El diario plural del Zulia

La familia indígena sobrevive en semáforos

El sol arde. Son las 3:00 de la tarde y ellas están ahí, en pleno semáforo de la avenida Delicias, pegadas a la ventana de una camioneta, esperando que el vidrio baje con cualquier denominación monetaria; pero el intento falló, la luz cambió a verde, y las cuatro niñas corren agarrar sombra.

Son traídas de Torito Fernández, aseguró una de las mayores, que al vernos, se tapó la cara y no habló más. Otra de ellas señaló vivir lejos, en Perijá; agarró el trapo que resguardaba su rostro y secó su sudor. Carly es su nombre, tiene ocho años, y hambre, mucha hambre.

Bajo un árbol había más de ellos, sus madres estaban ahí, cuidan a los que aún no caminan, atan cordones de zapatos rotos, dan agua, y también piden con ellos. De lunes a viernes, desde las 7:00 de la mañana, a las 4:00 de la tarde, bajan a Maracaibo, a ese mismo semáforo para conseguir dinero de algún transeúnte. Son wayuu.

Como si fuera una reina, la rodean, María Montiel es madre de cuatro de las pequeños, además es tía del resto de los infantes que piden en la calle. Había llegado por ellos, estaba en otro punto tratando de conseguir más dinero, para hacer el almuerzo que sería cena. 

La historia de María se repite en muchas esquinas de la ciudad de Maracaibo, donde grandes familias wayuu, o yukpas se concentran para conseguir sustento, pues en sus comunidades no hay comida, los niños se mueren de hambre, dijeron. Ante esta situación las mujeres deben ser líderes, bastón, soporte, guardianes de que nada falte en la familia.

Pero no es tan fácil. María contó que aunque hay personas que sí los ayudan y les dan comida, no alcanza. Entonces, abre su bolso y muestra par de hilos, con los que hace bolsitos, pulseras y vende en Maicao para comprar un arroz, y si tiene suerte, una harina.

A espaldas

Las que ahora son madres, tías, abuelas, les tocó desprenderse de sus espacios, su entorno, por falta de comida o atención medica, por ejemplo. Otras, debieron bajar hasta la ciudad en busca del pan que no llega a sus caseríos desde hace muchos años, todo el proceso les ha dejado secuelas en la piel, así como las tiene Alejandrina Montiel, que también viene a Maracaibo en busca de comida, ropa, o lo que consiga.

Su cuerpo está tostado y con marcas de sol de tanto caminar. Llega al semáforo del Naranjal y reposa bajo un tronco. No quiere fotos, ni para ella ni su nieta, Katy. Quiere comida.

La sociedad les niega muchas veces, los ignora un tanto más. “Les han hecho creer que su cultura no sirve, que son inferiores”, apunta el profesor Antonio Pérez Esclarín. Pero Alejandrina insiste, teje, y enseña a sus sobrinas el arte, además reúne prendas y las vende en la frontera, es guerrera.

Ella, María y las que apenas se levantan están aferradas a la nada de una ciudad que se las consume en la esquina de un semáforo.

Cada 5 de septiembre se conmemora el Día de la Mujer Indígena, en nombre de la mujer valiente que luchó en su oposición a la opresión de los conquistadores, Bartolina Sisa. Pero ellos no celebran. Se les pasa el turno en la cola, donde se les culpa de liderar a “bachaqueros” solo por su etnia. Pero también hay madres con ocho muchachos, que no han probado bocado en días.

A la cara

La sociedad las señala. Unos los culpan de pararse en las calles, descalzos, sucios, sin preguntarse porqué no se han bañado, qué tan lejos están de casa, o qué hacen aquí. Otros, critican su ansiedad en los supermercados sin levantar la interrogante de cuántos hijos tendrá, por su caserío habrá algún abasto o mercado.

Esclarín insiste en expresar que la cultura indígena ha sido muy golpeada, pero no son ellos los que deben adaptarse aquí, “no se trata de adaptarlas, ni de criollisarlas, de que sean como nosotros, se trata de un verdadero diálogo intercultural, donde ellos puedan expresar su propia cultura y de ahí sea posible el intercambio. Se ha avanzado mucho en derechos proclamados, pero se ha hecho muy poco en la valoración, el apoyo de los grupos indígenas”.

Pedido de ayuda

Marlene Montiel hacía de un pedazo de tela de licra hilo para hacer un sombrero; cuando lo termina, lo vende para comer. Pero le lleva dos días, más lo que puede tardar consiguiendo cliente. Estaba en la avenida Padilla, con su hermana, y su sobrino. Le recordamos que todos los 5 de septiembre es día de las mujeres indígenas, y respondió, “nos darán comida, cuánto cobre”. 

Solo prometimos que su petición alimentaria se le haríamos llegar a cualquier persona que pueda ayudarlas, o a los gobernantes en curso. Su hermana, que no quiso identificarse, pidió que les lleven comida a Perijá, hay hambre, y no hay dinero. Que los niños, como los tres que tiene, necesitan comida, alimentos, leche; y los adultos, arroz, harina, aceite, y ropa.

Quienes puedan bajar su vidrio algún día, ayuden, aporten. Estas son mujeres que buscan trabajo también, pero son rechazadas en los hogares de Maracaibo, María es un ejemplo de eso, busca empleo desde hace seis meses y no la dejan ni tocar las puertas.

 

 

 

 

 

 

 

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