El diario plural del Zulia

La cadena comercial de las bolsas reutilizadas

Las cortadoras son cuchillos de acero incrustadas en círculos de cemento que se pegan a la tierra seca de los patios del sector Santa Lucía. Los lavabos son tanques hechos con cemento marrón, áspero, o pipotes de plásticos habitados por moscas que van y vienen frente a manos insistentes que las despiden. La secadora es el sol.

Alrededor del municipio Jesús Enrique Lossada, vía al relleno sanitario La Ciénaga, dos mil familias descartan basura. Suben a montañas de desechos sólidos de unos cuatro metros, buscan bolsas de plástico duro o débil y las venden tras un proceso de cortado, lavado y secado a empresas marabinas que mezclan plástico con materia prima y refabrican.

Fermina se sienta por cuatro o seis hora diarias en un terreno propiedad de Gerardo González, una de las personas que tiene contacto con las grandes compañías de la capital. Ese lugar tiene cuatro o seis cortadoras con cuchillos afilados, una hilera de tanques y diversas líneas de cuerdas donde sus empleadas cuelgan bolsas ya limpias.

Atrás se ubica el peso. Las mujeres no hacen esfuerzos porque cuando las bolsas están secas las meten en sacos que trasladan ayudantes de González. Pesan hasta 200 kilos por saco.

La gente no lo cree, pero la basura da. No para hacerse ricos, pero sí para la comida de la semana.

—Aunque sea— salva González.

Cadena comercial

Vía al vertedero de basura La Ciénaga hay muchas viviendas. Es el municipio Jesús Enrique Lossada. Lugar muy poblado, en su mayoría indígenas. Los patios rebosan de montañas de plásticos en todas sus modalidades: cajas, sillas, maniquíes, tapas de sanitarios, mesas, gaveras de refrescos y botellas. Bolsas blancas que se extienden de las cuerdas hasta el suelo tapan los frentes de las casas.

Pocos vecinos dan información.

—No, aquí no trabajamos con el descarte— afirma una muchacha que venía de hacer el almuerzo.

Los moradores de la zona llaman descarte a la acción de seleccionar y clasificar los desechos. Es algo tan simple como ‘esto sí, esto no’. En las bolsas recae la prioridad porque sucias pueden venderlas en 40 bolívares el kilo, y limpias, en 100. Por jornada, un recolector prepara 50 kilos.

Fermina, la empleada de González, procesa la misma cantidad.

Esas bolsas llegan a manos de González u otros de sus colegas vía supermercados o abastos y vía vertedero de basura. A quienes cortan, lavan y secan les pagan por producción. Cada trabajador se embolsilla entre 40 y 70 bolívares por cada kilo procesado, dependiendo del patrón.

—Si me traen bolsas de supermercados limpias y pesan cien kilos, son siete mil bolívares los que pago— saca cuentas González.

Entonces las vende a las compañías en 240 el kilo.

Fermina corta las bolsas con facilidad. Se sienta o se para, como esté más cómoda. El lunes pasado tomaba los empaques de harina de trigo y los cortaba no sin antes escurrirles los líquidos que corrían.

Las bolsas pueden tener de todo, inclusive restos de heces, orina y comidas descompuestas, asegura Elia Sánchez, presidente de la Sociedad Venezolana de Infectología.

Una vez escurrida, cortó las costuras como si se tratase de tela. Las dejó como una hoja de papel. Ella tiene control de su producción porque al inicio de cada jornada le otorgan dos sacos, uno lleno y el otro vacío.

De allí pasó a los tanques que a esas alturas ya pululan de agua, cloro jabonoso y lavaplatos.

Producto final

Rosa Estrada se amarra una bolsa transparente en la cintura para no mojar su manta mientras lava y enjuaga. Ella no usa tanques de cemento sino pipotes de plástico. Apenas hace cinco o seis meses que practica el oficio. Restriega como si fuera ropa. No usa guantes, tampoco calzado.

Elia Sánchez no ve ninguna otra conexión bacteriana en ese proceso más que las infecciones transmitidas cuando se manipulan directamente residuos de basura. El cloro, afirma, mata algunas bacterias, pero no todas. La prueba final sería la fundición de ese plástico en el momento de ser mezclado con el polietino virgen. Si los niveles de fuego son correctos, se rompe la cadena de trasmisión de organismos bacterianos.

Deben emplearse niveles de fundición extremadamente altos, reconoce. Ahí es donde puede hablarse de estándares de garantía y calidad. En abril de 2016 se anunciaron las complicaciones para la elaboración de bolsas y recipientes de plástico. El polietileno de baja densidad dejó de enviarse a las plantas que producen empaques, explicaba recientemente Luis Bracamontes, presidente de la Asociación de Fabricantes de Empaques del Estado Aragua, Luis Bracamonte.

Una compañía puede comprar entre tres y cinco mil kilos de bolsas semanales para reutilizar. A Rosa Estrada nunca le faltan compradores. Expende 300 kilos a la semana a 200 bolívares por kilo. Ella obtiene las bolsas pagando 70 por kilo.

Ese lavado es un proceso sencillo. Su clasificación en cuanto a riesgo de contagios es elevada. Los trabajadores estarían en peligro de contraer dermatitis y otras infecciones dadas por aguas contaminadas. Las dos mil familias de la zona lo saben, y aún así toman el empleo.

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