El diario plural del Zulia

Emblemas de la miseria

“Soy chavista desde siempre. Aquí tengo a mi papá Chávez en mi sala. Él me cuida. A pesar de la situación siempre lo mantengo”. Luciana Lafaurie muestra un afiche con la imagen del padre del proceso revolucionario venezolano. Viste una bata desteñida y sucia. Su mirada es triste, vacía. Comer, para ella, es algo extraordinario, pero no deja de respaldar el modelo político con 17 años de andadura ininterrumpida. Una arepa sin nada, de 12 horas atrás, es su sustento.

Tiene 76 años y cree en la revolución pese a sortear a diario el más terrible de los precipicios de la crisis: el hambre. Sobrevive al oeste de Maracaibo, en una casita de bloque y zinc, en el barrio Torito Fernández, parroquia Antonio Borjas Romero. Comanda una familia de cuatro miembros. Todos padecen una discapacidad. “Mi pensión no nos alcanza. Si mis vecinos no me ayudan no comemos”, cuenta.

Luciana sufre descalcificación de los huesos. Desde hace seis años sus días se concentran en una silla. Sus hijos son: Francisco, de 47 años, a quien hace ocho lo apuñalaron por equivocación; Alexánder, de 42, padece epilepsia; y José Gregorio, de 18, con discapacidad intelectual. Cuando se acaba lo que cobra se bandean con lo que logra reunir Alexánder haciendo mandados y barriendo patios. “El ciego me cuida mientras Alexánder busca qué hacer para poder comer”, amplía.

Este retrato es solo una historia de millares que se registran, no solo en los cinturones de miseria de la capital zuliana, sino en todos los municipios. Hay familias que rozan la indigencia, que hurgan en la basura y piden por las calles para poder alimentarse. Muchos tienen dónde dormir, pero no qué comer.

“Quienes tengan ingresos por debajo de la canasta alimentaria pueden llamarse técnicamente pobres”, señala Ivers Caruzo, sociólogo y profesor de LUZ. “Somos una sociedad en retroceso, tendente a vivir el incremento de la violencia, no solo delincuencial sino social, por la frustración del ciudadano de verse incapaz de cubrir sus necesidades por muchas capacidades y voluntad que pueda tener”.

Destrucción de hogares

En el país, el fenómeno de la indigencia destruye hogares. Aumenta aceleradamente la población que en muchos casos tiene dónde dormir, pero al no poder cubrir la necesidad alimentaria se le imposibilita la sobrevivencia. Los especialistas hablan de una crisis de empobrecimiento estructural que comenzó como una crisis de ingreso económico y que aún con las políticas económicas instrumentadas por el Gobierno no se pudo detener. La indigencia es más que vivir en la calle. Caruzo la define como una condición de vida en la que la persona tiene di cultad para mantener una línea de ingresos suficiente lo que le impide participar del intercambio de bienes y servicios y a su vez le frena la posibilidad de cubrir sus necesidades físicas, intelectuales, sociales, sentimentales y hasta espirituales.

La Encuesta sobre Condiciones de Vida en Venezuela, realizada entre 6.500 personas a finales de 2016, por investigadores de las universidades Central de Venezuela, Católica Andrés Bello y Simón Bolívar, destaca a Venezuela como el país más pobre de América Latina. En un año, de 42 % pasó a 82 % de hogares bajo el relámpago de la pobreza.

Ángel Oropeza, psicólogo social, aporta datos aún más demoledores: 9,6 millones de personas (32,5 % de la población) come apenas dos veces al día, 74,3 % perdió al menos 8,7 kilos de peso de forma no controlada y los pobres extremos bajaron más de 9 kilos en promedio en el último año.

“A 93,3 % de los venezolanos no les alcanza el dinero para cubrir sus necesidades alimentarias”, explica Oropeza, quien refiere que 52% de la población padece pobreza extrema. Si una familia tiene problemas para financiar la canasta alimentaria, gura en esa categoría. Luciana Lafaurie se mira en ese espejo.

El nudo tiene un grosor que crece. El Observatorio Venezolano de la Salud (OVS) y la Fundación Bengoa resaltaron el aumento de muertes por desnutrición. El colapso de las políticas públicas, el alto costo de los alimentos y la imposibilidad de acceder a los productos subsidiados son causantes del aumento de dicha condición.

En la Calle Carabobo de Maracaibo vive Ofelina Toro, matriarca de hogar. Comparte una casa de cinco habitaciones con cuatro de sus seis hijos, nietos y bisnietos. Suman 25 personas. La mujer de 70 años saca cuentas y dice que desde hace dos años hay días en los que debe irse a dormir sin haber probado un bocado de comida. No cobra pensión ni alguna otra ayuda social del Estado. “Antes vivíamos con el bolsillo apretado, pero no pasábamos tanta necesidad. Todo está muy caro”, expresa, desde una silla de mimbre en el zaguán de la casa.

El sociólogo ve con preocupación que personas que no estaban propensas a la indigencia, en muchos casos con estudios académicos u oficio, se vean en la obligación de tomar la basura para solventar la di cultad de satisfacer la primera necesidad humana.

Caruzo asegura que son necesarias más que las tradicionales políticas aisladas, una macropolítica nacional con mejoras en la calidad educativa, formación laboral, seguridad institucional y jurídica, vías de producción y empleos productivos. “Los gobiernos están obligados a trabajar por el funcionamiento de los sistemas sociales, para asegurar al ciudadano que puede trabajar y formarse para ser capaz de cubrir por sí mismo sus necesidades básicas”.

 

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