industria y Comercio en la era Hugo Chávez, quien compara la brutal pérdida del poder adquisitivo con un derrumbe que se ensaña contra los más pobres, pero que impacta en la mayoría de los venezolanos.

La pobreza en el Zulia está en 21%, según detalla Egno Chávez, sociólogo. “Si la gente no tiene empleo llega a niveles de desesperación extrema”, refiere el consultor y profesor de LUZ. Reclama empleos realmente constructivos y productivos. Que son muy pocos. Se tienen que atacar, a su juicio, las causas. “Si la gente no tiene un empleo jo sino que vive de cuidar un carro, de cuidar niños ajenos, esto complica la situación de las familias venezolanas porque carecen de un cestatique, de una caja de ahorro, de utilidades, vacaciones, entre otros beneficios laborales”.

Otro componente de la crisis es el deterioro de la mentalidad del venezolano. Predomina una visión limitada, anclada en pedir y recibir. “Se deben crear políticas que produzcan una educación para el trabajo. Que la gente aprenda lo que es tener un oficio y vivir de ese oficio. El drama de hoy es que la gente prefiere pedir antes que trabajar. Se debe fomentar una política que incorpore a la familia a emprendimientos en las comunidades, donde se enseñen o cios productivos que generen ingresos decentes”.

Retrato histórico

La inflación en los alimentos es una montaña que crece a diario. El Gobierno nacional tiene a los Comités Locales de Abastecimiento y Producción (CLAP), un sistema de venta comunal de bolsas de comida, como punta de lanza para escalar y disminuir el hambre en Venezuela. El modelo es catalogado de excluyente por parte importante de la sociedad civil. Quienes no se vinculen con organizaciones comunales socialistas suelen quedar fuera de las entregas.

José Camargo, director de la Red de Contraloría Social del Zulia, reconoce que hay hambre en la población. “Sí, he visto la necesidad”, afirma quien dirige los Círculos Bolivarianos en la entidad. En descargo, asegura que el presidente Nicolás Maduro batalla para garantizar la alimentación del pueblo venezolano. “El problema es que la especulación inducida sigue abrumando. La revolución está esforzándose para que toda la población tenga alimentos y con los CLAP, poco a poco vamos avanzando”, sostiene. La guerra económica y la inflación inducida son escudo de sus argumentos.

El 18 de enero, en rueda de prensa con medios internacionales, el jefe de Estado habló del alcance del esquema de distribución y venta de alimentos a precios justos. El mandatario precisó que para marzo se prevé atender seis millones de familias venezolanas. “Los CLAP no dejarán de existir”, prometió y activó un plan para subsidiar a las familias menos favorecidas con la asignación del “Carnet de la Patria”. Algunos lo catalogan como la partidización del hambre.

Para Ángel Rafael Lombardi, director del Centro de Estudios Históricos de LUZ, el hambre es muerte y la revolución venezolana podría mirarse en el espejo roto de la revolución rusa.

El académico habla sin tapujos de “crisis humanitaria” y señala al Ejecutivo de crear intencionalmente las condiciones de adversidad absoluta para mantener el control social y político de la población. “Está históricamente comprobado que el hambre es un mecanismo de control social, político e ideológico. En 1917, con el nacimiento de la Unión Republicana Socialista Soviética, Lenin lleva a cabo un proceso de transformación, una reforma agraria totalmente negligente que produce 30 millones de muertos. En Venezuela no estamos en esa situación, pero de seguir estas condiciones dramáticas de desesperación de la gente por no poder comer como estaban acostumbrados a hacerlo, tendremos consecuencias terribles”.

Destrucción social

Las costillas de Andrés Palacios retratan la penuria del indígena wayuu de 52 años, mientras escala una montaña de basura para poder comer. El bloquero trabaja para una ferretería industrial, pero se sacri ca por quienes ama. Tiene siete hijos varones y dos hembras. “Ellos me mantienen vivo. Hago lo imposible para que no pasen hambre. Este Gobierno nos tiene así, quiero que vuelva la Venezuela donde teníamos de todo”.

Su tragedia es similar a la de Néstor, quien siente una vergüenza insospechada. Con 49 años, ejerció hasta hace poco como carpintero en Caracas. El salario lo hundió en la encrucijada actual y se vino para sobrevivir. Con el sol mañanero vigila la salida de los desperdicios del mercado.

En el “comedor” de Noguera la náusea y la impotencia se ven a la cara, el oxígeno es hedor en medio de una danza de moscas. Hortalizas y pedazos de carne de cerdo descompuesto son el “banquete” que anuncia que la mesa está servida.

El hombre, canoso y de tez morena, dejó en Caracas a cinco hijos, los dos menores son gemelos. Repite una y otra vez: “Olvidé el sabor de la carne, no sé qué es eso. Mi familia en la capital no sabe que estoy haciendo esto. Tengo la esperanza de que las cosas cambien para mejor”.

Comer de la basura no es una realidad virtual, una imposición mediática como venden en las tribunas del poder. Rafael Angulo, psicólogo social, afirma que Venezuela atraviesa por un proceso de “destrucción” de las normas sociales de convivencia y supervivencia. “Se trata de un proceso de destrucción de todos los patrones sociales, es una violación de la norma, lo que se conoce como ‘anomia’, un sentimiento de frustración combinado con humillación”.

La familia de Néstor Noguera no sabe que se vino a la capital zuliana en una maniobra de desesperación. “Estoy de ‘vacaciones’ en Maracaibo y mi situación es esta. Al Gobierno se le escapó este desastre de las manos”.

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