El diario plural del Zulia

Gracias, por León Sarcos

Hay muchas formas de ser agradecido; en lo espiritual, desde que damos las gracias a Dios para que nos proteja de todo mal y nos guíe por el camino del bien y la rectitud; a nuestros padres, por tener el valor y la belleza de transportarnos a la luz y hacernos felices; o a la maestra o maestro (Emérita se llama la mía, de quien, como si fuera una santa, hoy soy más devoto) que fue el faro luminoso y protector de los primeros pasos que dimos cuando traspasamos el portón de la casa e ingresamos a la escuela.

Hay otro tipo de gracias que nos hace agradecidos, en el plano material, con algún amigo, amiga, novia o novio que nos tendió la mano en momentos adversos, de carencias materiales y dificultades aparentemente insalvables, a los que nunca olvidamos, porque en momentos de desesperación le abrieron cauce con su auxilio a la esperanza y en cada nuevo encuentro los recordamos con gran afecto. Aquí la lista se hace interminable y los acreedores de agradecimiento necesariamente, por la precariedad económica de los tiempos, me llevarían a la quiebra.

Pero es la gracia que recibimos de los otros en el plano intelectual y de amistad la que más deja huella en la estructura de la personalidad y la que más nos ayuda a ser, porque no solo nos permite sobrevivir y tener fe, sino crecer humanamente, sabiendo, al igual que conocemos ahora a través de la genética, un perfil aproximado de por qué somos como somos, de la misma forma como cuando nos autointerpelamos intuimos qué se grabó con mayor nitidez en nuestro córtex, cuáles autores, cuáles libros, y cuáles amores y amigos, por su inteligencia y verdad, se quedaron para siempre en la estación de nosotros.

Gracias —dice el maestro Jorge Luis Borges— quiero dar al divino laberinto de los efectos y las causas por la diversidad de criaturas que forman este singular universo, por la razón, que no cesará de soñar con un plano del laberinto, por el rostro de Elena y la perseverancia de Ulises, por el amor que nos deja ver a los otros como los ve la divinidad…

En mi caso, gracias eternas al gran amor de mi vida, que me regaló un libro, mil libros y todos los libros y una de las niñas más bellas e inteligentes del mundo, con la que sueño todas las noches. Al Rector Borjas Romero, quien me hizo comprender que disciplina, voluntad e inteligencia van de la mano, y juntas definen la firmeza del carácter. Al Rector Humberto La Roche, que un día me dijo: Sé el a la palabra y a los compromisos contraídos, sino, más temprano que tarde llegará la ley. Al Rector Ángel Lombardi, de quien aprendí que la vida es un ritual y que al final solo estará tu familia. A mi hermanita adorada, Melida Rosa, que en sus días finales, con su padecimiento, me dio una clase magistral sobre la enfermedad y la muerte y nunca perdió la esperanza. A Fernando Chumaceiro Chiarelli, con quien aprendí que el nutriente fundamental del arte de la amistad lo constituye el sublime placer que provoca una grata conversación donde uno habla con libertad y el otro escucha con emoción y, en la que el otro se expresa con pasión y uno lo oye con devoción. Gracias, muchas gracias…

 

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