El diario plural del Zulia

La proyección de la claridad

La ciudadanía tiene la potestad de saber cómo y quiénes manejan los bienes de su administración pública. Poder fiscalizarla caracteriza una gestión democrática

¿Sabe cuánto gana el Ejecutivo nacional? ¿Sabe el monto total de la obra pública más importante de su región? ¿Conoce cómo se maneja el presupuesto de la nación? La transparencia es una característica de las sociedades ocupadas en velar por el erario de sus naciones, bien sea desde el lado que rinde cuentas como del lado que las solicita.

El acceso a la información pública es apenas una de las tantas luchas de organizaciones no gubernamentales como Transparencia Internacional —con presencia en Venezuela y en el estado Zulia— alrededor del mundo; casi todas provenientes de iniciativas civiles que participan activamente por derrotar la corrupción y la opacidad oficial.

Pero, más que ese rasgo distintivo de la democracia participativa, la transparencia es un valor que corrige malos hábitos e instaura en las personas la cultura de la honestidad y la moralidad. Si no conoce las respuestas a las primeras tres preguntas, ¿puede decir a sus compañeros de trabajo cuál es su sueldo? ¿Roba los servicios pagos de sus vecinos? ¿Gasta justamente el dinero que no es suyo?

 Integridad colectiva

El ejercicio de la transparencia cultiva las buenas prácticas y forma una cultura de integridad. No por menos, la profesora e investigadora Nuria Cunill Grau, del Centro de Investigaciones en Sociedad y Políticas Públicas, de la Universidad de Los Lagos, en Chile, centra en su estudio La transparencia en la gestión pública ¿Cómo construirle viabilidad? Que este es uno de los valores más demandados luego del debilitamiento del autoritarismo en el mundo occidental, regímenes imbuidos en una “riña contra la libre movilidad de la información”.

Esta aseveración viaja hasta 1960, cuando la democracia debutaba en Venezuela. Vale recordar aquel 24 de junio, día en el que el presidente Rómulo Betancourt sufrió un atentado terrorista que detuvo su camino hacia el paseo Los Próceres, en Caracas, donde se celebraban 130 años de la Batalla de Carabobo. Un carro bomba dejó a Betancourt con una quemadura de primer grado en ambas manos.

Eso justo cuando apenas días antes, el Presidente discurseaba: “Que se me quemen las dos manos, si para mi propio peculio, he tocado las Arcas del Tesoro Nacional”. Más que un ejemplo de karma, es tos actos constituyen, desde entonces, un gran hito en las conversaciones sobre la corrupción en Venezuela y el manejo del dinero público, como del justo conocimiento de los ciudadanos de cómo y quiénes tocan el erario nacional. Es que la acogida e implementación de una actitud correctiva parte de los ejemplos.

La transparencia no se circunscribe solo al plano empresarial —conocido como el valor de la reputación limpia, que incita a la inversión en los empresariados transparentes— y a las instituciones democráticas, sino que en las distintas capas de la sociedad hace falta la honestidad, la responsabilidad y la moralidad que el valor en sí representa. Por ello es que una gestión (pública o privada) transparente repercute sobre la construcción de la ciudadanía y la sociedad.

Pero hace falta cultura al respecto, ya que el simple acceso a información pública no produce transparencia. Esta tiene que ser apta para distintos niveles de consultantes. Y, sobre todo, el ciudadano debe estar al tanto de que está en el derecho de saber.

 Individualidad moral

Aprovechando el referente histórico de Rómulo Betancourt, el ejemplo de cómo se vislumbraba la transparencia en la década del 60 bajo su mandato viene del mismo discurso en el que apostó sus manos por su moral: “Todos los funcionarios públicos que manejen intereses del fisco serán instruidos para que hagan declaración jurada de sus bienes propios ante un juez, y esa declaración tendrá carácter de documento público, accesible al conocimiento de cualquier ciudadano que desee informarse de su contenido: ‘Hay que poner de moda la honradez’, pedía Martí, y el Libertador, dirigiéndose al Congreso del Perú, le sugería que dictara ‘penas terribles contra los agentes del Tesoro que contribuyan a defraudar las rentas públicas’”.

Sin ir demasiado lejos, la Alcaldía de Maracaibo ostenta, desde el 19 de enero de 2012, una de las 15 ordenanzas municipales de Transparencia y Acceso a la Información Pública que se reparten por el país junto con 14 leyes regionales. Por ello, existe una norma moral que obliga a la administración pública municipal a develar la información que requiera cualquier ciudadano acerca de los bienes públicos.

Teniendo en cuenta estos estatutos y los ideales que dan forma a la transparencia, falta por asomar sus grandes enemigos: tener por costumbre la opacidad y el pensamiento de que “las cosas están bien como están”. Esa última aseveración, además, siempre deja ver el vaso medio vacío. Las cosas están bien como están solo para algunos.

La transparencia es una correspondencia y se vincula con la responsabilidad en las declaraciones falsas de un Estado, como de los juicios infundados de los individuos acerca de otros. El coach ontológico Jorge Olalla ejemplifica esto a partir de la declaración de guerra de EE. UU. a Irak, alegando razones que finalmente no se comprobaron, pero la guerra se dio.

Desde un plano personal, ¿formamos una sociedad transparente? ¿Apostaríamos las manos al fuego por nuestra moral?

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