El diario plural del Zulia

El hambre les pega a los más pequeños en el oeste

Cuenta los billetes y no le alcanza. No llega a los mil bolívares que cuesta la harina, le faltan 50, pero el barrio está desolado, no hay a quién pedirle prestado; mientras piensa cómo resolverles el almuerzo, porque el desayuno no se pudo y la cena se desconoce.

Haydé Villalobos cuenta a sus cuatro hijos, sus tres yernas y sus siete nietos. En su casa la comida se improvisa. Está operada y camina a paso lento, a esa velocidad sale a las 5:00 de la madrugada a los mercados y vuelve a las 5:00 de la tarde, muchas veces sin nada en manos.

“Vamos hasta la lagunita y si pescamos dos o tres bagres eso comemos, guisados con arepa”, contó con rostro de pena. En su hogar no hay comida para el día siguiente, solo una mata de mangos a la que se trepan todos los infantes con el objetivo de calmar el hambre.

“Se montan y llenan un balde y se los comen ahí sentaditos, muchas veces a uno le toca también sentarse porque no hay nada qué comer”, recordó.

La azúcar era un lujo que desapareció de su despensa, los batidos también son de mangos y el café se hace con “el quemado” del fororo, nada de eso lleva azúcar, “todo se toma cerrero”. Haydé se ve desgastada, sus hijos, sus nietos, pero ella tiene con fianza.

Mira al cielo y repite tener confianza. “Mi esposo murió y me quedé a cargo de todos ellos, vendo cigarros, tabacos y otras cositas, que tampoco se consiguen. Entonces uno se pregunta ¿cómo genero dinero si ni lo que vendía no se consigue y cuando lo adquiero no tengo ganancias?”.

Mensaje de frente

En la entrada de la casa los niños juegan a hacer arepas, quieren ayudar a su mamá. “Ellos lamentablemente saben la situación, preguntan por qué comen esto o aquello”.

En la casa de Luisa Torrealba la comida es una odisea. Sus hijos han arriesgado algunos días de clases porque no se consigue qué darles para comer, lo poco que llega a su casa solo es para los pequeños, “prefiero dejar de alimentarme, pero mis hijos no pueden desarrollarse así”, expresó nostálgica.

Las aristas que destacaba Luisa, la falta de agua, las enfermedades en la piel y el estómago, los bajones de luz constantes, aciertan las declaraciones del investigador Jesús Castillo, de Zulia Productivo, quien informó que en un trabajo de campo realizado desde el 23 al 29 de marzo de este año, a una muestra de 216 familias, estos índices, que se desatan por la pésima alimentación en los hogares generan enfermedades y comportamientos negativos en esta sociedad.

Dos mujeres de la comunidad, Gloria Terán y Luisa Morales, exclamaron a lo lejos que “si vieran al Presidente, no le reclamarían, solo le preguntaríamos si él no ve lo que pasa, si de verdad no piensa atacar la corrupción que nos ataca a diario, no distinguen en política, aquí sufrimos todos”.

Castillo aseguró que la alimentación en una zona abandonada totalmente por los tres niveles de Gobierno, la alimentación no puede ser ni la adecuada ni balanceada.

Antonio Borjas Romero apunta a ser la más segmentada por esta crisis, según el investigador. “Es difícil proveer alimentos de alta calidad sobre todo por los niveles de pobreza que existe en la zona. La desnutrición se ha incrementado inclusive en las madres”, sentenció el experto. En la zona el agua de fideos es una comida principal.

En el barrio Guaicaipuro los infantes madrugan, no son de la zona, vienen desde Palo Negro en busca de mangos, se llevan baldes. No estudian, ayudan a sus padres a vender chicha, que en algunos casos la hacen con mango.

Karina (11), Nelsy (10) y Darwin (13) desayunaron dos mangos cada uno, mientras esperaban el bus. “Quizá este sea el almuerzo, porque todo está caro y mamá no tiene para darnos más”, expresó el pequeño que sueña con ser arquitecto.

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