El diario plural del Zulia

El hogar como fábrica de valores

Ser ama de casa o, incluso, amo de casa (sí, también hay) es una tarea necesaria para formar desde la célula de la sociedad, la familia, ciudadanos que luego puedan convivir sanamente en la sociedad

María, llamémosla así, es contadora desde que egresó hace unos 10 años de la universidad.

Sabe de números como nadie en su familia, aunque esto parezca obvio por el título que ostenta; no obstante, su mente se pone a prueba cuando debe tener todos los asuntos de la casa en su lugar, pues nunca ha ejercido su carrera.

Y así como se ha devaluado el sueldo de cualquier ciudadano en este país, ella también cree que su oficio es menospreciado por aquellos que reciben pagos quincenalmente gracias a su labor en una empresa o institución.

Siempre escuchamos: “Todo trabajo es digno”, pero aún existen escalas o posiciones que responden a escalafones en los que se mide la superación y el esfuerzo de los trabajadores, aunque muchas veces suele confundirse con “ser mejor” o “ser peor" que otro. Si hay algo cierto, es el hecho de que vivimos en una sociedad que nos estratifica en lo que nos desenvolvemos.

Cuando le consultamos al sociólogo y docente de la Universidad Centroccidental Lisandro Alvarado, Nelson Fréitez, de qué manera se dignifica el trabajo, nos manifestó que a través del reconocimiento de los esfuerzos y la función de los demás, esta premisa puede tomar el valor que merece.

Ahora, los tiempos siempre vienen con transformaciones. La explicación histórica, antropológica, e incluso biológica, es que, desde el principio de los tiempos, los seres humanos crearon los primeros clanes o tribus y acostumbraron a que los varones se dedicaran a la caza de animales y las hembras cuidasen de sus hijos, a la función reproductiva.

Con el paso de los años y su respectiva civilización, ese viejo mundo es lejano al panorama actual... aunque no del todo. La mujer tiene por consiguiente la oportunidad de desempeñar el papel que desee, sin que su género la limite.

Pero María lleva una ocupación que también pesa y es la de lidiar con un pensamiento que atenta contra su función en la sociedad. Es válido quedarse en casa, como no, pero el Centro de Apoyo y Capacitación para Empleadas del Hogar, pese a dedicarse a atender temas de trabajos de la casa remunerados, especifican con pertinencia: “El trabajo del hogar no es reconocido socialmente, se desprecia e infravalora, por lo tanto, no se les da reconocimiento a quienes lo realizan. Todo lo tangible, producto del trabajo del hogar, desaparece, se vuelve invisible”.

Por lo tanto, la definición de dignidad (“cualidad del que se hace valer como persona, se comporta con responsabilidad, seriedad y con respeto hacia sí mismo y hacia los demás y no deja que lo humillen ni degraden”, definido por el Oxford Dictionaries) queda en la idea superflua de que “todo trabajo es digno”, aunque insistamos en desvalorizarlos; lo que contradice su definición original: la de “valer”.

Cambio de roles

Sí, María tiene una familia tradicional… y esto le ha salido caro también. Las miradas punzantes de su familia por ser ama de casa son incómodas. Su esposo, es mecánico, pocas veces se dedica a los oficios de la casa, pero se aplica en ciertas tareas.

Los hombres de caza, que luego se transformaron en hombres de guerra, hicieron que las mujeres salieran a trabajar fuera de sus hogares. Este fenómeno llegó después de la Segunda Guerra Mundial, en el que surgieron movimientos feministas y aquellos que eran dueños absolutos de los medios de producción ahora compartían sus puestos con mujeres.

Para Fréitez, la “nueva masculinidad”, definida como “la nueva mentalidad de los hombres, en términos de géneros sexuales”, es lo que puede acabar con la idea de que un trabajo es mejor que otro.

Cambiar los papeles parece lo más aleccionador, en muchos casos el desempleo ha hecho que los hombres se queden en casa y las mujeres lleven el pan a la mesa. Lo que las convierten en “la cabeza del hogar”… en realidad no, las hacen un miembro más en la familia. Así debe tratarse, sin calificar ni darle un valor absoluto al dinero, sea del género que sea.

Los “amos de casa”, una frase poco usada, también tiene cabida en esta sociedad, que se amplió a partir de la modernidad capitalista. Y en muchos casos, a María le causaría ruido decir que su marido es quien se encarga de las labores del hogar, pese a que no se cierra a trabajar más allá de sus labores domésticas. Por eso, el tema tiene un profundo debate, porque de nada sirve validar un trabajo si nos da pavor pensar que alguien en específico podría hacerlo; ahí cabe la frase cliché, y cierta, de “ponerse en zapatos ajenos”.

El relato de María es la de cualquier mujer. Esta historia pudo haberse tratado de una señora que estudió y es gerente en alguna empresa; o pudo haberse tratado de su esposo, quien hace la mejor comida; o de la señora sonriente que trabaja como personal de limpieza en su casa. Pero se puede tratar de quien sea (a la inversa, si puede calificarse así), porque no se trata de hacer alegoría de la vida tradicional o de las más lejanas a estas concepciones, sino de visibilizar el trabajo de quienes se encargan de educar y cuidar a los niños, ancianos y proteger el núcleo más importante de la sociedad: la familia.

En un continente de crisis recurrentes, debatir sobre temas que parecen minúsculos o secundarios es la mejor manera de llegar a la raíz de los problemas macros.

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