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El paludismo se “come” a los indígenas de la sierra de Perijá

Ahí, donde se acaba la carretera vive Ester María Erashe, una yukpa de no más de 40 años a quien el paludismo por poco la mata. Al momento del contagio estaba embarazada de su décima hija, Caterine.

La Misión del Tukuko es un poblado donde conviven entre dos mil 500 y tres mil indígenas. Alberga el 80 por ciento de la población yukpa de la Sierra de Perijá. Hasta principios del año pasado se creía que el paludismo —o malaria— había sido erradicado, pero enero de 2016 se encargó de demostrar lo contrario: en un día se confirmaron 30 enfermos.

«Desde los años 70 no se presentaba un caso»”, recuerda fray Nelson Sandoval, misionero capuchino en el centro misional los Ángeles del Tukuko —fundado en 1945 por frailes europeos que se propusieron evangelizar a los yukpas y barís—.

datosversionfinalYadima Erashe, promotora de salud del Tukuko, anotó en su cuaderno de control sanitario las seis personas que han muerto por causa de paludismo este año.

«Son de la comunidad de Taremo, Marewa y Shatapa», explica. Una de las víctimas fue una señora del asentamiento Taremo, sierra arriba, donde conviven 60 comunidades aborígenes, que partió del Tokuko ya infestada. Se le introdujo el parásito plasmodium por medio de la picadura de un mosquito en la la Misión.

Subió a Taremo y duró quinces días por allá. Cuando quiso bajar, ya no pudo. La Organización Mundial de la Salud (OSM) indica que los síntomas se manifiestan dos semanas luego de la picadura. La señora nunca supo que se contagió de malaria. Llegó muerta al hospital de Machiques de Perijá. Le tomaron la muestra ya fallecida.

Brote desproporcional

Una corriente de aire caliente le tiembla en el cuerpo a Ester María a mediodía. La recorre toda. “Más o menos eso sentía cuando me daba paludismo”, rememora meses después de esa primera vez.

cifraversionfinalEsa misma sensación la pudo haber sentido su hija Caterine a no ser por la primaquina preventiva que los médicos le suministraron a su madre. “No podían poneme las medicinas normales, las que le ponen a todo mundo, pues, por la barriga. Pero a Caterine no le dio…”.

El esposo de María Ester es reincidente con paludismo, la mitad de sus hijos también. “Aquí en esta casa hubo mucho de eso, mucho. A mi marido le ha dado como tres veces y a mí me repitió después de parir”.

En el centro misional del Tukuko se llegaron a enfermar hasta cinco internos a la vez. Entre junio y julio se reportaron casi 20 de una matrícula de 72 alumnos. Hace quince días fray Nelson Sandoval se hizo la prueba y le salió negativa. Su análisis era el número 13 de ese día. Y de 13, se resultaron positivos 10.

La enfermera española Amaia Esquide, que trabaja como voluntaria en el internado, también cayó. “A las 3.00 de la tarde me encontré mal con temperaturas de 38.9 y al día siguiente me dijeron ‘tienes paludismo’”.

En la primera quincena de enero de 2016 había 300 casos confirmados en el Tukuko. Para una población de dos mil 500 habitantes, esa cifra se tradujo en pandemia.

Hay un barí de 15 años que camina con ánimos por el colegio. Se llama Luis Sebayira y también tuvo paludismo.

—¿Cómo se siente la malaria en el cuerpo?

—Dolor en las rodillas, en la cabeza… Sentí un temblor, escalofrío y dolor en los ojos. Y vomité. Las ebres de la malaria son cíclicas. Las temperaturas se disparan cada día a la misma hora.

—Me dio una calentura y le dije a mamá. A Luis lo promovieron para segundo año de educación básica. Es buen alumno, aplicado. Al momento de presentar los síntomas estaba en su casa.

—Me llevaron pal’ ambulatorio. Y ahí me sacaron sangre de la oreja y me dijeron que sí tenía de eso.

Las muestras para los análisis del paludismo se toman del lóbulo de las orejas o de los dedos. El paciente no espera más de dos o tres horas para los resultados. Luis Sebayira fue a mediodía y a la una ya tenía corroborado el diagnóstico.

A diferencia de Ester María, Luis sí tomó el tratamiento que combate la patología —aunque no completo, con esa—. Son nueve pastillas que deben tomarse el primer día y son tan amargas que el mal sabor perdura en la boca por horas. Fray Nelson se las tomó para prevenir y las recuerda con mala cara. “Ni el mejor de los caramelos quita el mal sabor”, advierte el sacerdote.

El paciente debe tomar las pastillas durante siete días. Son tan fuertes, explica Yadima Erashe, que al segundo día el enfermo cree que sanó. No hay mentira más grande. “Muchos dejan el tratamiento a la mitad por eso, creen que están cuarados, y pum, recaen”, explica.

Las cifras menguan. Hace un par de meses, si se hacían 62 personas la prueba, salían 30 positivos. Ahora, se registran 10. El miércoles pasado solo se confirmaron tres casos. Hace un mes, de acuerdo con la dirección de Asuntos Indígenas de la Alcaldía de Machiques, se registraban cincuenta casos diarios.

Hepatitis y tuberculosis

Desde Shaparro se extendió la hepatitis en la Sierra. A principio de los 80, antes de aprobarse e implementarse la vacuna, la incidencia era alta, afirma Dalia Rivero Lugo, directora del programa de hepatitis de la Secretaria de Salud. Se registraban cuarenta casos en poco tiempo. “En los noventas se reforzaron los tratamientos en pacientes crónicos y las visitas a los poblados se hacían tres veces por semana”. Actualmente, mantienen el control epidemiológico.

Entre febrero y marzo se enfermaron 30 indígenas. Ahora, la hepatitis está controlada. Solo se registran siete casos, todos infantes. Se localizan en los asentamientos Santa Teresita, Peraya y Corazón de Jesús. Se le suministran, en este momento, vitaminas y una dieta especial.

En cuanto a la tuberculosis, solo se cuentan cuatro casos en Santa Teresita y Santo Domingo. Fueron en febrero y aún están en tratamiento. La dirección de Asuntos Indígenas de Machiques confirmó un fallecimiento por esta patología. El señor se llamaba Tenilo Pekare y vivía en el Tukuko.

Ahí, donde termina la carretera, Ester María le da pecho a Caterine. Sus otros hijos corretean por el patio persiguiendo gallinas. El papá no está, salió a trabajar aun cuando está débil y puede que la malaria lo ataque de nuevo. Los síntomas han repetido en la familia en los últimos seis meses. Ya se saben el sabor de las pastillas de memoria. Tragan amargo.

Todos menos Caterine.

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